Eran 7 mil 100 policías para resguardar Ciudad Universitaria. Un mar de cascos azules, escudos, un par de helicópteros y camiones que creaban una especie de laberinto para que el partido de Pumas frente a América se desarrollara en paz.

Operativo que, según el secretario de Seguridad Pública capitalino, Hiram Almeida Estrada, arrojó saldo blanco y 35 detenidos por reventa. El funcionario lo dice, pese a que en las tribunas del estadio Olímpico Universitario hubo brotes de violencia con intercambio de puñetazos y patadas.

Nada que pasara a mayores.

Alrededor de las 10:10 de la mañana, el plantel del América hizo su llegada al estadio de CU, abordo de camionetas blindadas y guaruras.

Ningún aficionado de los Pumas estaba cerca para intentar intimidarlos. Los auriazules respetaron su zona e hicieron su carnaval cargados hacia la cabecera norte.

Una llegada tranquila, pese a que el técnico emplumado, Gustavo Matosas, señaló la semana pasada, que acudir a un partido con vehículos particulares “no es lo ideal, porque lo atípico nunca puede ser bueno”.

Los granaderos crearon cercos estrictos. Discutían nimiedades como por ejemplo, la portación de un vaso de plástico en manos de un aficionado. En esos enfrentamientos verbales descuidaban sus labores y dejaban pasar a aficionados de ambos equipos sin las revisiones de rigor.

Como es costumbre entre los hinchas, varios llegaron ebrios y aún así lograron ingresar al coso universitario. La consigna era apagar conatos de violencia para que no pasaran a mayores ni se convirtieran en sangre.

Algunas bombas de humo terminaron por pasar al estadio Olímpico Universitario. Al final hubo corretizas. Zozobra entre los uniformados, quienes estaban nerviosos ante la presencia de dos de las barras más radicales del futbol mexicano.

Los cánticos de los aficionados amarillos, que llegaron después de las 11 de la mañana, generaban nerviosismo, porque eran ruidosos y con palabras altisonantes en contra de Pumas.

Policías por doquier hicieron un encapsulamiento de los radicales americanistas, apoyados por camiones enormes pintados de azul.

Para evadir el operativo, los revendedores hicieron gala de sus “sofisticadas” artimañas. La fórmula para pasar desapercibidos fue simple: se disfrazaron para ofrecer los pases.

Con la playera de los Pumas, un personaje aboradaba a quienes rondaban el Olímpico para pedir 800 pesos por boletos, que originalmente tenían un precio de 310 pesos.

Durante el encuentro, algunas peleas en las tribunas. Al final, los uniformados maniobraron para que la porra felina esperara en lo que desalojaban a la azulcrema, que quería celebrar en territorio enemigo.

El resultado oficial fue que no hubo hechos que lamentar. Hubiese sido el colmo que con 7 mil 100 policías hubiese corrido la sangre.

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