Apenas se ajustó la negra chamarra, remarcada con cinco patrocinios en letras de oro, Miguel El Piojo Herrera experimentó la malaria que atrapó a México a lo largo de este odioso y aterrador año innombrable.
En su primer día como seleccionador nacional se le vio malencarado cuando se supo vigilado por los molestos reflectores. Un día antes, la prensa había hecho cera y pabilo del popular héroe del americanismo, intocable hasta antes de saberse responsable del Tri.
Apenas se transformó en el “salvador” del fallido proceso, su equipo, el América, dejó de ser aquella invencible águila rompevientos. En su último duelo de Liga contra Cruz Azul, lo atrapó la opacidad que ha perseguido a la Selección Nacional durante 2013. Y peor aún, se contagió de la inseguridad ofensiva de los hombres del Chepo, al extremo de perder la Concachampions y el Mundial de Clubes a manos del Alajuelense de Costa Rica, en el Estadio Azteca, testigo fiel de cada uno de los tropiezos de México.
Pero, por un momento, Herrera se olvidó de las críticas de quienes antes lo encumbraban. Juguetón, risueño, bromeó con El Maza Rodríguez, atendió las recomendaciones de su auxiliar Santiago Baños, e intercambió señas y optimismo con quienes ya tiene ganada una conexión en el campo de prácticas.
Pantalón corto y silbato a la orden, El Piojo triplicó el número de miradas que ya de por sí lo asedian en el Nido de Coapa. Ahora, el Centro de Alto Rendimiento se transformó en su cuartel general.
Tal como acostumbra, ordenó el trote ligero alrededor del campo a los seis titulares americanistas que vieron acción una noche antes en el Coloso de Santa Úrsula. A ellos se sumaron Hiram Mier y Rodrigo Salinas, quienes arribaron ayer a primera hora. El resto del grupo trabajó en espacios reducidos.
Conectado con el ave tricolor, Chuy Corona repartió sonrisas al entrenador de porteros, José Torruco, pero se aisló al golpe mediático. Fue su compañero de fórmula, el azulcrema Moisés Muñoz, quien habló sin reservas en zona mixta.
Contrastes de una fría mañana, plagada de nubarrones que amenazaban tormenta, para dar inicio a una concentración acosada por la incertidumbre, heredera de ridículos y sinsabores.
Debió ser diferente en el maquiavélico organigrama televisivo, con unas Águilas que se veían clasificadas a la Liguilla y también al Mundial de Clubes. Por eso, el último encuentro en el banco amarillo la noche del martes. De ahí el estridente festejo tico, al que se unió uno que otro malinchista, de esos que celebran las groseras maniobras de los que gobiernan al futbol mexicano.
Una mañana diferente, con rostros y procesos corregidos, pero con la misma sensación a fracaso.