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ARLINGTON.— En la “fauna” de la Concacaf pueden coexistir muchas especies de aficionados. Los hay de todos los países involucrados en la Copa de Oro, los que tienen dos equipos y hasta los que parece que se equivocaron de deporte.
El estadio de los Vaqueros de Dallas convocó a cuatro selecciones y a sus respectivas aficiones para tener una convivencia que al paso de los partidos se empezó a convertir en una batalla. El desfile de banderas, playeras y colores fue interminable en el recinto texano.
Hondureños, estadounidenses, panameños y mexicanos se congregaron para ilusionarse de ver a sus equipos llegar hasta la gran final de Chicago. Aunque no faltaron los personajes con la gorra de los Rangers de Texas, equipo del beisbol de las Grandes Ligas, que también se paseó en medio del evento balompédico.
Eran unos jóvenes que presumían orgullosos ser beisboleros, pero que estarían presentes en la doble cartelera ofrecida en la Copa de Oro 2013. Caminaban felices de poder estar en otro deporte que no fuera el de la pelota caliente que se desarrolló en el mismo horario, justo enfrente de la casa vaquera.
Pero los que más acudieron a las semifinales eran futboleros. Ávidos de poder ver los cruciales partidos fueron llegando al coso. Estaban los que bailaban, con sus playeras rojas de Panamá; los que eran muy escándalosos y orgullosos con sus playeras azules y blancas de Honduras; los que gritaban “USA”, con sus cabellos güeros y su cerveza en la mano; finalmente, los mexicanos, siempre con la Virgen de Guadalupe en su camiseta, sonrientes y confiados en la final soñada contra Estados Unidos.
Unos más ondearon la bandera estadounidense y cuando terminó el partido contra los catrachos se pusieron la camiseta del Tricolor. Al ser preguntados sobre la razón de hacer esa “traición” decían que era porque querían al país que los adoptó, pero que no olvidaban sus raíces.
Los hambrientos organizaron sus asados, se abrazaban y se tomaban fotografías. El futbol de la Copa de Oro permitió tener una coexistencia entre países rivales en la cancha. Hubo ganadores y derrotados que libraron una batalla entre “especies” en un país todavía muy poco acostumbrado al deporte de patear un balón.