Filadelfia.— Es el último acto oficial de Justino. El presidente de la Federación Mexicana de Futbol desde 2006, dejará su cargo en apenas cuatro días y lo quiere hacer levantando un trofeo.
México y Jamaica juegan por la final de la Copa de Oro. Los caribeños han ocupado un lugar que no estaba reservado para ellos, que era para el anfitrión permanente, para ese equipo que lució poderoso al inicio de torneo y que se apagó a la hora buena.
Desde antes de que se anunciara a los finalistas, el Lincoln Financial Field ya estaba vendido en su totalidad.
Grave error, no contaban con la astucia de la Concacaf y de sus árbitros.
A la hora de la verdad sólo uno de los esperados llegó, México, mientras que los estadounidenses se quedaron con las ganas y el boleto en las manos.
¿Y ahora qué hacemos se preguntaron? La mayoría, decepcionados de la vida, de Jurgen Klinsmann y de los de negro, decidieron que aún era tiempo, y para no sentirse incómodos en su propio estadio decidieron recuperar sus entradas e irse a hacer compras con ese efectivo.
Otros, a los que les importa más el espectáculo que el dinero, para no sentirse fuera de piso, decidieron tomar partido.
¿El lado mexicano? ¡Nunca! No hay que apoyar al enemigo número uno. Y no es porque simpaticen con Donald Trump, es que los estadounidenses futbolistas, ya saben y sienten lo que son los clásicos, saben que el acérrimo rival no tiene que ganar, menos en su casa y con su gente.
Así que escogieron lado y decidieron con Jamaica, aunque los hayan eliminado en las semifinales, eso sí, sin faltas dudosas y polémica de por medio.
A diferencia de los uruguayos, en referencia clara a Edison Cavani, los aficionados de Estados Unidos saben dónde está Jamaica. “En Sudamérica” responden…. “Abajito de México”, dicen... “Junto a Venezuela” se acerca otro. “Allá por Cuba”, acierta el último.
Por eso se envuelven en la bandera jamaiquina y cantan a todo pulmón las canciones de Bob Marley, el ídolo del país caribeño y dios del reggae. Y gritan a todo pulmón: “Yamaica, Yamaica”.
Y es que quieren estar en la fiesta. Una fiesta que tenían, era suya, y que México les arrebató para convertirse en el campeón.