Fue una noche fría, húmeda y lluviosa. Clima que acompañó al América en su derrota ante Morelia (2-0). Descenso del vuelo amarillo, al padecer la nostalgia por Oribe Peralta y Pablo Aguilar, sus referentes lesionados. Semana de sufrimiento emplumado. Cuatro puntos de nueve, pobre cosecha para un cuadro americanista (13 unidades) que hasta la jornada seis se había sentido como uno de los máximos aspirantes al título.

Ayer sufrió ante Monarcas (9 puntos) su segunda derrota del torneo, la que interrumpió sus cinco duelos sin caer.

Cancha mojada, imprecisiones latentes. Barridas al por mayor y un esférico escurridizo, prácticamente incontrolable para los protagonistas del partido. Errores y faltas. Un duelo entorpecido por las condiciones del campo.

Las manos salvadoras de Agustín Marchesín se transformaron en un muro que impidió la apertura temprana en el marco. Tiros de Rodolfo Vilchis y Raúl Ruidíaz, desviados por el guardameta azulcrema. Alejandro Díaz y Silvio Romero erraron goles cantados.

Monarcas supo explotar sus virtudes. América quedó atrapado por sus defectos. Los michoacanos aprovecharon los contragolpes y el balón parado. Esta última opción, la ruta para irse al frente en el marcador. Un tiro de esquina quedó a la deriva en el área. Marchesín, desesperado, angustiado, salió a tratar de achicar. Pero a Sebastián Vegas se le ocurrió hacer un “taquito”, digno de gol, como finalmente resultó (28’).

Águilas desoladas. La tristeza por sus yerros al frente y la mala fortuna, como un globito de Carlos Darwin Quintero al poste, les amargaron la primera mitad.

Frustración azulcrema que casi deriva en la generación de una bronca, cuando el descanso se decretó. La tormenta cedió, aunque el césped húmedo mantuvo el vértigo en la segunda parte. América, con la obligación de ir hacia adelante para buscar un resultado más satisfactorio.

El Piojo le dio ingreso a Diego Lainez, por Cecilio Domínguez, cuyo rendimiento está en caída libre, como si el dorsal 10 comenzara a pesarle toneladas. El paraguayo, parece, se conformó con un arranque de torneo con tres goles. Anoche fue un fantasma. El jovencito, en cambio, hizo gala de su descaro. Buscó desequilibrio, ganar los mano a mano y el disparo rápido y certero, sin grandes dividendos. Al menos, lo intentó. Silvio Romero pudo igualar el marcador. Su falta de talento para definir lo impidió. Fracasó en poner el balón en las redes y prefirió estrellárselo en el pecho a Sebastián Sosa, el portero de Morelia. En la compensación, Ruidíaz anotó el penalti que sentenció.

El partido se extinguió. América entendió que sin Peralta ni Pablo Aguilar pierde su jerarquía y la ruta hacia el triunfo. Le urge recuperarlos, que no se vuelvan a lesionar o ya sabe que las derrotas le acechan.

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