Un día le dieron las gracias. El sueño de Miguel Herrera de trasladarse del llano al América nunca se cristalizó. No tendría cabida en la exigente ingeniería de cazatalentos, diseñada por la dirigencia milloneta. ¿Quién iba a decir que, con el curso de los años, ya como director técnico, no sólo haría campeona al ave amarilla, sino que a partir de ahí, asumiría el timón de la Selección Nacional?
En su larga vida como entrenador, visor y delegado de fuerzas básicas de la Asociación de Futbol del DF, que aglutinaba a equipos de los barrios, en el llano, alguna vez, Efraín Galo Balvanera tuvo la ocasión de probar a Miguel Herrera para llevarlo al América, donde también laboraba a nivel de fuerzas básicas. Mas Panchito Hernández, entonces dirigente azulcrema, lo rechazó.
“Por ciertas razones, Panchito pedía que ya no fuera, y que yo le diera las gracias. Miguel carecía de estatura. Era fortachón, pero bajito. Rápido, pero nada más”, recuerda el estratega, de 71 años, quien revive a detalle aquel pasaje en el que tuvo que privar al Piojo de enfundarse la casaca azulcrema.
“Qué bueno que tenga éxito, porque es como si yo también lo tuviera. Me siento orgulloso”, comparte ahora Balvanera Soto, de andar cansino, auxiliado apenas por un bastón. “Hablo sin jactancia. Mi trabajo fue y es orientar a jugadores de barrios bajos”.
El viejo profesor revive cómo conoció a Miguel Herrera, cierta mañana, en el torneo del Heraldo de México, en el que participaban equipos llaneros. “Ahí fue donde me encontré a este joven”, al que le hizo la invitación para apuntalar las fuerzas básicas del América.
Ya antes, Balvanera había llevado al Nido a jugadores de la talla de Javier Aguirre, Alfredo Tena o Cristóbal Ortega. “A Miguel lo localicé en un equipo, no recuerdo si era Huracán Sevilla o Jamaica Romaneros, y resultó ser nieto de un gran amigo y compañero de la Federación, quien fue presidente de la Asociación de Futbol del DF, el doctor Aguirre Colorado, y él también hizo un pedimento de que se le diera oportunidad para que yo lo llevara”, rememora.
“Nada más que no entró en los planes del señor Panchito, quien era un poco exigente, y le tuvimos que dar las gracias. Pero lo orienté para que se fuera al Atlante”.
Muchos años después de aquella amarga despedida, Balvanera se topó con Herrera. Fue apenas en el último juego del sufrido hexagonal de Concacaf, celebrado en el Estadio Azteca, tras el México-Panamá, al que El Piojo asistió como espectador. “Como que no me reconocía”, dice el viejo estratega, con cierta desilusión. “Me lo estaba presentando nuevamente un amigo mío, el doctor Urrutia, quien fue médico de varios equipos. Él le decía: ‘¿Qué, no conoces al profe?’ “Sí, se me hace conocido...’”, respondió El Piojo.
“Le dije: ‘Mira, soy el profesor Balvanera, profesor del América en el Torneo de Barrios, y amigo de tu abuelo Aguirre Colorado”.
Incluso hizo alusión a la afinidad que tenía su pariente por los tríos: “‘El 1 de septiembre era el día de su cumpleaños y la Federación le mandaba música. Los acompañaba la Sonora Santanera, que son pura familia de ustedes’, le decía yo”, empeñado en refrescarle la memoria. “¡Ah, sí, sí!”, atinaba a responder El Piojo. “Estuviste conmigo en América, nada más que tuviste problemas con Panchito, no conmigo”, le aclaró entonces Balvanera.
El doctor Urrutia le hizo ver al aún técnico de las Águilas que recién le impidieron el paso a su entrenador de la infancia, quien pretendía visitar al médico para que le hiciera un diagnóstico. “No me dejaron hablar con nadie”, se queja Balvanera, resentido. “Incluso, el doctor del equipo es mi compadre, y no me dejaron. Estoy malo y quería yo saber su diagnóstico”.
—¿Y qué impresión le dio volver a ver a Miguel?
“Me dio gusto. Claro que noté que... o no sé si ya no se acordaba de mí, pero son cosas que no se pueden olvidar. Yo me acuerdo bien de las personas que me dieron oportunidades y de las que me rechazaron. Aunque, no somos iguales”, remata el hombre que algún día dirigió al prodigioso Piojo, en los terregosos llanos de la capital.