GAZIANTEP, Turquía.— Homero y Virgilio tenían razón: sí hay un lugar apto para los milagros es ese país bicontinental en el que existió la mítica ciudad de Troya.

Sergio Almaguer y sus jugadores no necesitaron un enorme artefacto con forma de caballo para mantenerse con vida, pero sí la suerte que acompañó a los valientes soldados griegos, según se cuenta en las fantásticas “Odisea” (Homero) y “Eneida” (Virgilio).

Aún después de escuchar el silbatazo final, el técnico de la Selección Nacional Sub-20 reflejó ecuanimidad. El Tricolor había hecho lo poco que estaba a su alcance para clasificar a los octavos de final. El resto dependía de los representativos colombiano y turco. No fallaron.

Los sudamericanos vencieron a El Salvador (3-0) y otorgaron la clasificación a los mexicanos.

Sufrida victoria sobre Malí (4-1). Goleada que resultó corta para lo mostrado sobre el lienzo verde.

Tras caer en sus primeros dos juegos del Mundial, ante Grecia (1-2) y Paraguay (0-1), la única opción era imponerse por varias anotaciones de diferencia... Y aguardar una serie de combinaciones. Misión que lucía casi imposible, como la de aquellos helenos que ingresaron a Troya escondidos en un gigantesco caballo.

Germain Berthe, guardameta malí, la facilitó con aquel inverosímil despeje. Marco Bueno no desaprovechó el obsequio. Sólo se habían jugado 82 segundos, suficientes para liberar mentalmente a todo un grupo.

Lo demostró durante el primer cuarto de hora, en el que asfixió al adversario. Jesús Corona hizo el segundo (13’), mas el daño no fue mayor por la indolencia del propio Tecatito.

Veloz, técnico, inteligente, pero egoísta. El atacante del Monterrey se sabe el futbolista más desequilibrante del Tricolor, por lo que se aferra a definir todas las jugadas, incluso esas en las que el servicio es la salida obvia.

Lo único que obtuvo fueron innumerables patadas y que Almaguer prescindiera de él cuando al encuentro le quedaba media hora... Justo después de que Richard Sánchez se “tragó” el disparo de Samba Diallo.

Tranquilidad convertida en nerviosismo, repetición de lo vivido en los otros dos juegos. El lento arranque de torneo dejó una clasificación de rebote como única posibilidad.

Se puso en riesgo cuando Malí amagó con el empate... Hasta que El Niño Torres Mexicano peinó aquel esférico para Jesús Escoboza, a quien el destino le puso una trampa. En plena carrera hacia el arco, perdió su zapato derecho. No importó. Anotó (69’).

No bastaba. Necesitaban otro tanto para superar a Ghana en la lucha por ser uno de los terceros lugares menos malos. Llegó cerca del ocaso, gracias a la frialdad de Uvaldo Luna (86’). Cátedra para el nervioso e impreciso Julio Morales, quien había errado tres importantes llegadas.

Simple anécdota en un nuevo milagro protagonizado sobre tierras turcas, como aquel relatado por Homero y Virgilio en la antigua Troya. Ahora, la Selección Mexicana Sub-20 requiere uno más, porque el siguiente rival será Portugal o España, mucho más calificados que el endeble combinado africano de ayer.

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