En su última charla inédita con EL UNIVERSAL, realizada en julio de 2012 como parte de un especial previo a los Juegos Olímpicos de Londres, Soraya Jiménez habló de sus inicios en el deporte, y de cómo le cambió la vida la medalla de oro que obtuvo en Sidney 2000.

Soraya recordaba su infancia. “Mi hermana y yo iniciamos desde muy chicas en el deporte, yo aprendí a caminar a los siete meses y ella a los nueve, aprendimos a nadar al año, siempre nos inculcaron el deporte y llegamos a ser seleccionadas nacionales, yo de bádminton infantil”. Hasta que Soraya encontró en el levantamiento de pesas su pasión.

La campeona olímpica siempre tuvo el apoyo incondicional de su padre, José Luis Jiménez, a pesar de que a él no le gustaba verla en las competencias “porque se ponía muy nervioso, pero me dio libertad, nunca me dijo que practicara otra disciplina”.

Siempre vivió marcada por el estereotipo de que la halterofilia era un deporte para hombres, pero afirmó que ese paradigma se rompió con los resultados que las mujeres han obtenido en esta disciplina: “Mucha gente no creyó en mí. Pero me importó más que mi familia lo hiciera”.

Llegó el día de la prueba. Competía en levantamiento de pesas en los Juegos Olímpicos de Sidney. Un día antes no pudo dormir.

“Para mí fue normal, me acosté, leí un rato, escuché música, sólo tuve poco insomnio”. Después de portar la medalla de oro, “me sentí tranquila, pero fue un día de locos, porque no había dormido y tampoco había visto a mi familia. Esos Juegos Olímpicos cambiaron mi vida”.

Pronto se vio cubierta de fama, gloria y popularidad. Soraya era el ejemplo de la conquista de los sueños gracias al trabajo y el esfuerzo diarios.

Pero soltó las pesas y llegó el retiro en 2004, un proceso que cambió su rutina y tuvo que hacer otro plan de vida. Señaló que después de estar en unos Juegos Olímpicos y subir al podio, su mente y el cuerpo se cansaron y no deseaba pasar la vida buscando obtener campeonatos.

Soraya tomó un curso en Bulgaria y la Universidad Autónoma del Estado de México le hizo llegar una invitación para que se incorporara a su staff de entrenadores. Ella aceptó.

“Les enseño parte de mis experiencias a los jóvenes, cómo buscar una meta tanto deportiva como personal y que aprendan hacer un plan de trabajo”, relató Jiménez Mendívil aquella tarde en la ciudad de Toluca, antes de iniciar su viaje a la eternidad.

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