El olor a incienso abunda en un local de objetos esotéricos. Dos mujeres jóvenes, de no más de 20 años, atienden detrás de un mostrador. Una de ellas, con ojos color verde esmeralda, me observa fijamente mientras me cobra cien pesos para pasar a una consulta con José.
-Tiene que esperar porque se atiende conforme van llegando, dice una segunda chica. Mirada inocente, rostro infantil, no más de 18 años.
A mí lado, hay una mujer de 30 años con rostro de angustia. Las dos nos sentamos en unas sillas de plástico, en el pequeño local que no mide más de tres metros cuadrados.
Libros de hechizos de magia negra, medicina naturista, además de lociones de invocación a la Santa Muerte se colocan, amontonados, en los estantes del local. José, según se anuncia en un cartel de la entrada, hace magia negra… desde amarres de amor, hasta fórmulas infalibles para lograr el éxito, el amor y las riquezas.
Uno de los frascos visibles en el aparador es un “aceite del retiro”, utilizado para alejar a las malas vibras, las envidias y otros demonios. Las instrucciones especifican que debe agitarse antes de usar y una vez hecho esto, se riega en la entrada de la puerta, mientras se repite el nombre de la persona que se desea alejar.
Los aceites son incontables. Algunos tienen títulos como “Poderoso destructor”, que sirve para alejar malas vibras y otros, en cambio, llevan nombres más ingeniosos como “Yo puedo más que tú”, ideal para los hombres que desean conquistar a una o varias mujeres.
Los problemas que atiende José son de todos los tipos y para todos los gustos. Si vengo por un amarre de amor o por una limpia espiritual que elimine mis envidias eso aún no lo he decidido, sin embargo, la hora de espera con la mujer de 30 años, me incita a inclinarme por lo segundo.
Las jóvenes que atienden el local esotérico hablan entre ellas lo mínimo. No hablan con los clientes. No hacen preguntas y dicen lo básico: ¿en qué podemos ayudarte?
La mujer al lado mío tampoco habla. Cruza sus brazos y coloca sus manos encima de su bolsa de mano. Cara de preocupación y mirada desviada hacia los coches que atraviesan la avenida.
Un chico de unos 18 o 20 años pasa con José y, después de ella, sigo yo.
Unas escaleras blancas me dirigen al corredor en un segundo piso. El lugar es estrecho y hay varias habitaciones a lo largo de un pasillo estrecho. Todo es blanco, viejo, descuidado…
De repente a mí derecha, se escucha una voz: - ¡Adelante…!
La habitación no decepciona. Hay estantes repletos de aceites, frascos con líquidos de colores y al fondo una mesa con un mantel negro. Encima hay una baraja del tarot.
José resulta ser un hombre de unos 40 años. Cabello negro, tez morena, anillos en los dedos y escapularios en el pecho.
Me pide que me siente en una silla de plástico frente a él y la mesa junto con las cartas de tarot.
—¿En qué puedo ayudarte?, dice.
—He tenido muchos problemas con la pareja, en el trabajo, en mi casa… (Digo rápidamente y me invento una historia donde hay envidias y amarres amorosos inspirados en los nombres de los aceites de su tienda).
Detrás de mi asiento y justo en frente donde está sentado José, hay una pantalla donde se ven las imágenes de cuatro cámaras de vigilancia. Una de ellas, muestra el interior del local, sus clientes y las dos jóvenes empleadas. Una segunda imagen da hacia la calle; otra pantalla muestra el pasillo estrecho… las escaleras y una más, la escena donde estoy con José.
La escena es tétrica y hay un silencio incómodo. Mi corazón se acelera un poco, mientras José me mira a los ojos y me interroga: ¿Dónde trabajas?, ¿Cuántos años tienes?, ¿Eres de Querétaro?, ¿Dónde vives?, ¿Cuánto pagas de renta?, ¿Cuáles son tus metas?, ¿Tienes pareja? Sí…No… ¿Por qué...?
Los cuestionamientos de José me aturden. Entre más me cuestiona, más le invento un personaje: Soy una chica joven que no acabó la carrera, que se vino por problemas en su lugar de origen Michoacán, que está soltera, que no tiene aspiraciones y que trabaja como recepcionista con un salario de seis mil pesos mensuales.
José me pide colocar mis manos sobre la mesa, mientras sostiene una baraja del tarot y repite frases en una lengua que no conozco y que supongo no existe. José cierra los ojos y con un cuchillo pequeño, que sostiene entre sus manos, da varios golpes a la mesa en forma de cruz.
Mientras barajea las cartas, me pide que escoja unas cuantas. Al final del ritual, hay diez cartas colocadas sobre la mesa.
A los cinco años, José se mudó a Río de Janeiro, Brasil, para aprender todo lo que sabe ahora de magia negra. O al menos, eso dice. El tiempo allá le cambió el carácter. Aprendió por ejemplo, que en la vida para alcanzar tus metas, uno debe concentrarse en lo que quiere, sin permitir que nadie le quite sus ilusiones. Aprendió a usar a la gente para conseguir sus propósitos y esas enseñanzas se las pasa a sus clientes, que dice, son de todas las clases sociales.
José, además de ser hombre de mundo, resulta ser un emprendedor en el negocio de magia negra y los negocios de ropa. Alrededor del país ha abierto negocios en estados como Querétaro, Michoacán y la Ciudad de México. Por 15 años, ha trabajado arduamente sin descanso en estas tres ciudades.
—¡Aquí están todos los problemas que tiene!, dice al proceder a mi lectura de cartas.
—Lo que hay que hacer es un retiro espiritual, corregir su aura, sus chakras porque está desubicado, descontrolado. Hay un temor que la hace tener persecuciones… ¡En lo sentimental tiene que tener cuidado! Es muy difícil usted… y en el trabajo, yo digo, que está bien porque te pagan por medio tiempo, ¿verdad? Asiento, mientras no recuerdo haber mencionado la cantidad de horas que laboro.
José continúa: ¡Sí hay dificultades, imagínese! Aquí está usted, descontrolada… desubicada… ¡Lo que se necesita es una limpia para abrir caminos, darle estabilidad económica, para que tenga un control usted! Tiene que concretarse en lo que quiere. No permita que nadie, ningún baboso, ninguna babosa le quite sus ilusiones… Lo más importante es que usted cumpla sus sueños, sus ideales, sus metas…
El tono de voz es enérgico, y a la vez autoritario. José asegura también que las cartas dicen que mis problemas son causados por un hombre. ¡Claro, cómo no lo pensé antes!, pienso, mientras lamento que para cierto porcentaje de la población masculina, los únicos problemas que se imaginan en las mujeres tienen que estar relacionados con los hombres.
—¿Sabe qué es algo capcioso?... dice rápidamente… -Si en tu vida llegara una persona de 50 años que dijera “quiero todo contigo porque me encantas y quiero formar una relación contigo, pero estoy casado y no me quiero separar… Pero como quiero estar contigo, te pongo una casa, te pongo el negocito que tanto quieres, te doy una pensión cada 15 días y una vez a la semana, vengo a verte o dos veces a la semana…” Usted, ¿lo aceptaría? ¡Esa persona habla con honestidad!
Hago una cara de asco al pensar que José tiene alrededor de 40 o 50 años. Me pregunto si sus preguntas capciosas también las realiza con sus empleadas: la joven de ojos verdes y la chica morena, con cara de niña. Mi repulsión aumenta.
La respuesta es no y José se indigna… ¡Ese hombre habla con honestidad! ¿Cuánto tiempo estuviste con tu ex pareja? ¿Un año? ¿Y qué te dejó a cambio? ¡Nada!, reprocha, mientras me asegura un futuro solitario en lo sentimental.
José está un poco desconcertado y para quebrar el hielo comento que tiene muchos teléfonos. En ese momento, a José se le hincha el pecho. Habla de sus negocios en Michoacán y en Coahuila.
—¡Claro!...tengo gente muy poderosa y que no acepta errores. No puedo decir que no puedo…si hay un avión y me esperan, me tengo que ir así —dice, mientras truena sus dedos.
Me siento en una silla blanca de plástico. Ambas manos apoyadas en las rodillas con un huevo en cada una de ellas. El hechicero vuelve a hablar en el mismo idioma extraño y desconocido, mientras me da tres golpes en el cuerpo. Uno en el pecho, otro en la espalda y al final uno en la sien.
De repente un spray moja todo mi cuerpo. Esencias calientes y mi temperatura corporal aumenta. Me pide inhalar y los aceites hacen que la respiración se me vaya. Exhalo y las esencias relajantes surten efecto.
El hechicero frota uno de los huevos por mi cabeza y brazos, en la parte posterior de la nuca y encima de la cabeza. El mismo idioma desconocido y José me pide pasar el huevo por mi pecho. La respuesta es no. Me dan ganas de salir de ahí y aventarle el manojo de cartas de tarot en la cara. José se molesta, pero no pasa el huevo por el pecho. Termina la limpia.
—Sentí cosas negativas suyas. Me dejó con dolor de cabeza. ¡Yo tengo que pasar el huevo por ahí! Yo jamás me involucro con mis clientes. Soy muy respetuoso, se lo aseguro. Las preguntas capciosas son para quitar el hielo… El tono de voz cambia. Se vuelve bajo, temeroso.
Miro a los ojos a José, que de nuevo habla en un tono de voz autoritario:
—¡Tú me buscaste a mí! No vuelva a estos sitios. Aquí no puede ser desconfiada. No toda la gente es mala. Su boca y sus ojos me pueden mentir, pero su corazón no y le puedo decir muchas cosas de su vida… -reclama.
—Siempre me he regido por la honestidad. Por eso estoy aquí y por eso todo el mundo me busca. ¿El dinero? A mí no me interesa… los mugrosos cien pesos que cobro por consulta es para pagar la publicidad en el periódico.
-Esto no se lo cuento a la gente, pero yo no me puedo dar el lujo ni de enfermarme, porque la gente no sabe… la gente tiene una imagen de mí y desde que inicié prometí salvaguardar la integridad de mis clientes. El dinero no me interesa, a los que si les cobro es a los políticos, a los narcos, a ellos sí les cobro mucho … porque no aceptan un error. A la gente pobre no le cobro nada, porque yo tengo un propósito: ayudar a la gente… dice con un tono de voz, cada vez más bajo.
La lectura de cartas, el espectáculo de la limpia y el hechicero me parecen repulsivos. Antes de despedirme, como si fuera una receta médica, José dice que es necesario una segunda limpia con veladoras y, sobre todo, hacerme un talismán para abrir mis caminos. Los ingredientes: dos cascabeles de víbora, una garra de león, tres veladoras de oro, plata y cobre.