“Es muy triste ver cómo se derrumba el lugar donde creciste”, dice Laura García Olvera, albacea de una casona del Centro Histórico que ahora se cae a pedazos, en gran parte por las lluvias, pero también porque los más de 200 años de antigüedad son casi imposibles de combatir.
Se necesitan 2 millones de pesos para devolverle la vida a esta casa de 393 metros cuadrados, ubicada en el cruce de las calles Damián Carmona y 5 de Mayo. Como es imposible invertir ese dinero, la familia ha decidido venderla, aunque tampoco hay muchos interesados en adquirir un inmueble histórico al que no pueden modificar ni transformar a conveniencia.
Un anuncio de “se vende” se lee en la puerta principal, mientras varios trabajadores apuntalan por dentro y fuera la barda principal de la casa. El Instituto Nacional de Antropología e Historia autorizó estos trabajos porque se corre el riesgo de que la fachada se derrumbe. Los arquitectos del INAH acudieron con la familia y dieron instrucciones sobre lo que sí se puede hacer sin modificar el inmueble, pero los recursos corren a cuenta de la familia.
Esta es una de las muchas casonas en el Centro Histórico que está deshabitada porque las condiciones ya no permiten vivir en ella. “No se puede vivir entre goteras”, dice Laura. Es una casa intestada y eso complica el proceso de rescate, porque aún no está claro quién debe invertir en el inmueble.
Aunque el temporal de lluvias es el periodo en el que más se desgasta esta casona del siglo XIX, las reparaciones son cosa de todos los días. Hacerse cargo de una casa tan antigua tiene una gratificación única, comenta Laura García, pero también tiene sus complicaciones.
Los daños más serios registrados en esta casa comenzaron en 2013, cuando se derrumbó el techo de una de las siete habitaciones. Aquella ocasión reportaron el hecho de inmediato a Protección Civil, para que acudieran a retirar el material y el poco techo que aún quedaba en el cuarto; pero tardaron tres meses en atender el reporte.
Afortunadamente, la casa ya estaba deshabitada, pero existía el riesgo de que el resto del techo se derrumbara y afectara a terceros.
Laura García y su esposo Serafin Jimenez recuerdan lo difícil que fue conseguir la atención de las autoridades. La solución fue entregar una carta a distintas áreas del municipio y del estado, donde los hicieron responsables de cualquier accidente que afectara a propietarios o vecinos.
“Nos tardamos como tres meses en que nos atendieran, ellos nos decían que no se podía intervenir. Cuando no nos respondieron metimos un oficio a todos lados, a Protección Civil, a bomberos, al gobierno del estado, al municipio, a todos los hicimos responsables de lo que pasara con nosotros o los vecinos, eso fue lo que los hizo atendernos. Entonces, enviaron a Protección Civil, demolieron la loza que faltaba y sacaron el material. Las lluvias siguen deteriorando la casa, pero no hay dinero para arreglarla, cada año es el mismo problema”, explica Serafín.
“Desde 2013 se nos vino abajo el techo de una de las habitaciones, en esa ocasión el municipio nos apoyó con mano de obra, pero los recursos los pusimos nosotros. Es muy difícil costear todo esto, por las dimensiones que lleva la casa”, cuenta Laura.
Desde hace cuatro años esa misma habitación sigue descubierta, porque poner un nuevo techo no es una opción. Lo que la deja aún más desprotegida ante los fenómenos naturales.
Ahora, esta casona hecha de adobe enfrenta un nuevo riesgo de derrumbe, la fachada tiene demasiada humedad y puede venirse abajo; por eso está apuntalada con al menos ocho grandes vigas de madera. Hace una semana, Protección Civil acudió al lugar y cerró por completo la circulación de la calle Damián Carmona, lo que ocasionó la molestia de los vecinos y no hizo más que tensionar la situación para la familia encargada de mantener la vivienda en la mejor condición posible.
Comparando la situación actual con periodos anteriores, Laura García Olvera percibe una mayor atención por parte del INAH, que siempre ha estado al pendiente de la situación de la vivienda y ha realizado los dictámenes correspondientes casi de manera inmediata, “Sí tenemos mucha comunicación con los arquitectos del INAH, vienen y nos explican qué se debe hacer, qué es lo mejor para mantener la casa”.
El sentimiento de Laura es de impotencia, al ver que los recursos económicos disponibles no son suficientes para rescatar la casa en la que creció junto con sus seis hermanos, antes de ellos sus padres y tiempo atrás sus abuelos. La herencia familiar más querida es también la más difícil de conservar, por eso los hermanos han decidido venderla.
El abuelo de Laura, Pablo Olvera, compró la casa hace 99 años, en 1918; después la propiedad pasó a ser de Teresa Olvera, madre de Laura, por eso recuerda su infancia en ese lugar.
Recuerda a su abuelo horneando maíz en una de las habitaciones que ahora se usa como bodega, también cosechando maíz en la habitación que hace cuatro años se quedó sin techo. Tiene presente el cuarto donde ella y sus hermanos dormían y, con orgullo, presume que aquel cuarto de su infancia conserva las ventanas y el piso original, que tiene más de dos siglos.
Aunque las autoridades insisten en que los propietarios de estas casas no son conscientes del valor histórico del que son dueños, Laura y su esposo Serafín parecen ser una excepción a la regla. Saben lo que significa vivir y mantener a salvo una propiedad como esta, aunque ahora esté llena de grietas, humedad y madera carcomida.
Laura valora todas las historias que ocurrieron en esa finca durante 200 años. “Para cumplir con todos las recomendaciones del INAH necesitamos invertir 2 millones de pesos. No tenemos ese dinero. Es muy triste ver cómo se derrumba el lugar en el que creciste, por eso prefiero que la casa se venda y que alguien con recursos suficientes haga todo lo necesario para que vuelva a estar como antes. Si por nosotros fuera la tendríamos siempre intacta, como estuvo hace 200 años, pero es imposible”, comenta.
Laura y sus hermanos están apunto de concluir un proceso que resolverá la situación y permitirá vender la casa, pero lamenta que por ser una infraestructura particular y no un edificio público, no se pueda acceder a recursos federales para rescatar la casa. De ser posible, tal vez la historia sería distinta, en esta herencia casi centenaria.