Todo transcurre con normalidad en las dos sucursales queretanas de la Carreta del Pacífico, el restaurante de mariscos tipo Sinaloa presuntamente vinculado con Rigoberto Salgado, el controvertido delegado de Tláhuac, en la Ciudad de México (CDMX).
Es jueves después de mediodía y los amplios locales, uno ubicado en la esquina de Prolongación Constituyentes y Josefa Ortiz de Domínguez, en El Pueblito, Corregidora, y el otro en Camino Real de Carretas, en Milenio III, una de las zonas de la capital preferida por empresario y políticos para habitar, se encuentran casi llenos.
Como lo constata el equipo de EL UNIVERSAL Querétaro, los presuntos vínculos de Salgado con el crimen organizado no afectan en lo más mínimo la operación de ambos comederos, uno de ellos, el de Corregidora, decorado como palapa.
No se ven movimientos extraños ni gente que pudiera parecer sospechosa. Los clientes acuden de manera normal y los trabajadores llevan a cabos sus tareas como acostumbran, ajenos quizá a las sospechas que recaen sobre el restaurante en la CDMX, clausurado en días pasados por las autoridades de la capital del país.
Los negocios cercanos también funcionan con normalidad. En El Pueblito abundan los dedicados a la venta de refacciones automotrices. De hecho, atrás del restaurante hay un terreno que funciona a manera de depósito de autos y refacciones.
En el interior de la Carreta del Pacífico que está en El Pueblito una joven recibe a los comensales preguntando si tienen reservación o si ya los están esperando. De no ser ninguna de estas opciones, los conduce a una mesa que no esté reservada.
El lugar es cómodo, con sillas amplias y mesas bien arregladas. La música no podía ser otra en un lugar donde se ofrece comida del mar estilo sinaloense: de banda y de cantantes como Julión Álvarez, que se escucha como sonido ambiental a pesar de que por todo el lugar hay pantallas de televisión con señal de cable.
Extraño para un restaurante de mariscos: el olor a comida, grasa y condimentos es apenas perceptible al olfato. El área de cocina está separada de la de mesas por un cristal que permite ver el ir y venir de los cocineros y de sus ayudantes.
Uno de los poco más de 20 meseros, todos perfectamente uniformados con camisas bordadas con el nombre del restaurante, se acerca con la carta y pregunta si quieren alguna bebida antes de ordenar los alimentos.
Los comensales pueden elegir entre una gran variedad de platillos, desde tostadas de camarón o pescado hasta otros más elaborados, como filetes, o los preparados con camarones. Los precios son un tanto elevados en comparación con otros negocios del mismo giro, pues un coctel de camarón alcanza los 150 pesos, mientras que lo más económico son los tacos de pescado, entre otros platillos. Los más caros alcanzan casi los 300 pesos o más.
El precio de las bebidas también está por arriba del promedio, pues una cerveza cuesta 38 pesos, mientras que tequilas, whiskys y rones, entre otros, alcanza valores mucho más elevados.
El servicio es rápido, apenas son las 14:00 horas y poco a poco llegan los clientes a comer. Entran dos hombres y ocupan una de las mesas. Otra la ocupa una familia integrada por cuatro personas: una pareja de mediana edad y dos jóvenes.
Los meseros atienden de manera rápida a los recién llegados. En otras tres mesas ya están clientes que degustan sus alimentos, sin prestar mucha atención a la música o a la película que se ve en las pantallas.
En una mesa cercana a la cocina un grupo de trabajadores del restaurante aprovecha los últimos momentos de calma para comer algo, pues en unos minutos los clientes llegarán en mayor número y no podrán hacerlo hasta después de las siete de la noche, cuando el local cierra sus puertas, para abrir al otro día a las 11 de la mañana.
En el menú de Corregidora no pueden faltar el salmón al mango y el tradicional aguachile, un platillo tradicional de Sinaloa.
En la sucursal de Milenio III los meseros recomiendan “el taco político” como especialidad de la casa. Éste, aunque no contiene mariscos, tiene un exquisito sabor a chilorio y queso que hace chuparse hasta los dedos.
No tardan ni cinco minutos y ya en la mesa se encuentra servido este antojito. No falta por ahí el comentario irónico del cliente de una mesa cercana: “Esto lo manda don Rigoberto, antes de que lo destituyan de su puesto como delegado”.
En Corregidora, de una camioneta color blanco descienden una mujer y un hombre, quienes son atendidos de manera inmediata por el personal del vallet parking. No cruzan palabras más allá del “buenas tardes”. Son clientes comunes y corrientes, no parece existir familiaridad con ninguno de los comensales. Sencillamente van a comer, atraídos por lo vistoso del lugar, o quizá por la comida.
Los cocineros entran en acción en su área. Comienzan a preparar las órdenes de los clientes, quienes, mientras esperan sus pedidos, entretienen el hambre con una tostada con limón o con alguna salsa, de la variedad existente que llega a la docena y para todos los gustos.
Un mesero pasa con una charola llena de platos vaporizantes. Llega a la mesa de la familia. Le sirve a cada uno de los comensales, que rápidamente “le hincan el diente” a los platillos.
Es un día normal en la Carreta del Pacífico, como cualquier otro.