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Son tan mexicanos como el pulque, y en el caso de los nacidos en Querétaro, seis de cada diez guajolotes residen en el municipio de Amealco, donde el clima y las costumbres de la región fomentan su cría en traspatios domésticos.
De acuerdo con el último conteo de guajolotes de la Sagarpa, pueblan la entidad 103 mil “cabezas en pie” de este emplumado animal; de entre los cuales, 24 mil estarán en la triste disponibilidad de ser servidos en platillos de mole (o dorados al horno) antes de la cena de fin de año.
Mientras tanto, una cincuentena de “güilos” deambula en los vastos predios de El Chamizal, uno de los casi veinte restaurantes que integran el circuito gastronómico amealcense.
Aquí los machos se pavonean con orgullo una vez que suponen haber flechado a las hembras de su elección. Cuando se da el caso, ellas graznan, aletean y agitan sus plumas con euforia, a modo de respuesta. Ambos sexos parecen comunicarse mediante glugluteos: “gordo-gorda-gordo-gorda”.
“Nobles y sanos”
Alfonso Navarrete Real pertenece a una familia que cultiva guajolotes desde hace 35 años. Un clan que ya reúne tres generaciones dedicadas al oficio agropecuario y restaurantero; primeramente, orientado a la venta de barbacoa y luego impulsor del consumo de guajolote, por tratarse de un animal “noble y sano, como buen animalito de campo”.
El empresario dice que el mercado gastronómico amealcense “es bueno”, aunque sólo alcanza para que el negocio pueda abrir los días que marca la tradición local: martes y domingo, recibiendo a una clientela promedio de mil 200 comensales.
“No nos quejamos, somos líderes; pero para crecer, como todo negocio, necesitaríamos que se diera una mayor promoción turística para el municipio y viniera más gente. Ojalá que el gobierno federal nos dé el nombramiento de Pueblo Mágico y Amealco pueda desarrollarse más, porque aquí tenemos de todo”, comentó.
Navarrete descarta opinar respecto al pensamiento de otros restauranteros en el sentido de que la restricción de bebidas alcohólicas afecta al crecimiento del sector frente al de su vecino de Michoacán.
“Nosotros no tenemos problema con eso. Nuestro negocio es de tipo familiar, vienen niños, señoras, gente de todas las edades. El negocio que tienen por allá es otro: van por el puro pulque, para ponerse pedos. Si viera cuántos borrachazos se dan en la carretera. Ese sí que es un peligro que hay qué considerar”, dijo.
bft