El automóvil toma el carril de baja velocidad de la autopista México-Querétaro. Se acerca a su destino, uno de los moteles a la orilla de la rúa, refugio para las parejas que buscan algo de privacidad, sin importar su estado civil.

“Una habitación, por favor”, masculla el hombre al volante, mientras la mujer agacha la cabeza mirando la pantalla de su teléfono celular, mientras su acompañante paga los 400 pesos del cuarto.

El empleado del hotel camina frente al vehículo hasta una habitación, donde la puerta del garage permanece arriba. Así están las habitaciones desocupadas. La mayoría están cerradas, quizá el clima frío propicia la demanda.

El empleado no hace contacto visual con el cliente, y éste responde casi de la misma manera. No se sabe si es discreción, para no saber quién y, principalmente con quién, entra al lugar. Actitud similar tienen las mujeres que se dedican a limpiar las habitaciones, quienes apenas se hacen a un lado cuando el vehículo pasa a un costado de ellas.

La habitación es cómoda. La cama es king size, tiene una mesita con una silla, un sillón tipo romano… y un espejo, pero no en el techo, sino frente a la cama. A un costado del espejo y la cajonera, se ubica la televisión, donde además de los canales habituales, se ofrece una gama de canales para adultos con las más variadas temáticas: desde “lo clásico”, hasta las preferencias que las buenas costumbres y las mentes de alta moral no se imaginan.

En un buró, a un costado de la cama, se encuentra la carta del restaurante, el lugar ofrece servicio a la habitación, ya que en el cuarto sólo hay dos botellas de agua de menos de un litro cada una.

También se ofrecen otros productos, como condones (normales y de sabores), lubricantes, así como artículos de higiene personal, como desodorante, champú, jabones, entre otros.

El baño es sencillo, pero está bien equipado. Si se quiere un poco más de “estilo” se puede optar por una habitación con jacuzzi, por 200 pesos más.

Ofertas especiales.

Muchos hoteles ofrecen descuentos y precios “preferenciales”, como el que se ubica en el anillo vial Fray Junípero Serra, que ofrece una tarifa especial de 8:00 a 12:00 horas, la promoción que llamaba, muy apropiadamente, “Échate el mañanero”.

Las habitaciones no están tan bien insonorizadas, pues de pronto se escuchan algunos ruidos de los cuartos de los vecinos. También de pronto se escuchan algunos ruidos del personal que se encarga de limpiar las habitaciones. Los carritos que llevan las sábanas y los utensilios de limpieza necesitan ruedas nuevas, pues hacen “chirrin, chirrin” cada vez que avanzan.

De vez en cuando se escucha el ruido de un motor que arranca, o el de un automóvil que ingresa al lugar, para luego oír el rechinido de la puerta de un garaje que se cierra. No se escuchan muchos “buenos días”, “gracias”, “hasta luego”. Los clientes tienen prisa, ya sea por llegar o ya sea por irse.

Las fachadas de los hoteles de paso siempre serán vistosas, atractivas a las miradas, como dando un mensaje subliminal de que ahí se pasa bien el tiempo. Ya sea ubicados sobre la carretera o en avenida Constituyentes, en Corregidora, o como aquel, muy cercano a la avenida Pie de la Cuesta, que cuando abrió estaba a la orilla de la ciudad. Siempre tendrán fachadas llamativas.

Los que más cumplen con estas características son los que se ubican en la México-Querétaro, cuyas fachadas y diseños kitsch atraen las miradas de quienes transitan por la vía, irremediablemente.

Pese a ello, estos “recintos del amor” sirven para los “encuentros románticos” de las parejas, “las escapadas”, las “juntas de negocios”, los “estaba en clases”, los “no escuché el teléfono”, los “no tenía señal”, los “se me acabó la pila”, y otros muchos pretextos que sirven para salir de la rutina.

Espacios para todos.

El personal de uno de estos negocios dice que al hotel donde trabaja van todo tipo de personas, desde hombres de negocios que llegan en autos de lujo (incluso con chofer), hasta estudiantes que con mucha pena piden una habitación.

Agrega que la fecha en la cual les va mejor es el “Día del Amor y la Amistad”, seguido de las fiestas decembrinas, cuando luego de las comidas o cenas en las empresas, los compañeros de trabajo se “demuestran lo mucho que se quieren”.

Es casi la hora de la comida y la pareja abandona el lugar. Ambos salen bañados, aunque ella no lleva el cabello mojado (un plus que ofrecen casi todos los moteles: gorros para el pelo). Ella sube al automóvil y reclina el respaldo hasta dejarlo acostado, para que nadie la pueda ver, mientras él abre el garaje para salir.

Pasa junto a un empleado sin voltear a verlo. Echa un ojo a su reloj e imprime mayor velocidad al coche. Al llegar a la puerta del lugar revisa que no venga ningún automóvil… o que no esté el coche de un conocido cerca y que lo pueda reconocer. Acelera y se pierde en el tránsito de la carretera, hasta la próxima visita.

km

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