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Las puertas del “Gavilán Pollero” ya están abiertas pasadas las 11:00 horas. Adentro los encargados limpian el lugar, barren y trapean, en espera de los clientes que acudirán a la tradicional cantina ubicada en El Pueblito, una de las pocas que quedan en el lugar, y que espera todos los días a los sedientos clientes que la visitan.
Adentro aún no inicia el movimiento que caracteriza a la cantina, pero José Antonino Zúñiga Ordaz ya está detrás de la barra del “Gavilán Pollero”. Un cliente, Luis González, necesita algo para “curarse”. Una “piedra” es la bebida elegida para tan loable propósito. Tequila, anís y fernet, es la mezcla salvadora que aliviará el sufrimiento de Luis, quien con avidez toma la bebida que lo ayudará contra los excesos del dia anterior.
Un tarro del campeonísimo Chivas decora el mueble que está detrás de la barra de la cantina, que luce un viejo espejo y algunos avisos donde queda claro que si no se tiene efectivo no se toma, pues aclaran que no se fía.
José Antonino narra que tiene 25 años atendiendo la barra de la tradicional cantina, que era de su padre, Rafael Zúñiga, quien abrió el recinto en el año 52 del siglo pasado, aunque no sabe si es de las más antiguas, pues en aquellos lejanos años, sólo había siete cantinas en El Pueblito.
“Unas las han sacado. Otras las han cambiado. Son dos (las que sobreviven) la de Mayorga y ésta, las demás se han comprado los permisos, no sé. Las sacan porque el señor que las tenía ya murió y luego si tenía puras hijas ya no le siguen al negocio”, indica.
El “Gavilán Pollero” conserva su estilo clásico de cantina antigua, incluso el color naranja de su decoración parece desgastado por los años, aunque no por ello el sitio se ve mal. Al contrario, le da un aire vintage, muy de moda en la actualidad, donde la modernidad y los antros con luces multicolores suelen llamar la atención de quienes gustan de un trago.
José y Luis comentan de las viejas cantinas. Unas se han cambiado de dirección, perdiendo su atmósfera tradicional. Otras han desaparecido al paso de los años, pero algo tenían en común: todos los dueños se conocían y eran amigos. Don Marce, don Lucio, Martín Orozco, entre los nombres que recuerdan ambos hombres.
José Antonino explica que puede abrir desde las 10:00 horas, pues la mañana la usa para limpiar el local, para que alrededor de las 14:00 y hasta las 22:00 horas lleguen los parroquianos.
Comenta que el tequila es la bebida que más se consume, y siempre ha sido, apunta, “nada más que antes. En ese tiempo tomaban brandys y a la misma gente le decía si iba a querer tequila y me decían que tequila, ni que fuera albañil. Ahorita es lo contrario, la mayor parte de la gente toma tequila y es lo más caro”.
Luis mueve el vaso vacío para que José Antonino le “aviente” otra pedrada. El cantinero finge que no lo ve, para postergar unos minutos más el segundo trago para su cliente, pues aún no es siquiera el mediodía; muy temprano para dos piedras.
Explica que la clientela que acude al “Gavilán” es variada tanto en número como en variedad, ya que “es como todo el comercio, hay días que nada el pato, y hay que nada bebe”.
Precisa que incluso los fines de semana ya no son como antes, cuando había mucha gente. Actualmente hay muchas tiendas que venden bebidas alcohólicas, mientras que antes no era así, además de los antros que tienen otros conceptos que atraen a los jóvenes.
Asevera que a su cantina acuden “puros conocidos” del lugar, la mayoría de mediana edad, “ni muy grandes, ni muy viejos”. En el lugar no venden comida, pero quien quiera puede pedir su comida a los locales que gusten y lo pueden consumir en el sitio, sin que existan problemas.
José y Luis se vuelven a enfrascar en una discusión. Ahora el tema es el local conocido como “El 7”, propiedad de Pedro Matehuala, que Luis jura y perjura que aún existe, mientras que José le recuerda que está cerrado desde principios de este año.
José Antonino, padre de dos hijos y seis hijas, dice que a sus dos vástagos no les gusta el negocio, por lo que ve complicado que continúen con el lugar. “Tiene que gustarte, es como cualquier otro trabajo, donde tienes que estar bien, aunque te duela, tienes que sentirte bien”, agrega.
Él abre los 365 días del año y “un poquito más” cuando son bisiestos, aunque antes no abría los Viernes Santo, pero de un tiempo a la fecha sí lo hace, muchas ocasiones obligado por la necesidad, pues si un día no abre no come al otro.
Entre las anécdotas que tiene Antonino está la relacionada con uno de los hombres más importantes de Corregidora, Martín Arreola, quien cuando él era niño y su padre atendía la cantina, se metía con todo y caballo al local.
Aclara que en la cantina puede ingresar cualquier persona. Los tiempos de antaño, cuando había letreros que prohibían la entrada de mujeres, menores de edad y uniformados, sólo quedaron en el recuerdo, salvo en el caso de los menores de edad.
Apunta que las cantinas cumplen con una labor social, pues para quienes quieren un trago y no traen el dinero suficiente para comprarla, pueden recurrir sólo a la copa para calmar el gusto. “Luego cuando bien crudos, que se pusieron bien ebrios un día antes, tienen que curarse con algo, hacemos un servicio a la comunidad. Si vas a echarte una piedra tendrías que comprar el tequila, el anís y el fernet. ¿Y sí no traes?”, abunda, o para estos días de calor una cerveza o una michelada.
En tanto, Luis comenta que tiene toda la vida visitando el “Gavilán Pollero”, pues además de ser vecino de la cantina, suele acudir “cuando se siente mal” por su piedrita. “Es la que te aliviana cuando te estás muriendo. Te levanta, neta”.