De la Vecindad del Agua Limpia, en el Centro Histórico de Querétaro, salen tres biciorugas con capacidad para 11 personas cada una, 10 tripulantes y un conductor guía. Son las mismas biciorugas que hoy realizarán sus primeros viajes para trasladar a niños de primaria y secundaria hasta sus escuelas.
Una vez que los vehículos están afuera, los agentes de movilidad revisan que se tengan cascos y chalecos suficientes. Al interior de la vecindad, Arturo Rosales, director de Movilidad Escolar, acompañado de varios agentes da una pequeña charla informativa a los que abordaremos las biciorugas.
“Tenemos que estar bien conscientes de que esto es trabajo en equipo, que el guía lleva la voz de mando y tenemos que estar pendientes a sus indicaciones, los tripulantes deben estar atentos y replicar las señales porque a veces lo que señala el guía no se alcanza a ver hasta atrás. La comunicación es importante para la bicioruga, si nos mantenemos atentos, incrementamos el nivel de seguridad.
“Queremos que con esta experiencia los niños sepan que se puede llegar a sus escuelas en bicicleta, nuestros recorridos serán de entre tres y seis kilómetros, queremos inculcar que la bicicleta es un vehículo divertido, ecológico y saludable, que disfruten su ciudad desde un ángulo muy diferente”.
Rosales explica que el programa ‘A la Escuela en Bici’, impulsado por el gobierno capitalino, busca incentivar a los más chicos el gusto por la movilidad no motorizada, que disfruten el viaje y sepan que hay otras formas de moverse por la ciudad.
Los agentes nos piden que aseguremos bien nuestras mochilas, bufandas, celulares y demás objetos personales para evitar que estos caigan o se atoren en algunas de las llantas.
Este es uno de los muchos viajes de prueba que la Secretaría de Movilidad realizó antes de echar a andar el programa, donde se experimentaron rutas alternas, se calcularon distancias y se puso a prueba el funcionamiento de las propias biciorugas.
Una vez dadas las instrucciones y de haber detallado señas manuales para decir ‘alto’, ‘siga’ o ‘freno intermitente’, podemos subir a los vehículos. Somos aproximadamente 25 personas distribuidas en tres biciorugas, somos ciudadanos y personal de la secretaría. Nos colocamos cascos y chalecos, medimos la altura de los asientos, tanteamos cuál nos queda mejor y entre risas y tomas de selfies, abordamos.
Aunque pasear en bicicleta siempre es un momento divertido, en esta ocasión nos reiteran que debemos ir atentos a los semáforos, a los demás vehículos, a las señales del conductor guía y a los demás compañeros, pues la bicioruga requiere de trabajo en equipo y coordinación.
Comenzamos nuestro recorrido de seis kilómetros por las principales calles de la ciudad. Circulamos sobre Ezequiel Montes y provocamos sorpresa en los ciudadanos que nos ven pasar.
Son pocos, pero algunos conductores lanzan pitidos de molestia, a pesar de no haber tráfico en la zona y de que la bicioruga no complica la circulación; por el contrario, otros conductores aprovechan los altos o disminuyen la velocidad y nos preguntan de qué se trata, mis compañeros de trayecto responden que es un proyecto de movilidad escolar, pensado para acercar estudiantes a la escuela, entonces las personas de los autos sonríen y nos se despiden levantando el pulgar, otros incluso nos felicitan.
Me ubico en la parte media de la bicioruga, las constantes atracciones del trayecto me distraen de las indicaciones del guía, quien todo el tiempo nos indica con su mano cuándo debemos 'pedalear', con la mano extendida sin movimiento nos indica que dejemos de hacerlo, la mano empuñada significa 'alto total', el puño abierto y cerrado varias veces significa 'freno intermitente', además de extender el brazo izquierdo o derecho según la dirección en la que debamos dar vuelta.
Aún la cuesta más pesada no se siente tan difícil si todos pedaleamos de manera sincronizada, la bicioruga transmite estabilidad y sólo se siente uno que otro vértigo cuando damos alguna vuelta pronunciada, pero nada fuera de lo común. Me sorprende que los conductores respeten la bicioruga como un vehículo más, uno que de ser necesario comparte carriles con ellos.
A menudo nos encontramos con ciudadanos en bicicleta que celebran vernos pasar y que al igual que nosotros usan los carriles confinados o avanzan por las franjas verdes, que son de uso exclusivo para los ciclistas.
Vamos casi a la mitad del recorrido cuando notamos que la tercer bicioruga viene retrasada, así que nos detenemos a esperar. Cuando el tercer vehículo nos alcanza, notamos que una de las llantas necesita aire; podríamos avanzar, pero el guía decide invertir cinco minutos en ponerle aire para evitar ponchaduras. Una vez hecho esto, avanzamos de nuevo.
A medida que pedaleamos, el frío que sentimos desaparece. La primera mitad del camino fue cuesta arriba y por eso implicó un mayor esfuerzo, pero durante la segunda mitad del recorrido, de regreso al Centro Histórico sobre la Avenida Constituyentes, parece que el camino está hecho para disfrutarse; la bicioruga se mueve casi por inercia y sólo tenemos que detenernos y volver a avanzar según los semáforos.
Vamos de regreso a la Vecindad del Agua Limpia donde están las oficinas de la Secretaría de Movilidad. Antes de llegar, damos una vuelta al Jardín Zenea y volvemos a llamar la atención de la gente. En esta zona de la ciudad podemos darnos el lujo de tomar las calles menos transitadas y disfrutar de la belleza arquitectónica. Las fondas y pequeños restaurantes comienzan a abrir sus puertas al público, la ciudad poco a poco cobra vida.
De regreso sobre Ezequiel Montes, celebramos con unos cuantos aplausos que completamos el recorrido de casi una hora, bajamos de las biciorugas e ingresamos de regreso a la vecindad, donde entregamos cascos y chalecos.
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