Ramón González, guardameta del equipo de casa (Los Mugrosos), atrapa el balón que vuela hacia su portería, dando un salto que, visto desde atrás de las redes, parece alcanzar la cumbre de la Peña de Bernal, monolito que es considerado un símbolo de identidad por quienes habitan a su alrededor.
“La Peña nos da de comer, nos purifica y energiza para echarle todas las ganas”, dice Iván Olvera, estudiante y deportista nacido hace 21 años en este rincón del semidesierto queretano situado a espaldas del Pueblo Mágico de Bernal. Su nombre: San Antonio de la Cal, municipio de Tolimán.
Acompañado de sus hermanos y compañeros de equipo, Ángel, Juan Diego y Héctor, el joven dice que le gusta jugar en su pueblo, no sólo por comodidad, sino porque “la Peña nunca nos deja perder”. Y ahora mismo festeja el triunfo que acaban de obtener ante Los Cachorros, de Ezequiel Montes.
Sobre esta cancha con piso de tierra, un cielo diáfano da brillo a una desolada comunidad con tres mil habitantes, donde la mayor de sus jóvenes emigra (o se traslada diariamente) hacia lugares más prósperos; como Bernal, Ezequiel Montes, Tequisquiapan, San Juan del Río o Querétaro; para trabajar o estudiar.
San Antonio de la Cal tiene a su alrededor la riqueza del paisaje semidesértico, situado en el límite suroeste del Área Natural Protegida de la Peña de Bernal, extensión de 280 hectáreas que rodea al cuello volcánico con el fin de “controlar el avance de la mancha urbana y evitar la modificación de usos y destinos de la zona”, de acuerdo con la declaratoria oficial, emitida en 2009.
Enormes rocas ígneas y sedimentarias, cactáceas y árboles resistentes a la sequía como mezquites y huizaches integran un oasis que, para mayor valor paisajístico, colinda con el antiguo Valle Sagrado Chichimeca-Otomí, área que resguarda 200 capillas familiares y demás vestigios que conforman el patrimonio cultural de los pueblos que desde 1532 pueblan la región.
Pero el contraste entre la precaria economía de San Antonio y la de su vecino Bernal, que tiene una afluencia de 500 mil visitantes anuales, resulta evidente: la localidad tolimense está catalogada con un grado de marginación “alto” por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval).
Desempleo y emigración, contaminación y mal manejo del agua, basura, vandalismo y falta de vigilancia, se suman a los problemas que “siempre hemos tenido” (males respiratorios y oculares), denuncian pobladores a EL UNIVERSAL Querétaro.
“La gente sufre un choque brutal entre dos mundos: el sueño malogrado de tener empleo digno, a través de la industria extractiva, y el supuesto beneficio, que aún no vemos, del turismo de cinco estrellas de Bernal”, opina Luis Gerardo Ayala Real, maestro de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) y vecino de la comunidad.
“Además de pobreza, se enfrentan graves problemas de agua y drenaje, lo que trae contaminación y enfermedad. Es urgente que el gobierno deje de parchar sus obras: los tubos que instaló hace un año ya se rompieron. Hace falta un proyecto integral para el manejo de fluidos. Cuando llueve, esto se inunda y se mezcla con el drenaje. Y durante las secas, el agua se vuelve un objeto de lujo”, explica Ayala Real.
A la lista de males ecológicos en San Antonio, debe agregarse el problema de los desechos sólidos, situación que la propia presidencia municipal de Tolimán reconoce en su Programa de Desarrollo.
“No se cuenta con un lugar adecuado para depositar los residuos sólidos que genera la población, por lo que son depositados en un tiradero a cielo abierto, contaminando suelo, aire y agua. De igual modo, las aguas residuales son vertidas a los cauces de los ríos, sin algún tratamiento previo”, aseveró.
A raíz del colapso del drenaje causado por las recientes trombas, el edil tolimense, Luis Rodolfo Martínez Sánchez, ordenó la reconstrucción de tuberías en la parte alta del barrio Jasso, la más afectada de San Antonio. Si bien los nuevos ductos ya operan en una primera etapa, la autoridad advierte que estos “probarán su efectividad en la próxima temporada de lluvias.”
“De los problemas más graves que afectan a gran parte de la población son la pobreza, la marginación y la desigualdad… Entre las privaciones más relevantes se encuentran la alimentación, la salud, la educación y el acceso a otros bienes y servicios básicos…”, se anota en un documento para solicitar mayores recursos que envió el municipio al gobierno estatal, a mediados de 2016.
Ancestralmente dedicado a la industria de la tritura y calcinación de piedra caliza, así como a la artesanía basada en el tejido de la vara de sauz, San Antonio sufre desde hace un lustro una crisis en ambas actividades.
Una enorme fábrica de cal en el abandono, situada a pocas calles del centro cívico, recuerda a la población el fracaso de su mayor fuente laboral.
“Cuando se instaló, hace como 40 años, iba a ser una cooperativa para beneficio del pueblo, pero luego quién sabe cómo acabó siendo de un patrón, y él fue él quien la llevó a la quiebra, hará unos cuatro años; se perdieron como 300 empleos”, cuenta Juan Irineo, hombre que ha trabajado en esta industria “desde que era chamaquito”.
En la actualidad, operan en San Antonio otras dos empresas caleras, además de una firma canadiense dedicada a extraer grava. Sin embargo, según Irineo, el número de empleos que las industrias ofrecen no alcanza a más de 50 personas, debido a que trabajan con sistemas automatizados y son de baja productividad.
Más allá de la oferta laboral que ofrece la industria local, existe un problema generacional, destaca Irineo: “los jóvenes prefieren irse a trabajar a Bernal, en los hoteles o restaurantes, antes que trabajar en la cal o la grava, porque se les hace muy pesada esa chamba o dicen que se van a enfermar”.
Enrique Tapia, médico de la clínica vecina de Villa Progreso, municipio de Ezequiel Montes —a la que acude buena parte la población de San Antonio, al carecer de servicio médico—, recuerda cómo eran los tiempos en que operaba la empresa calera que cerró.
“Hace ocho años, tú veías el pueblo de lejos y todo estaba pintado de cal, envuelto por una nube blanca. Obviamente, todos acá tenían tos, bronquitis y una enfermedad muy mala que nunca se ha estudiado bien: la asbestosis, que te causa cáncer de pulmón. Aquí hay mucha gente mayor enferma de eso. Supe de quienes perdieron un ojo o la vista. Pero no hay registro sobre eso, porque el pueblo nunca ha tenido una clínica”, recuerda.
La creación de canastas, cestos y adornos hechos a base del tejido de la vara de sauz, oficio que durante muchos años brindó ingresos a hogares, ha sufrido de una baja considerable de pedidos por parte de sus clientes tradicionales: las tiendas de artesanías de Bernal y de Tequisquiapan.
Joaquín Olvera, artesano maduro que otrora promovió con éxito la artesanía local, ha tenido que reducir su producción a lo que él y su familia fabrican.
“Por la mucha competencia, las tiendas ya venden de todo y le traen artesanía de todos lados, no nomás de Querétaro. Ahora hasta de China le andan vendiendo cosas bien feas”, menciona.
La desventura parece seguir a Olvera, a quien hace dos meses le fue robada su camioneta de trabajo, un modelo 95 que desapareció afuera de su casa y a pleno sol.
“Antes aquí era raro saber de un raterillo, pero ahora ya oímos a cada rato de muchas cosas malas”, señala.
Hace seis años —poco después de que la Peña de Bernal fue declarada Área Protegida—, un número importante de familias que eran propietarias de predios comunales en los alrededores de la zona, cayeron en la tentación de venderlos a distintos compradores que comenzaron a llegar, motivados por el auge turístico de Bernal.
Héctor Olvera, hijo mayor de don Joaquín, y quien funge como administrador del equipo de futbol, abunda sobre la mencionada venta de predios.
“Mucha gente se equivocó al vender sus tierras y se los dijimos. Querían sentirse ricos un día; les vieron la cara. Muchas familias hasta tuvieron que irse”, señala.