Más Información
A los 20 años, Andrea quedó embarazada. Debido a que en Querétaro el aborto sólo es legal bajo dos causales (violación o conducta culposa o imprudente de la mujer*), decidió viajar 207 kilómetros hasta la Ciudad de México para recibir este servicio en las clínicas públicas dedicadas a la interrupción legal del embarazo, donde desde 2007 se contabiliza que 531 mujeres radicadas en la entidad han acudido.
Cuando la prueba dio positivo, Andrea recuerda que no dudó dos veces en abortar, pues con mucho esfuerzo salió de su ciudad natal para continuar con sus estudios en Querétaro, y no quería defraudar a su familia. Su pareja de aquél entonces se mostró renuente al saber la noticia, incluso la amenazó con dejarla si llevaba al término su embarazo. Sin saber qué hacer, y con el miedo de compartir con otras personas lo que estaba pasando, decidió indagar en internet para encontrar una salida. Así fue como dio con una organización civil dedicada a promover y defender los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y los jóvenes en todo el país. Se puso en contacto, y sin un centavo, tuvo que vender un par de aretes de oro para trasladarse a la CDMX donde había acordado encontrarse con una de las activistas.
“Tenía miedo, y no por el procedimiento, sino por todos los discursos que se hacían presentes en mi cabeza como ‘abortar es asesinar a una persona’, ‘abortar te va a dejar estéril’, ‘Dios te va a castigar’, ‘nadie te va a amar’; me angustiaban más que el embarazo en sí mismo, y me generaban muchas dudas y culpas. Después de un viaje tortuoso, llegué a la Ciudad de México donde una chica bien amable, perteneciente a la organización que contacté en Querétaro, me recibió en la central, y me acompañó hasta donde yo lo permití. Me explicó paso a paso lo que iba a pasar, me dijo que si en algún momento yo cambiaba de opinión lo podía hacer; al final ella estaba ahí para acompañarme, y no para juzgarme u obligarme a tomar la decisión”, dice.
Al llegar a la clínica recuerda que un grupo de personas autoproclamadas “providas” intentaron con engaños —ofreciéndole un ultrasonido gratuito que supuestamente le iba a ser solicitado en el centro antes de la intervención— de convencerla a que no lo hiciera, pero ella se mantuvo firme hasta el final. Asegura que abortar fue lo mejor que pudo hacer, y actualmente, después de mucho tiempo de esta experiencia, comparte que hoy vive una “maternidad amorosa, tranquila y deseada”.
“Al final del día tomé la decisión, sabía que era la mejor opción; yo tenía un proyecto de vida por el cual luchar y trabajar, y mi plan no era ser madre en ese momento, yo quería serlo cuando tuviera algo que ofrecerle a mi cría, cuando mi pareja y yo decidiéramos no usar condón porque esperábamos ser madre y padre, cosa que con aquel chico no pasó; si hubo un embarazo fue porque él no quería ponerse el condón, y cuando se dignaba a hacerlo, lo hacía de tal forma que se rompía”, relata.
A partir de su experiencia y de conocer el trabajo de la organización que la acompañó, se acercó a otras asociaciones que en su localidad buscan hacer efectivos los derechos humanos de las mujeres. Durante la plática, lamenta que hoy en día muchas mujeres no sepan si quiera que en la entidad existen dos causales de aborto legal, sometiéndose a maternidades forzadas, “esas que posibilitan que haya niñas y niños maltratados, con omisión de cuidados, abandonados, etcétera. Me genera enojo que las personas que se nombran pro vidas no vean la cantidad de niños y niñas que hay en esas condiciones, que peleen por salvar la ‘vida’ de un cigoto, pero no se preocupan ni ocupan por las que ya están. Creo que si cada mujer ejerciera su derecho a decidir sobre cualquier tema, tendría una vida armoniosa, conocería sus límites y no habría persona machista que la detuviera”, apunta.
Abortar en la clandestinidad
Después de muchos problemas para entrar a la universidad, principalmente de índole económico, María recibió la noticia de que había quedado en la carrera que eligió. Al poco tiempo, llegó otra no tan afortunada para ella: estaba embarazada. Con una hija, esta madre soltera tomó la decisión de abortar. Una amiga le explicó cómo era el procedimiento casero con misoprostol —un medicamento recetado por los médicos para la prevención y tratamiento de las úlceras gástricas— y sin más, determinó hacerlo.
Con pocos recursos, y sin el apoyo de su ex pareja, fue a la farmacia y pidió el medicamento al encargado, quien mirándola con recelo inquirió “¿es para ti?”, “no, es para mi abuela”, dijo ella tratando de contener los nervios y de que no se le quebrara la voz.
“Fue doloroso el proceso, y no por la acción en sí misma, sino por tener que hacerlo en este contexto, donde no puedes hablarlo porque si lo haces te tachan de ‘puta’ e irresponsable, o puedes terminar hasta en la cárcel si alguien se entera. Además, si algo salía mal, si me desangraba sola en casa con mi hija, ¿a quién podía recurrir?”, comenta María, quien asegura que luego de esta experiencia conoció a otras mujeres que, como ella, habían abortado clandestinamente en la ciudad, y quienes en el feminismo encontraron un alivio y un aliciente para acompañar a otras mujeres en su decisión. “Aunque no sea legal, nosotras seguiremos abortando en Querétaro”, asevera.
“Lo importante es crear redes solidarias en contextos como este, a través de los cuales se brinde información y acompañamiento. Cuando a alguien le sobran pastillas, se donan a las morras que no tienen varo para comprarlas, y no es que con esto una vaya promoviendo el aborto como si se tratara de vasos de agua; nosotras no queremos abortar, pero si hay que hacerlo y queremos hacerlo, y no existen las condiciones legales para practicarlo, se hará aunque sea en la clandestinidad, y sin dejar de exigir que el gobierno respete y haga válidos nuestros derechos”, asegura.
Nota: * Conducta culposa o imprudente de la mujer es cuando ésta no decide abortar, sino que la interrupción del embarazo se da por cualquier circunstancia que lo provoque como negligencias, accidentes o enfermedades.
bft