Todo se ha vuelto más lento para Luis. El internet, el flujo económico, el ritmo de vida. Su entorno cambió repentina y radicalmente a sus 24 años por una repatriación no deseada. Si fuera por él, volvería a Estados Unidos, pero sabe que es más difícil cruzar la frontera, más cuando no se cuenta con los documentos necesarios.
En los 20 años que vivió allá nunca arregló su situación migratoria. Ahora comprende las consecuencias.
Incierto, desconcertado y ajeno es lo que vive el joven desde hace casi cuatro meses en una comunidad del municipio de Jerécuaro, Guanajuato; son sensaciones que provocan que no sea sencilla su nueva adaptación a la cultura mexicana: una que había dejado atrás, ésa que lo vio nacer pero que había olvidado.
Luis Reyes nació en Acámbaro, Guanajuato en 1993. Sus padres son originarios de la comunidad Zatemayé, dentro de la cabecera municipal de Jerécuaro, pero se lo llevaron a Estados Unidos desde que —el ahora joven— tenía cuatro años. Sus padres siguen allá, así como cuatro de sus siete hermanos. Luis es el tercero y más reciente miembro de la familia repatriado.
“Lo único que recuerdo es que cuando ya estábamos allá mi mamá me llevó a un McDonald’s por una hamburguesa, de cómo pasamos no recuerdo nada”, dice Luis a EL UNIVERSAL Querétaro.
Cuenta que se trasladó varios kilómetros en carretera para llegar a Jerécuaro, el municipio del Bajío que más expulsa mano de obra a EU año tras año y que se ubica dentro de los primeros 10 municipios de población que migra en el país.
Es el menor de sus siete hermanos. Confiesa que la política no le interesa y no tiene comentarios sobre el actual gobierno de Donald Trump, así como sus medidas contra los indocumentados que allá radican.
Luis extraña la diversión, “las güeras” con las que convivía y salía de vez en cuando en Fort North, Texas, donde el joven se había asentado y estructurado un modo de vida, totalmente “a la americana”.
El error
Hace poco más de tres meses, fue detenido por la policía estadounidense. “Me agarraron pedo”, cuenta. Aunque Luis tenía poco tiempo de haberse comprado su “troca”, ese día no quiso dejar pasar la oportunidad de manejar un Mustang al que se le había cambiado el motor por uno mejor. Era de uno de sus amigos, así que se metió al auto deportivo y probó su potencia.
Al circular por una de las avenidas texanas, no se percató que en uno de los cruces estaba escondido un policía, que fue tras él al verlo circular a exceso de velocidad. La situación se agravó cuando el oficial se percató de que Luis manejaba bajo los efectos del alcohol y todavía más, cuando constató que Luis no tenía documentos, por lo que fue detenido de inmediato y prosiguió su trámite de deportación.
Allá, en el país de las barras y las estrellas, Luis platicó que se dedicaba a la colocación de tejas en los techos de las casas y los fines de año también se ganaba la vida instalando luces y adornos navideños.
A la semana, en la colocación de tejas, Luis ganaba hasta mil dólares. “Aquí ni tejas hay, las casas son de puro cemento”, es la queja del joven que regresó a Zatemayé con su abuelo y desde ese momento lo ayuda a trabajar en los sembradíos y tierras que posee la familia en la localidad guanajuatense, que se caracteriza precisamente por la agricultura y ganadería como principales actividades económicas.
En su nuevo entorno, Luis Reyes también ha encontrado dificultades para comunicarse. Aunque habla español “hay veces que no entiendo lo que me dicen, hay palabras que no sé qué significan”. En cambio, el inglés lo habla perfectamente.
La idea de volver a Estados Unidos recorre su mente casi a diario. No obstante, Luis reconoce que está lejano su regreso a suelo norteamericano por el factor económico y las políticas de migración que se han endurecido.
“Ya está muy difícil, sí quiero regresar pero si lo hago sería como mojado y actualmente te cobran siete mil dólares para pasarte, más lo que ocupas para llegar a la frontera, pero ahí también ya está peligroso por la gente que se dedica al narcotráfico y que está secuestrando migrantes”, asegura el joven que tanto adoptó la vida estadounidense, que cuando se le pregunta su segundo apellido dice “es sólo Reyes”.
Luis, que por su trabajo pudo conocer varias localidades de Estados Unidos además de Texas, no sufrió maltrato ni en su detención ni durante el tiempo que pasó en las celdas previo a su deportación.
Recuerda que el proceso para su repatriación fue rápido. Luego de varios días en detención, fue entregado a las autoridades mexicanas en Tamaulipas. Ahí le ofrecieron el apoyo básico.
“Todo pasó en 10 horas”
“Lo primero es que te dan un sandwich y algo de beber, después ya empiezan las preguntas para ver cómo te ayudan, en mi caso fue rápido, me pusieron en un autobús a Querétaro y uno de mis hermanos pasó por mí, yo creo pasaron unas 10 horas en todo esto: desde que me entregaron en la frontera hasta que llegué a Jerécuaro”, platica.
Además del riesgo de ser deportados, los migrantes repatriados por autoridades estadounidenses enfrentan otro problema, uno que pone en riesgo su vida.
“Los que regresan son interceptados por personas del narco, a veces los secuestran para pedir el rescate... y aunque se paga, los matan; otras veces, a los que no se van a su tierra natal, sino que se quedan para intentar cruzar de nuevo, los obligan a meterse en el negocio pero es muy peligroso”, dice Luis. Agrega que otra de las grandes diferencias que encuentra al estar en Zatemayé es la lentitud del Internet.
Cambio de realidad
Luis es un joven mexicano en proceso de readaptación a la cultura nacional, a una realidad que involuntariamente hizo a un lado hace 20 años y a la que repentinamente volvió para ser el tercer miembro de su familia que sufre una deportación, con un lapso de tres años entre cada una.
La vida no es la misma para Luis. Cuenta que le gustaría casarse con una norteamericana para hacerse de una estancia legal en Estados Unidos, pero para eso aún falta tiempo, pues es un joven que piensa en “güeras y hip hop” para divertirse, en su camioneta que pudo comprar antes de su deportación y que dejó del otro lado, misma que pedirá que se la manden, así como una pizza —su alimento preferido—.
Pero ahora su realidad es distinta, muy distante de lo que conocía o recordaba de su lugar de origen. Ahora todo es más lento para el joven que tiene que trasladarse a Jerécuaro para conectarse a internet.
Estados Unidos quedó atrás y aunque quiera volver, Luis debe adaptarse a la cultura mexicana con la que no está familiarizada aunque sea mexicano. Él es uno de los tantos casos de padres que viajan con sus niños como indocumentados; uno de los tantos casos de niños que olvidan su origen, que crecen y viven la vida al estilo estadounidense aunque no se les reconozca. Zatemayé, en Jerécuaro, es su nueva casa, entorno al que debe adaptarse de nuevo.