Ingrid ganó la pelea. Sólo 16 segundos, que ella sintió como dos horas, le bastaron para vencer a su oponente. Con la adrenalina a tope y el corazón latiendo muy rápido, notó que nadie se atrevía a acercarse a ella cuando derrotó a la líder del bando de la mañana de su secundaria. “Sentí cómo me miraban con respeto”.
Horas más tarde llegó la madre de la derrotada por el segundo round. “¡Es esa!”, escuchó Ingrid, de apenas 14 años, y casi al mismo tiempo vio cómo una señora se abalanzaba sobre ella. Por más fuerza que puso, su cuerpo adolescente no se comparaba con la potencia de una mujer adulta, que además estaba enardecida por cobrar ojo por ojo.
Su contrincante trajo aún más compañía. El padre de la chica perdedora era instructor de gimnasio en Tlalnepantla, donde estaba su escuela, y lo acompañó el equipo que entrenaba con él. Entre todos los atletas formaron un círculo alrededor del pleito y no permitieron que nadie se metiera hasta que terminó.
Esas fueron las primeras consecuencias para Ingrid, al escoger la vida de un acosadora escolar y organizar peleas junto con sus amigas.
En México, 43% de los niños reconocieron agredir a sus compañeros, de acuerdo con una encuesta hecha a 6 mil alumnos por la organización Educadores sin fronteras, dedicada a realizar investigaciones sobre la educación en el país. Además, uno de cada tres estudiantes de entre 12 y 18 años ha sufrido acoso escolar, según la Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la Violencia y Delincuencia.
La estudiante de secundaria no notaba que su rendimiento escolar bajaba, “para mí lo más importante era pensar en las peleas y en la forma en la que iba a molestar a los demás”.
Recuerda que cuando bromeaba sobre el físico o por cómo hablaban los demás no estaba segura de cuáles serían las consecuencias a largo plazo, sólo le parecían simples chistes de niños. De lo que sí estaba consciente, aclara, era de que le gustaba la fama y el respeto que conseguía.
Una mirada que no le pareciera agradable bastaba para que ella y su grupo se lanzaran a los golpes. Las de nuevo ingreso eran el blanco de sus bromas. Algunas no se quedaban calladas, a ellas las invitaba a participar en su grupo. Otras preferían no decir nada, a esas las escogía para molestarlas.
México es el país con el ambiente escolar más violento entre los 34 países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
“En ese momento, para mí, era muy satisfactorio. Me daba mucha risa. Cuando yo reía y hacía reír a los demás, me daba una sensación de placer. Me hacía sentir respetada y divertida a la vez. No sabía que realmente les estaba haciendo daño a las personas” cuenta Ingrid Salgado, ahora de 20 años.
“Me gustaba más la adrenalina”
En la escuela no desconocían la situación de Ingrid y su grupo. Los orientadores y hasta el director de la escuela hablaban con ella para tratar de calmarla. Sus pláticas no eran en tono de regaño; buscaban canalizar su energía hacia otro objetivo, encaminar, decían, su liderazgo en un sentido positivo.
Desde 2014, en nuestro país, existe la Ley General para la Prevención y Atención de la Violencia Escolar; sin embargo, sólo uno de cada 10 estudiantes recibe la atención adecuada en casos de acoso escolar. Solamente 48% de los maestros saben cómo aplicar esta legislación, de acuerdo con la Fundación en Movimiento, una organizacion dedicada a erradicar y prevenir el acoso escolar, financiada por la empresa de seguridad Seguritech, dirigida por Ariel Picker Schatz.
Trixia Valle, directora de la fundación, explica que muchas veces las escuelas no atienden el bullying porque no saben cómo. Su organización se encarga de ofrecer programas integrales que van más allá de pláticas para capacitarlas.
Dos cosas evitaban que Ingrid parara de hacer bullying: la adrenalina que sentía a la hora de estar peleando y que su deseo de ser reconocida sobrepasó cualquier consejo que le daban. “Cuando iba en segundo de secundaria me empezaron a hablar chicas de tercero. Quería ser como ellas, que todos me hablaran. Se me hizo una necesidad ser popular”.
Un acosador es una persona popular, ya sea porque lo admiran o le temen. Además, no mide sus actos y no le causan culpa, debido a que los hace de forma impulsiva. Así lo define el estudio Violencia entre pares en México, realizado por el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género.
“El acosador lo hace porque puede. ¿Por qué puede? Porque no le ponen un alto, porque no tiene consecuencias en su actitud, porque le valen las sanciones, porque le gusta sentir poder entre su grupo”, dice Trixia Valle, quien tiene 10 años trabajando en temas de acoso.
José García Degollado, el director de su secundaria, encontró una solución para que Ingrid y su amiga Fernanda, con quien dirigía el grupo, usaran su energía en otra actividad. Él tenía un gimnasio de box en Tlalnepantla y las invitó a practicar ese deporte, incluso patrocinó a las dos para que entrenaran con él.
Su relación con el director se fue haciendo más cercana, convirtiéndola en la primera solución para que Ingrid cambiara de actitud. “Es una persona muy comprometida con los alumnos”, recuerda.
El rap del bullying
El director Degollado le pidió a Ingrid que hiciera algo, lo que ella quisiera, para un evento organizado con el objetivo de erradicar el bullying en las escuelas de Tlalnepantla. El anuncio fue con una semana de anticipación, pero ella no estaba segura de qué hacer. Incluso pensó en no hacer nada.
“El hecho de que el director creyera en ella y la escogiera para encabezar el evento la ayudó mucho. Sentirse valiosa le ayudó a modificar su actitud porque a cualquiera le gusta que crean en nosotros. Es un fenómeno de la esencia humana. Es algo natural”, explica Trixia.
Un día antes del evento, Ingrid se encerró en la oficina del director para escribir una canción y compuso una pista para ella. Le tomó casi todo el día pero consiguió terminar el encargo. En El rap del bullying plasmó su historia y las razones por las que escogió ser una acosadora.
“La más bonita, tal vez presumida. La más abusiva, manipuladora, a veces habladora de más, pero nunca les daba su lugar. Nunca quise respetar, nunca valorar, lo que yo quería era el primer lugar”, comienza la canción en la que Ingrid cuenta su vida como bully.
Al evento asistió Fundación en Movimiento, que no pasó por alto la historia y la canción de Ingrid. Le ofrecieron grabar su rap en un estudio profesional y también que asistiera a sus instalaciones y tomara terapia con ellos.
“En el rap del bullying notamos la prepotencia. Los acosadores tienen esa actitud. Lo que dice la canción es soy prepotente, me gusta ser así y me vale. Me encanta esa adrenalina y el poder que me da”, dice la directora de la fundación.
Ingrid aceptó y comenzó su tratamiento: “Fue bastante efectivo. Me ayudó a sanar heridas abiertas desde hace mucho tiempo, a perdonar y perdonarme”. De eso van seis años y sigue trabajando con ellos, ya no en terapia, sino ayudándolos a combatir el acoso, ofreciendo conferencias.
En 2016, Fundación en Movimiento atendió en 13 estados de la República 215 casos de forma personalizada, como el de Ingrid.
“Pude ser yo”
El doctor reunió a todas las amigas de Fernanda alrededor de ella. Estaba postrada en una cama del hospital de Traumatología, en Lomas Verdes. Les sugirió que se despidieran, porque no había forma de salvarla. Antes de poder hacerle cirugía, la bala le causó muerte cerebral.
Fernanda no sólo era con quien Ingrid organizaba los “tiros”, era su mejor amiga. Entrenaba box con ella de lunes a viernes y daban clases los sábados. Se veían toda la semana y además eran compañeras de fiesta: “No había ninguna a la que no fuéramos juntas”, recuerda Ingrid.
En noviembre de 2012 Fernanda invitó a Ingrid a una fiesta en Los Reyes Iztacala, pero en esa ocasión no pudo acompañarla porque tenía un evento familiar. Lo último que le dijo fue: “Ve y nos vemos mañana”; lo siguiente que supo de ella fue que estaba internada de urgencia en el hospital de Lomas Verdes.
Ingrid cuenta que Fernanda, su novio y otra amiga salieron de la fiesta para ir a un Oxxo. Era medianoche y se formaron para ser atendidos, ya que había mucha gente en la tienda. En la fila un sujeto comenzó a acosarla y su novio, tratando de defenderla, le respondió. El acosador, sin dudarlo, sacó una pistola y le disparó en la sien. Lo mató al instante.
La siguiente fue Fernanda. El sujeto le disparó en la frente; sin embargo, la bala nunca salió, se paseó por toda su cabeza hasta llegar a la nuca. A la otra acompañante le disparó tres veces, pero no logró darle. Después, el sujeto dio media vuelta y huyó.
“Ese fue el momento en que decidí cambiar. Me di cuenta de que no estaba bien algo y que si no cambiaba me podría pasar lo mismo. Me dolió mucho la muerte de Fernanda, pero fue una enseñanza para mí. La extraño y tengo muchos recuerdos. Ese día toqué fondo”, cuenta Ingrid y suspira.
El cambio real
Fueron meses de tristeza para Ingrid, porque también murieron dos amigos más ese mismo año. Sin embargo, también fue tiempo de reflexión. Se dio cuenta de que el acoso escolar, que para ella era una moda, le estaba haciendo daño a las personas a su alrededor.
Primero el apoyo vino de su familia, después de Fundación en Movimiento y de José Degollado, que ya no es director de la escuela, pero sigue entrenándola y va a su casa de vez en cuando. “Eso me ayuda muchísimo, él me entiende”, dice Ingrid y sonríe.
“Después de la muerte de su amiga, Ingrid tuvo un cambio radical. Creo que vio su vida pasar en un minuto. Al principio tenía una actitud un poco prepotente, después de que mataron a Fernanda, dejó la prepotencia”, cuenta Trixia.
Luego se comunicó con las personas a las que golpeó para pedirles perdón. Se encontró con gente que, dice, no “guardó ningún rencor y perdonaron de corazón”. Incluso entabló amistad con algunos de ellos. Como la líder del grupo de la mañana, quien ahora es boxeadora profesional, con quien ríe siempre que recuerdan aquella pelea.
Ingrid considera que ser acosadora le formó un carácter fuerte, pero le trajo más cosas que pudo evitar. Le causa nostalgia pensar que su mejor amiga seguiría con vida si no hubieran sido violentas, como le provoca miedo imaginar que si continuaba así, se iba a encontrar con gente como la que le disparó a Fernanda.
“Lo más difícil fue empezar a medirme. Darme cuenta de cuándo estoy sobrepasando la línea del cotorreo”, dice Ingrid, quien ahora trabaja en cuentas de Afore para un banco. “Pronto comenzaré a estudiar contaduría y tengo mucha vida por delante para arruinármela con bromas tontas”, concluye.