Desde las cinco de la tarde, los vecinos del Centro Histórico comenzaron a sacar sillas a las banquetas, algunos se acomodaron en balcones, azoteas y ventanales de sus casas. Los que llegaron más tarde se sentaron en el piso y los últimos en llegar tuvieron que permanecer parados.
Todos se prepararon con cámaras y celulares para ver pasar la Procesión del Silencio, que desde hace 52 años se realiza en Querétaro y que recorre las principales calles de la ciudad.
Esta representación simboliza el camino de María, madre de Jesús, María Magdalena y el apóstol Juan desde el punto donde ocurrió la crucifixión de Cristo hasta el lugar donde limpiaron el cuerpo y finalmente lo sepultaron. Es una de las representaciones más importantes de la religión católica, junto con el Viacrucis que trata de la crucifixión y el Sábado de Gloria que se refiere a la resurrección.
La procesión es organizada por más de mil personas pertenecientes a alguna de las 16 hermandades que conforman el Patronato de la Procesión del Silencio, todos participan de alguna forma, desde la elaboración de los vestuarios, en la preparación espiritual o auxiliando a los miembros que participan en el recorrido.
La procesión partió del templo de La Cruz en punto de las 6:00 de la tarde, donde cientos de personas ya se habían agrupado en la explanada y en la Plaza Fundadores. A los alrededores, conductores y camioneros se peleaban entre sí y tocaban los claxons, pues el tráfico ocasionado por el cierre de vialidades era casi desquiciante.
Un grupo de niños vestidos de ángeles abrió la procesión, detrás de ellos varios ministros con incensarios, como si prepararan las calles para dar paso a las hermandades. A pesar de los cientos de personas reunidas en un mismo punto, el silencio en las calles era casi total, y si alguien tenía algo que decirle a su compañero, lo hacía al oído, susurrando.
Detrás de los pequeños ángeles y del humo del incienso que se abría paso sobre la calle 5 de Mayo, siguieron niñas y mujeres portando largas túnicas, cargando cestas llenas de pescado y rostros de Jesús plasmados en sábanas blancas. Detrás de ellas se vio a Magdalena, el apóstol Juan y María, la virgen, con miradas bajas y perdidas.
Otros cargaron en cojines algunos signos de la previa crucifixión, como clavos, un martillo o una corona de espinas.
Luego de esta breve introducción, cuyo propósito fue el de recordar lo que Cristo vivió en el calvario, las hermandades se hicieron presentes. Cada una integrada por un grupo de entre 30 y 50 personas, vestidas con túnicas largas y una especie de capucha llamada capirote que se usa “para evitar elogios personales”, según la explicación de los organizadores.
La mayoría de los miembros de las hermandades que participaron en la procesión, son hombres. Entre 15 de ellos cargaron una estatua de Jesús amarrado a la columna con la espalda flagelada, la figura es claramente pesada y difícil de cargar, por eso cada cierto tiempo descansaban y postraban la imagen sobre unas columnas de madera.
Detrás de ellos avanzó un grupo de hombres cargando cruces de madera, luciendo nuevamente túnicas largas y capirotes, descalzos y de los pies arrastraban cadenas.
Cada hermandad se caracterizó de la misma manera, túnicas, capirotes, pies descalzos, arrastrando cadenas y cargando cruces de distinto grosor, lo único que las diferenciaba eran los colores, algunos usaban rojo, otros morado, verde, blanco o negro.
Todas cargaron imágenes dolorosas, como El Divino Preso, la Virgen de Dolores, la piedad, Jesús en un sepulcro de cristal, en la cruz, entre otras.
Las personas miraban en silencio cómo algunos de los participantes no podían con el peso de su cruz, algunos se tambaleaban y parecían desvanecerse, los organizadores se acercaban y preguntaban si estaban bien, si podían seguir, al mismo tiempo que les entregaban pequeñas bolsas con agua para beber. Algunos les quitaban la cruz de encima para dejarlos descansar aunque sea por unos segundos.
El ambiente era de solemnidad, las personas guardaban silencio, sólo se escuchaba el sonido de tambores y de cadenas. Los organizadores más jóvenes cargaban cubetas con trozos de naranja para repartir a los participantes más fatigados.
Algunas de las personas que observaban la procesión, aprovechaban la oportunidad de que la vialidad estaba despejada y se levantaban a recoger trozos de madera que poco a poco se desprendían de las cruces, para evitar que las personas que caminaban descalzas se lastimaran.
La única ocasión en que de repente se rompía el silencio era para decir: “Oye, mija, ese señor te pide agua”, y la joven atendiendo a la indicación apretaba el paso para llegar con la persona que necesitaba hidratarse o comer un poco de fruta.
Estas acciones se repitieron una y otra vez hasta que la procesión terminó, alrededor de las 8:30 de la noche, en el mismo punto de donde salió, el templo de la Cruz.
“Esta es la primera vez que veo una representación así de la procesión del silencio, me pareció muy impactante pero también muy bonita. Creo que todo esto de ver a las personas con los rostros cubiertos, con cadenas nos hace reflexionar sobre el propósito de estas celebraciones”, comentó Sofía, visitante de Tamaulipas.