En el Mercado de Abastos, los clientes vienen y van en los locales. En algunos hay botes de gel antibacterial. En otros ese producto que en las últimas semanas escasea en Querétaro brilla por su ausencia.
No hay mucho control en la entrada de clientes. Entran y salen a pocos centímetros unos de otros. En algunos sitios usan carritos para llevar sus productos y esos mismos carritos son usados una y otra, y otra y otra vez.
“¿Papel higiénico? No, joven. No tenemos. A lo mejor hasta en próximos días”, dice el vendedor a una mujer de unos 25 años que acude a un negocio donde no hay ese producto.
“Ya fui a una tienda de autoservicio y no hay”, le dice a un hombre que está a un lado esperando su turno para comprar. Entre ellos no hay más de un metro de distancia. No guardan la distancia de seguridad entre las personas, y que ha sido recomendada por las autoridades.
A nadie parece preocupar en lo más mínimo. Nadie parece preocupado por los 22 casos de Covid-19 en Querétaro,… no, parece no importar a los queretanos que salen a la calle en familia a hacer sus compras como un día normal, como cualquier otro.
Otros, los más precavidos, van solos a hacer sus compras. No llevan compañía, en sus bolsas colocan su “mandado” y se retiran de manera rápida. Tratan de mantener un metro de distancia con los demás. No están mucho en un local. Piden sus cosas, muchas en una lista hecha desde casa, y se van. No hay tiempo que perder. Entre más tiempo se pase en la calle, en la vía pública, con otros, mayor es el riesgo de contraer la enfermedad.
En el Mercado de Abastos el movimiento es constante, incluso en los negocios de comida. Aunque en menor cantidad, los comensales siguen acudiendo a degustar algún refrigerio de media mañana entre compra y compra.
Por un lado, los comerciantes y compradores siguen con su rutina. Es algo importante para los locatarios del mercado, quienes si no venden no ganan y no tienen recursos y, al mismo tiempo, si no venden habría desabasto en la ciudad.
“Pues nos cuidamos lo que podemos, y que Dios diga”, remata el encargado de un negocio. Es la lucha por la sobrevivencia diaria, en un estado y un país que no tiene las mismas condiciones económicas que Italia, España, Alemania o Estados Unidos.
En otros lugares las escenas no son diferentes. En un tienda de autoservicio ubicada en Bernardo Quintana los clientes entran sin restricciones.
En la entrada el vigilante tiene un bote de gel antibacterial que los clientes pueden utilizar para limpiar sus manos y limpiar los enormes carritos que están a disposición de los compradores para llevar sus productos.
No limitan el número de clientes que entran a comprar, aunque el número de visitantes y las filas en las cajas no son las habituales. Hay menos compradores, pero los hay, algunos van en familia, con menores de edad y sin miedo algunos adultos mayores.
Una pareja de la tercera edad se mueve rápido por un pasillo. Toman unos frascos de café, de crema para acompañar la bebida, y emprenden la huída. Llevan dos paquetes jumbo de papel higiénico en el carrito, además de algunos quesos, leche y pan. Se dirigen lo más rápido que pueden a las cajas, donde pagan y se marchan al estacionamiento que está ocupado a 80% de su capacidad.
Dentro de la tienda los clientes hacen las compras lo más rápido que pueden. Esta vez no hay degustación de alimentos al público. No hay tiempo para ello. Se hacen las compras de manera rápida, sin detenerse a contemplar los diferentes productos y artículos. Hay que regresar a casa pronto.
Las cajeras y cajeros apenas mascullan un “buenas tardes” bajo los cubrebocas que llevan. Algunos usan guantes. Otros no, pero tienen una botella de gel antibacterial cerca y lo usan de manera constante, antes de atender a un cliente.
Ellas y ellos parecen también tener prisa en “despachar” a la gente. Su trabajo también implica riesgo, están en contacto constante con los clientes. En sus ojos se pueden ver la tensión.
En el área de comida los clientes hacen fila sin importar la “sana distancia”. Piden sus alimentos y muchos los consumen en las mesas dispuestas para ello. Algunos otros, los precavidos, piden para llevar.
La cajera lleva un cubrebocas bajo la nariz. Traer todo el tiempo este artículo sobre el rostro llega a molestar.
Los empleados trabajan en silencio. No platican. Las únicas frases que intercambian son “una pizza grande”, “unas papas en gajos”, “una ensalada”. El ambiente en ellos también es de tensión. Tienen que salir a trabajar con o sin aislamiento social. Es importante conservar el empleo, más luego de que una cadena de restaurantes a nivel nacional anunciara que contempla cerrar locales durante la contingencia sanitaria sin goce de sueldo para sus empleados, o “retiros voluntarios” de su personal.
Lo importante en este momento es conservar el trabajo para muchos de ellos. Perder la fuente de ingresos representaría otra crisis en sus familias.