Hierven las plantas de los pies. Se aprietan los músculos de las piernas. Arde la espalda a causa del trote y el peso del equipaje. El desgaste físico se agudiza gracias al tremendo sol que, como mala casualidad, golpea a la Caravana Migrante durante su paso por la autopista México-Querétaro.
Son migrantes que responden de manera impulsiva —a quien les pregunte— que su afán de llegar a Estados Unidos radica en obtener una mejor calidad de vida. El consabido “sueño americano” que igualmente dicen perseguir los braceros de casa.
Sin embargo, basta hacer otra pregunta para ver que muchos de ellos son en realidad desplazados del infierno de extorsión y violencia que enfrentaban en sus pueblos y ciudades, aún teniendo, muchos de ellos, un hogar, formas de subsistencia, familia y amigos.
La invitación para esta inédita caravana continental fue atendida —según lo reconocen los entrevistados por EL UNIVERSAL Querétaro– como si fuera un vehículo que iba a sacarlos de su pesadilla.
“Me apunté muy prontito, como si tronaras los dedos; esa oportunidad no se pensaba, era para tomarla”, comenta Moisés Cruz, jovencito con voz fuerte y grave, quien también asevera que la caravana sirvió a muchos hondureños como escudo contra el asedio de las bandas criminales.
“Esta caravana salvó vidas, yo estaría muerto, y tal vez, si no estuviera aquí ahora; pero le doy gracias a Dios y a la virgen (de Suyapa) y también a los mexicanos”.
A 2 mil kilómetros. Con 22 años, Carlos Licona nunca había salido de la sierra de Agalta, situada en el departamento de Olancho, Honduras, donde laboraba en un aserradero que hace unos meses fue ametrallado e incendiado por sicarios pertenecientes a Los Cachiros, banda delictiva que desde hace un par de años tiene acosada a esa región del oriente hondureño.
“Yo me salvé de la pelusa que iba a matar a todos y a prenderle fuego a todo. Cuando tronaron los cohetes yo estaba en la bodega, buscando clavos. Mis paisas estaban en la puerta y por eso les pegaron. Yo me arrastré por el piso y me hice el muerto metiéndome abajo de dos muertos, por eso no me vieron“, cuenta Licona.
Desde comienzos de octubre este joven alto, de ojos grises, piel tostada y botas de talla doce, ya ha caminado alrededor de 2 mil 200 kilómetros para llegar a este soleado refugio para migrantes llamado Querétaro, sin tener en claro que todavía le falta andar otros 2 mil kilómetros para pisar Tijuana y Estados Unidos.
Acompañan a Carlos tres jóvenes compatriotas que conoció en un albergue de la Ciudad de México: José Luis Bolívar, Moisés Cruz y Edgar Ordóñez.
Forman parte de un grupo que en este momento reúne a 50 varones y cinco mujeres, todos los que andan a paso veloz sobre el carril derecho de la carretera 57, entre San Juan del Río y Pedro Escobedo.
Experto en caminatas, el grupo migrante se ha venido desplazando a pausas, razonablemente ordenadas: primero con un trote intensivo, de duración promedio de 45 minutos; luego, un alto en el camino para sentarse, el cual es de 20 minutos. Cada periodo puede ser interrumpido cuando un vehículo, idealmente un camión de carga, se detiene para darles un aventón.
Alfredo Bolívar, de 23 años, ex empleado de una finca del departamento de Comayagüela, no duda en contar que él llevaba dos meses a salto de mata, muy lejos de su pueblo. Cuando oyó hablar de la caravana, y sin pensarlo, se sumó a esta, viniéndose con lo que traía puesto.
“Nos pidieron solamente la cédula de identidad, y como la traía entre la ropa, pues ya así pude salir de Honduras y venirme a México. Ya después esta chaqueta y el bolso me los regalaron, y gracias a Dios puede llegar a Querétaro”, cuenta Alfredo.
Migrante casual o involuntario, el joven Alfredo explica que la primera razón de su huida fue que hace apenas 60 días presenció el asesinato de sus patrones, un matrimonio que fue acribillado con al menos 200 balas de alto calibre.
Ocurrió que los sicarios sólo iban por la vida de sus víctimas, dejando a salvo a los trabajadores. Sin embargo, después de que se habían marchado, optaron por volver contra los testigos, mismos que si bien ya habían escapado, ahora estaban bajo el ojo de Los Amador, banda que hace y deshace en el pueblo.
Las historias sobre desventuras enfrentadas con los cárteles hondureños son frecuentes entre estos migrantes, ahora constituidos en una caravana que parece dotada de gran ímpetu y que a partir de su arribo a Querétaro proyecta seguir el éxodo hacia el Bajío y norte del país, con sólo una meta por delante: cruzar la frontera. ¿No tienes miedo por lo que puedas encontrarte en México o en Estados Unidos?
“Yo sólo le debo tener miedo a Dios, me dijo mi padre”. Si no logras cruzar al otro lado, ¿qué harás?, le preguntamos.
–Sí vamos a cruzar, yo no pienso que no se pueda. Ya va a ver.
Moisés Cruz tiene apenas 22 años pero parece llevar consigo la experiencia de un veterano de guerra en varias visitas.
bft