Alejandro Rodríguez toma con pericia el ramo de flores. Acomoda las rosas y el follaje. Da un paso hacia atrás y observa su trabajo; queda satisfecho. Dedicado a la floristería, él es la tercera generación dedicada a este oficio, pues antes su padre y su abuelo comenzaron en el mercado Escobedo, cuando aún estaba en lo que actualmente se conoce como Plaza Constitución.
Afirma que actualmente, con el crecimiento de Querétaro, enfrenta una mayor competencia, pues en las calles muchas personas ya vender flores, pero él confía en su experiencia para hacer arreglos, dando un valor extra a sus productos.
El mercado Escobedo, entre las avenidas Zaragoza y Constituyentes, es de los más visitados por los capitalinos. Ahí se encuentra de todo, desde comida que va de tacos de barbacoa o carnitas hasta pescados y mariscos, sin dejar de lado la comida corrida y los antojitos, como los guajolotes y las gorditas de migajas.
En este sitio, Alejandro continúa con el oficio heredado de su padre y su abuelo, y en el que lleva 25 años. “Es un negocio que viene de familia, lo iniciaron los abuelos, luego los padres y aquí le seguimos, para no perder la tradición. Ellos empezaron en el mercado Escobedo, pero cuando estaba en el centro”, indica.
Apunta que siempre se han vendido las flores, que nunca ha decaído el negocio, pero actualmente la competencia es más, como los vendedores que se ubican en las diferentes avenidas de la ciudad.
“Para nosotros se pone un poquito difícil, sobre todo porque la gente compara los precios de allá, de afuera, con los de nosotros. No saben que nosotros compramos flores de invernadero. En consecuencia, regatean aquí el precio sin saber que aquella flor, al ser de menor calidad, dura menos y nos dicen que la flor de la calle la dan más barata”, refiere.
Alejandro comenta que aprendió a hacer arreglos florales de manera empírica, viendo a sus padres y compañeros de oficio. “Echando a perder se aprende”, bromea. En el puesto familiar hizo sus pininos en el oficio. Apunta que normalmente, cuando se está en el proceso de formación, veía los diseños de los tíos o los primos, tratando de copiarlos. Con el tiempo y más experiencia, ya se hacen los diseños propios, que salen de manera natural.
Además, subraya que los diseños van de acuerdo a la ocasión, pues no es lo mismo diseñar un arreglo para regalar a la pareja, que hacer uno para una boda o para un funeral.
Muestra un arreglo hecho con cuatro flores diferentes: lilis, rosas, gerberas y concadores, hecho para regalo o aniversario. Un arreglo así puede costar 250 pesos, aunque también hay de 100 pesos.
Precisa que en la actualidad hay muchos clientes que llegan con diseños que ven en internet o las redes sociales, con la intención de que se los hagan así.
Alejandro dice que los novios son los que llegan pidiendo un diseño, muchas veces sin importar el precio, aunque también deben ofrecer costos alcanzables para no “espantar” al cliente.
“Yo no compito con el precio, compito con la calidad que ofrezco. Hay locatarios que se los pueden dar más barato, pero no es la misma calidad y el cliente regresa diciendo que en otro puesto lo dan más barato, pero el responde que vea la calidad”, asevera.
A veces, los modelos o pedidos no quedan como el cliente los pide, pero es principalmente porque son “arreglos de revista” y muchas de las flores que se usan en la elaboración de los mismos no son del país.
La flor que vende Alejandro proviene de invernaderos del Estado de México, Morelos y Michoacán. El hombre dice que lo que más disfruta de su trabajo es hacer los arreglos y ver que la gente se va satisfecha.
Apunta que antes la gente se fijaba mucho en el color de las rosas, pues de acuerdo al mismo era la intención y significado del regalo. Agrega que antes la rosa amarilla no se vendía mucho porque decían que era de desprecio. Las nuevas generaciones, añade, ya no se fijan mucho en esos detalles, sólo buscan que sea algo que alegre la vista.
Alejandro atiende el negocio junto con su esposa, Martha Karina Fernández, quien también aprendió el oficio (casi arte) de hacer arreglos florales y que, afirma, puede hacer en menos de media hora.
La mujer toma un manojo de claveles y los revisa, mientras Alejandro ultima detalles de un arreglo. Los clientes, principalmente mujeres, se acercan a comprar una docena de rosas o claveles que llevarán a casa para alegrarla con su vista y su olor.
Hay otras personas, precisa Alejandro, que no les gusta pasar cerca de las flores, porque dicen que “huele a panteón”, pues el aroma les recuerda esos sitios. Alejandro sólo sonríe, pues las flores no sólo son usadas en funerales. De hecho, puntualiza, se pueden usar para toda ocasión.