“Váyanse a su casa, es la tradición”, grita un habitante de El Pueblito a los manifestantes defensores de los derechos de los animales que acuden al “Paseo del buey” a protestar en contra de una de las fiestas más emblemáticas y polémicas de Corregidora.
Los integrantes de Acción Vegana aguantan los insultos y el acoso de los participantes del festejo, que gritan “El Pueblito, El Pueblito”, mientras que un oficial de policía, en lugar de llamar al respeto hacia los jóvenes manifestantes, los conmina a retirarse, “para evitar problemas”.
Las calles del centro de El Pueblito están cerradas al tránsito vehicular. Sólo se puede llegar a pie hasta donde se pasea a los bueyes, para conmemorar el 283 aniversario del actual Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito.
Familias se reúnen en las calles céntricas de la localidad. Esperan ver a los animales que tras el paseo, vean que los dos bueyes no son robados, y dicen otros, para ver que sean animales sanos, serán sacrificados para hacer un caldo que repartirán este día en los barrios de El Pueblito.
Los animales comienzan a ser “paseados” justo afuera de santuario de Nuestra Señora de El Pueblito,
Ahí están el obispo de la Diócesis de Querétaro, Faustino Armendáriz Jiménez. También acude el alcalde de Corregidora, Roberto Sosa Pichardo. Las autoridades religiosas y civiles se reúnen en torno a la festividad que a la vez convoca a todos los ciudadanos del municipio.
Muchos de los comercios están cerrados. Los que abren, de manera obligatoria son los de alimentos. Carnitas, pollos asados, tacos, son ofrecidos a los paseantes, locales y turistas que se congregan para participar en la fiesta.
Los bueyes van “decorados” con panes, vegetales, flores, plumas. Son llevados, cada uno, por medio docena de hombres que, cuando el animal se asusta con los cohetones que se queman en el festejo, casi se tiran al suelo para contener la fuerza del burel.
Cuando eso pasa, los cientos de mirones que observan la escena desde la banqueta retroceden, tratando de ponerse a salvo del buey que hace esfuerzos por liberarse de las cuerdas que lo atan por la cabeza y lo incomodan.
La pirotecnia, de tan malos recuerdos últimamente en los festejos religiosos en el estado, sigue presente. Cada cierto tiempo se arrojan los cohetones que suben y estallan. Cada que eso pasa, los bueyes hacen el intento de huir.
Los animales son rodeados por la gente a lo largo de las calles por las cuales caminan en su paseo, en sus últimos momentos antes de ser sacrificados y cocinados por los mayordomos y sus familias.
Los mayordomos, vestidos con camisas blancas, fajas rojas y jeans azules, son los encargados de controlar a los animales que nerviosos tratan de huir.
Cuando llegan al final del recorrido, los defensores de los animales sacan sus carteles en contra del maltrato animal.
Uno de los activistas explica que son un grupo de veganos que acuden a manifestarse contra el maltrato hacia los bueyes, además de estar a favor de los derechos de los animales.
“Venimos para hacer un poco de conciencia sobre la cosificación que se está haciendo de los animales. Ahorita somos pocos los que nos estamos manifestando, somos cuatro o cinco personas, pero queríamos atestiguar el maltrato para hacerlo visible a la mayoría de las personas, pues la mayoría no conocen esto”, indica.
Los activistas reciben gritos por parte de la los habitantes de El Pueblito. “Es una costumbre. Si quieres adóptalo”, le grita un joven a uno de los manifestantes. Cuando el “valiente” que grita se ve descubierto por el joven a quien le profirió “la recomendación”, el valor desaparece, pues retrocede y se pierde en la multitud.
Los policías municipales no hacen nada para evitar los insultos a los jóvenes veganos que son superados ampliamente por quienes están a favor de “la tradición”.
“Parten de ver al animal como una cosa. Dejan de tener valor, sólo el que le dan el ser humano. Estos animales son seres igual que nosotros que tienen la misma capacidad de sufrimiento. Los animales están asustados”, afirma el activista, quien a pesar de estar rodeado de personas cuya intenciones para con él sus compañeros no son las mejores, conservan la calma.
Una joven, delgada y de no más de 1.60 metros de estatura sostiene su cartel donde se lee: “No más esclavitud. No más violencia”. Es increpada por unos participantes del festejo, quienes le reclaman su postura ante el maltrato animal. La cuestionan y le preguntan de qué material están hechos sus zapatos. “De plástico”, responde la joven mujer, dejando sin argumentos al sujeto que la cuestionaba.
Apenas un par de policías están ahí para evitar que “la sangre llegue al río”. Otros más, que no se identifican, “exhortan” a los jóvenes veganos a retirarse, para evitar que los ánimos se enciendan.
Los animales son subidos a remolques y llevados al rastro, para ser sacrificados y hoy servirlo como alimento a los habitantes de El Pueblito que quieren conservar viva esta costumbre.