“Vamos Amealco, ábrete, sigue pegándole”, grita el instructor Domingo Márquez a su pupilo, Brian Nava, mientras que el entrenador del rival, Alejandro Turi, vocea lo que ve: “Dale, Turi, así, dale más”.
Para evitar que la victoria se le escape de la jaula, Turi se lanza contra Nava dispuesto a desgarrar o ser desgarrado. El lance del felino queretano parece un huracán, pero el cachorro amealcense lo disipa con un torbellino de pies y manos.
Con fuerzas ya probadas —fundidos en un abrazo en el que cruzan llaves de lucha libre y golpes de puño, codos y rodillas—, los dos gallos humanos llegan parados al chicharrazo del primer asalto.
“En el otro te lo acabas, Brian”, dicen en su esquina. Del otro lado gritan “ya lo tienes, Turi, lo rematas comenzando”.
El escenario de este y otros pleitos es la sala de usos múltiples del municipio de Amealco de Bonfil, donde se realiza el torneo de Artes Marciales Mixtas (AMM) Gladiator of the Cage 16, organizado por The Fraternity, el cual convoca a una veintena de clubes queretanos.
Detrás del alambrado, el reportero de EL UNIVERSAL Querétaro percibe la respiración jadeante y la rápida exhalación de los púgiles al momento de prodigarse guantazos y patadas que suenan como truenos y cimbran las columnas del octágono, aún cuando se trate de dos pesos mosca con edad promedio de 18 años.
Compuesto, en su mayoría por familias, el público vitorea a sus favoritos de la noche, mientras que una edecán alista la cartelera con la que entrará a la jaula para anunciar el round siguiente. En el centro del coliseo, un espigado árbitro escruta su reloj después de otorgar a los peleadores tres minutos para enjuagar la garganta y secarse el sudor.
–¡Fight! –grita el árbitro—, y el combate se reinicia.
Aproximadamente mil peleadores de AMM entrenan en gimnasios de la entidad (95% son amateur), afirma Domingo Márquez, impulsor de un deporte que, desde la óptica de otras disciplinas, suele ser cuestionado por su violencia extrema y por acatar menos reglas que las que se imponen en el boxeo o al taekwondo.
“Los que hablan mal de las AMM no lo entienden. Esto es un deporte muy completo, que requiere dominar muchas técnicas y te exige un control de tus emociones, mente y cuerpo. Aunque no lo creas, los peleadores de AMM son muy pacíficos en su vida diaria”, afirma Márquez, con 30 años como instructor del rubro.
Algunos chicos creen que llegarán a ser profesionales como los que salen en la televisión de Estados Unidos y dejan la escuela, se le comenta al entrenador.
Responde que eso es una tontería de los chavos. “Este es un deporte formativo, complementario de la vida académica, pero no puedes tomarlo como pretexto para salirte de la escuela. Llegar a ser profesional de AMM es algo que sólo podrá lograr uno de cada cien… imagínate nomás”, señala.
Previo al encuentro, este diario visitó a los dos contendientes en sus domicilios, a fin de conocerlos en su entorno familiar, así como preguntarles acerca de los motivos que los llevaron a elegir a las AMM por encima de otros deportes de contacto, tales como el taekwondo, la lucha libre o el boxeo.
–¿Qué te dio por entrar a combatir en las AMM?
–Tengo el corazón, tengo la habilidad, soy buen peleador. Me lo han dicho muchas personas. El primer día que fui a entrenar mi maestro me dijo que tenía el talento, que sí me veía futuro, responde Alejandro Turi.
Sentado en la sala de su casa, situada en un fraccionamiento de clase media de esta capital, le acompañan su madre y hermana, tres de sus amigos y uno de sus maestros.
Turi es un chico desenvuelto, con estudios de preparatoria en un colegio privado, y quien ha comunicado a su familia que no planea ir a la universidad ya que “en cinco o seis años, máximo” estará peleando de manera profesional.
–¿En dónde te imaginas peleando y ganando dinero?
–En Estados Unidos; sólo allá puedes, porque en México no hay una liga o un nivel semejante.
Antes de iniciarse en las AMM asistiendo a un gimnasio de Corregidora, Turi dice haberse inspirado a través de la televisión por cable e internet, mirando las coloridas luchas de gladiadores que produce la Ultimate Fighting Championship (UFC), corporación estadounidense que impulsa de manera global ese deporte-espectáculo.
–¿De verdad lo ves como una carrera profesional?
–Por supuesto, es una carrera como cualquier otra. Fuera de la jaula un peleador puede ser tu amigo, pero una vez entrando a esta se vuelve un rival y, entonces, tienes qué hacer tu trabajo.
Teté Segovia, madre de Alejandro, expresa su apoyo a la decisión que tomó su hijo de dedicarse a la pelea; sin embargo, no deja de manifestar la angustia que experimenta cada vez que este entra al octágono.
“La primera vez que lo vi adentro de la jaula, me puse a temblar. Es una sensación muy fuerte y como madre nunca te acostumbras. Un poco en broma, la primera vez que lo vi pelear le dije ‘¿y todo lo que invertí en llevarte al pediatra, al ortopedista, en tus dientes?’ Pero esto va más allá: es su camino de vida, es lo que él decidió. ¿Qué puedo hacer? Sólo apoyarlo.
“Fue así que comencé a acompañarlo a sus peleas. A mi primer hijo (chef) lo acompañé a sus degustaciones, al otro (ingeniero) a sus proyectos productivos; hoy me toca ir con Alex a sus peleas. Claro, dentro de mi corazón nunca digo: ‘qué padre siento de verlo pelear’”.
Para Patricia Flores y Adrián Nava, padres de Brian, la angustia es la mayor sensación que experimentan al verlo convertido en un gladiador de las AMM, y en un héroe para muchos jóvenes de la comunidad rural que habitan: San Nicolás de La Torre, en Amealco de Bonfil.
“Me dan muchos nervios. No es agradable ver que lo golpeen. A él mismo también le dan nervios saber que yo estoy viéndolo pelear, así que para que se sienta en su zona de confort, mejor no voy. Me quedo en casa con la angustia”, explica su madre, quien se dedica a la venta de quesos y otros alimentos típicos de la comunidad.
“Es cosa que uno no se sabe explicar, pero es desesperante. Está uno viéndolo pelear y aprieta las manos de uno al otro lado. Como papá, es muy difícil ver que tiren o le peguen a tu hijo. Quisiera uno meterse a la jaula a quitarle al rival, y al día siguiente amanece uno tenso, adolorido”, dice su padre, quien anduvo varios años como migrante en Estados Unidos y hoy atiende una ferretería.
Para entrenar durante sus ratos libres, Brian Nava tiene muy cerca de su hogar el amplio casco de la ex hacienda de San Nicolás, una de las más antiguas del estado, del siglo XIX. Ahí suelen acompañarlo niños y jóvenes que lo admiran por disputar el cinturón estatal de peso mosca.
Pero Brian es particularmente modesto, y dice a este diario que no piensa “perder el piso”, ni ahora ni mañana.
“Antes de una pelea no pienso en ganar, sino en trabajar. Ahorita estamos entrenando muy fuerte, conociendo mejor al rival, viendo cómo lo vamos a mover. En este deporte todo puede pasar, así que nunca hay que confiarse, como tampoco perder el piso en caso de ganar”, señala.
Estudiante destacado de bachillerato, con promedio de 9.5, Brian planea inscribirse en la UAQ, con objeto de estudiar una ingeniería. Sin embargo, dice que no interrumpirá su carrera como peleador, sólo dejando que el destino le indique su mejor futuro.
“Si se puede llegar a lo más grande como peleador, allá llegaremos. Mi profe me motiva mucho, es una persona que respeto y admiro, porque me ha dicho: ‘si tú quieres llegar lejos yo te puedo contactar en Estados Unidos. El chiste es que le eches todas las ganas, que palancas tenemos para llegar a lo grande, sólo es cosa de tiempo’”, dice
En su anterior pelea, Brian ya se enfrentó a Alejandro Turi, con resultado desfavorable.
“Conozco bien a Turi, ya peleé contra él. En aquella ocasión me terminó ganando; pero yo espero que va a cambiar la cosa e iremos por la revancha. Con toda mi gente, y con todo el apoyo de mi profe, vamos a ganar”.
El segundo round resulta tóxico para Alejandro Turi, quien logra mantenerse en pie sólo durante 66 segundos, antes de que su propio equipo pida al réferi finalizar el pleito.
Primeramente, el queretano queda a merced de una prolongada llave aplicada por el amealcense sobre su esternón, forzándolo a doblar la espalda debajo de dos brazos como tenazas. Luego, transcurrido un minuto, Brian dobla a su rival mediante golpes de rodilla en las costillas, y al final lo acaba con una sorpresiva ráfaga de guantazos a la quijada.
“Acuclillado” sobre la lona, Turi queda atontado, brazos y piernas sin fuerzas, apenas balanceando la cabeza y parpadeando, como quien buscara un rótulo en una carretera neblinosa. El árbitro eleva los brazos y voltea a ver al triunfante Brian, quien todavía parece tener fuego para otra batalla.
bft