Las calles del primer cuadro de la ciudad de Querétaro lucen vacías. Un ligero olor a pólvora se respira en el aire. Las personas que se ven son aquellas que regresan a casa luego de celebrar el Grito de Independencia la noche del 15 de septiembre.
Para quienes no se desvelaron o se excedieron en la comida y la bebida, la mañana del 16 de septiembre se convierte en un buen momento para salir a pasear.
Desde temprano los diferentes contingentes que desfilarán por el centro de Querétaro se preparan para la parada militar. Los más puntuales, como siempre, los elementos de la 17 Zona Militar, quienes con sus uniformes y equipo se llevan los aplausos de los asistentes a la movilización militar.
Son 15 contingentes los que desfilan. Conformado por militares, policías, bomberos, estudiantes, que son observados con atención por los presentes, en especial los niños, que miran emocionados el paso del cuerpo de artillería y del los integrantes del Heroico Cuerpo de Bomberos.
De los contingentes más vistosos son los motociclistas de la policía, cuyas máquinas con su estruendo hacen vibrar el piso.
Como en todos los eventos que convocan a multitudes, no pueden faltar los vendedores de todo tipo de productos. Papas, chicharrones, dulces, aguas, refrescos ofrecen los comerciantes a los asistentes.
Los vendedores caminan de un lado a otro de Zaragoza, a donde se reúne la mayoría de la gente, muy cerca de la avenida Ezequiel Montes, sitio donde se instala el templete para las autoridades del estado, encabezadas por el gobernador Francisco Domínguez. El mandatario estatal fue acompañado por representantes de los poderes Legislativo y Judicial.
Observan con atención el desfile. Hacen comentarios y siguen admirando el paso de los contingentes.
Entre los ciudadanos, algunos tienen mejor lugar que otros. Quienes llegaron temprano pudieron instalarse en las banquetas, con todo y sus banquitos llevados de sus casas. Otros pudieron colocarse en el camellón de Zaragoza, justo bajo la sombra de los árboles de la avenida, se dan un alivio ante los rayos del sol de la mañana.
Algunos papás sudan copiosamente por llevar a sus hijos sobre los hombros. Otros lo hacen por el exceso de brindis o del plato de pozole del día anterior. “Todavía nos quedó pozolito en la casa. Eso vamos a comer”, dice una mujer a sus hijos y esposo que están bajo un árbol muy cerca de la calle de Ocampo.
Otros hombres aguantan de manera estoica el calor, el dolor de cabeza, el ardor de ojos. La sed y el sonido de las bandas de guerra que participan en el desfile.
Las diferentes escuelas que participan, como el Colegio de Bachilleres, al igual que el Pentatlón Militarizado, llevan sus propias porras. Son sus familias que los acompañan en este momento, los animan y, naturalmente, les toman fotografías para guardar el recuerdo del día.
El contingente favorito de los presentes es el de los bomberos. Al paso de los camiones que avanzan con torretas y sirenas encendidas los aplausos no se hacen esperar. Los integrantes del Heroico Cuerpo conservan la compostura. Se muestran serios, inmutables.
El sonido local, que siempre acompaña en los eventos oficiales de gobierno es el encargado de hacer la descripción de los contingentes y sus integrantes. Uno por uno de los elementos son presentados a las autoridades.
El desfile llega a su fin. Se escucha el parte. Las autoridades se retiran, mientras que los ciudadanos lo hacen de manera más tranquila. Aprovechan para caminar sobre la avenida cerrada al tránsito vehicular. Ver y sentir la ciudad de una manera diferente a la que usualmente su cotidianeidad los arroja.
También en algunos los municipios se llevan acabo algunos desfiles para recordar el inicio de la gesta independentista.
La gente se comienza a dispersar de acuerdo a su sitio de origen. La mayoría toman hacia el Centro Histórico de la ciudad. Aprovechan el día de asueto para pasear en familia, en pareja o con los amigos.
Para esa hora ya hay más vida en las calles. Contrario a la mañana, muchos negocios han abierto sus puertas y reciben a los paseantes.
Mientras tanto los contingentes de las fuerzas de seguridad y militares enfilan a sus sedes, a sus cuarteles, satisfechos con el deber cumplido, después de hacer las delicias de la población, de los niños que ilusionados dicen a sus padres que de grandes quieren ser bomberos o soldados, impresionados por la demostración de gallardía y honorabilidad de los integrantes de estos dos cuerpos.
Un padre sonríe con la idea de su hijo de ser militar o bombero. Le dice que está bien, que puede serlo. El niño hace un saludo militar. Se lo toma en serio.