Los integrantes de la caravana migrante estuvieron menos de 24 horas en Querétaro. Muy temprano, el viernes tomaron sus cosas y partieron rumbo a San Luis Potosí con la esperanza de llegar a la frontera.

Carlos Mauricio Guardado, junto con su esposa, Yaritza Mercedes, y sus cuatro hijos se alistan para abordar el tráiler que los transportará hasta la capital potosina, su próxima parada en este viaje que comenzó a mediados de enero, con la confianza de llegar a Estados Unidos.

Los cerca de 2 mil migrantes comienzan los preparativos para salir de madrugada. Son llevados por las autoridades del estado, siempre custodiados y vigilados por personal de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), hasta la lateral de 5 de Febrero, a un costado del Centro de Asistencia Social del DIF, Carmelita Ballesteros.

En ese punto se cierra la circulación para permitir el paso de los migrantes y que puedan abordar los camiones que los llevarán hasta San Luis Potosí.

Carlos, de origen hondureño, era panadero en su país. Espera sentado en unas cobijas a que llegue el próximo camión que los lleve al norte, que los acerque a la frontera.

Dos de sus hijas se juntan a él. Una de ellas toma un refresco, mientras, ajena al movimiento que ocurre a su alrededor, ve pasar a más migrantes, policías y personal de la CNDH que les dice que se formen, que abordarán el camión en el orden en el que están formados.

Luce estresado. Como la mayoría de sus compañeros ya quieren seguir su travesía hacia la frontera norte. A unos metros su esposa cuida a los otros dos niños. Uno de ellos, el menor, en una carriola. Está dormido.

Poco antes, una camioneta de redilas de tres y media toneladas partió rumbo a San Luis Potosí. Una mujer, empleada de la CNDH, les dice que se acomoden de pie dentro de la unidad para que quepan más. Es un viaje de aproximadamente tres horas hasta la capital potosina. Viajando de pie, se hará más largo.

Antes de subir a la camioneta les ofrecen bolsitas llenas de agua, mientras les dicen que se acomoden. Los van contando para no saturar el área de carga de la unidad y corran peligro. Quienes no alcanzan a subir, regresan a la fila para esperar el otro transporte.

Carlos espera junto a sus hijas, cuyos ojos aún piden un poco más de sueño, pero aguantan a un lado de su padre, extrañadas del movimiento o quizá ya muy acostumbradas después de 15 días de viaje desde Centroamérica.

Muchos de los migrantes denotan cansancio. Dormir apenas unas cuantas horas todos los días, sin la alimentación adecuada que les permita recuperar su energía, va minando sus fuerzas. Otros lucen muy delgados. El camino desgasta y consume.

Aprovechan estos momentos previos a iniciar el viaje para dormitar sentados sobre cobijas o colchonetas que llevan con ellos. Unos se recuestan en la acera. La fila de migrantes ocupa el puente peatonal sobre 5 de Febrero, frente al Carmelita Ballesteros.

Quienes llevan niños no los pierden de vista, los mantienen cerca de ellos para que puedan abordar antes los camiones, pues se les da preferencia.

Carlos Leonel Hernández Santos espera poder abordar una camioneta, pero le dicen que está llena, por lo que tiene que regresar a la fila. Dice que se unió a la caravana, pues tenía tres meses en la frontera. También es originario de Honduras.

Señala que tiene gripa, pero aún así debe seguir adelante, pues cada vez falta menos para la frontera y aspira a cruzar hacia Estados Unidos.

Christian Alexander Hernández Castillo, también hondureño, lo acompaña. Indica que quiere llegar al país del norte también para encontrar un trabajo, pues en su país las cosas son “muy duras”. Deben enfrentar crisis, desempleo y violencia.

Agrega que si pudiera encontrar un trabajo en México lo aceptaría también, pues la necesidad lo obliga a trabajar.

Salió el 11 de enero de Honduras, con muchas ganas de trabajar en lo que sea. En su país natal se dedicaba a cuidar ganado, recuerda que vivía en una zona rural.

Un camión de plataforma se acerca. Su destino es Santa Rosa Jáuregui. Muchos migrantes aceptan el “aventón” hasta ese lugar. Quieren irse y el otro camión no llega.

Carlos platica con el chofer y sube a la parte de atrás. Lo siguen varios migrantes. El personal de la CNDH les dice que sólo hombres pueden subir al improvisado transporte. Sin embargo, varias mujeres también lo abordan.

Un oficial de la Policía Estatal se acerca al chofer y le dice que lo seguirá una patrulla para escoltarlo y ver por la seguridad de los migrantes. El conductor de la unidad asienta con la cabeza y emprende el camino mientras los migrantes se despiden.

Pasan algunos minutos y un tráiler llega hasta el punto donde los migrantes esperan. Muchos quieren abordar de inmediato, pero se debe guardar el orden de la fila.

Les dicen que se recorran hasta el fondo de la caja, que vayan de pie, que los hombres ocupen las orillas y dejen a las mujeres y niños en el centro del camión.

Carlos, Yaritza y sus cuatro hijos son de los primeros en subir. Reciben sus bolsitas de agua y buscan un lugar cómodo para estar las tres horas de viaje.

Poco a poco, la caja del tráiler se llena. Aún quedan migrantes en espera de otro camión que los lleve al norte, a tierras potosinas, donde pasarán la noche del viernes y luego emprenderán el camino nuevamente, en su último tramo a la frontera.

Muchos no saben a qué punto fronterizo los llevan, pero lo que quieren es llegar seguros y lo más pronto posible. En la frontera “ya Dios dirá”, comenta Carlos.

bft

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