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La llamada nueva normalidad ha traído consigo el relajamiento de las medidas de aislamiento social, y es cada vez más común ver en la calle a personas que dejan de lado el uso de cubrebocas, ya sea porque les incomoda, o porque no creen que puedan contagiarse de Covid-19, ante la falsa idea de que en esta pandemia “lo peor ya pasó”.
Las calles del centro de Querétaro se ven cada vez más pobladas. En pareja, familia o en solitario, los queretanos salen a recorrer las viejas calles, con sus edificios antiguos, de más de tres siglos, y que durante ese tiempo también han sido testigos de epidemias que diezmaron a la población en su momento.
Por las calles queretanas también caminan las artesanas indígenas, quienes ofrecen sus tradicionales muñecas, que ahora suman un nuevo accesorio a sus vestimentas: el cubrebocas. Las artesanas ofrecen algunos de sus modelos con el novedoso artículo.
Ellas ofrecen para la venta los cubrebocas que ellas mismas elaboran, esto como una medida para obtener más recursos económicos en estos tiempos de pandemia, época en la que los ingresos se han visto afectados para casi toda la población.
Los ciudadanos caminan sin portar el cubrebocas. Lo usan cuando se ven en la necesidad de entrar a un local comercial, donde los obligan a portarlo. De no llevarlo no pueden ingresar a ningún lugar, por lo que se lo colocan sobre la boca (rara ocasión sobre la nariz), para hacer compras.
En los negocios, un empleado toma la temperatura en el brazo de las personas, “por aquello de que los termómetros matan neuronas”, sin saber que la temperatura de una extremidad es diferente a la del resto del cuerpo, siendo la más exacta la que se registra en la parte frontal del cráneo.
Sin embargo, de nada sirve donde tomen la temperatura. En muchos negocios la medida sanitaria es sólo un trámite para permanecer abiertos, para no ser clausurados. Muchos empleados que toman la temperatura ni siquiera ven el termómetro, no se preocupan por decirle a los clientes cuál es su medición.
De este modo, la nueva normalidad tras varios meses de confinamiento parece más una serie de requisitos para entrar a comprar y vender, que para proteger la salud y la vida de los ciudadanos.
Las escenas se repiten ocasionalmente. Aunque la mayoría de los ciudadanos son conscientes que aún existe peligro por la pandemia, hay otro sector que no guarda los lineamientos de seguridad y sanidad indicados por autoridades.
Incluso, se pueden ver familias completas sin cubrebocas por las calles. También personas con alguna comorbilidad visible, como sobrepeso, un factor que eleva el peligro al que se enfrentan en caso de enfermar de Covid-19
Parece poco importante que el estado registre más de nueve mil casos de la enfermedad y supere las mil muertes por la pandemia.
En algunas plazas comerciales con acceso controlado, en los estacionamientos, el personal de seguridad toma la temperatura a los automovilistas “por protocolo”, pues los encargados de esta tarea ocasionalmente informan a los visitantes sobre su temperatura corporal, o sólo lo hacen con el conductor del vehículo.
Toman la temperatura en el brazo, cuando lo correcto es que sea en la frente de los automovilistas. Alegan que a muchas personas les molesta que les tomen este parámetro en la cara.
“Dicen que les mata las neuronas”, comenta un vigilante de un centro comercial ubicado en la zona del anillo vial Fray Junípero Serra, cuyo cubrebocas resbala por su cara, dejando expuesta la nariz.
La temperatura del automovilista es normal: registra 36.4 grados Celsius; puede ingresar al sitio. Dentro del centro comercial, en una tienda de autoservicio, otro encargado de la vigilancia de la tienda vuelve a tomar la temperatura. Ahora, sin mediar palabra con el cliente, le toma la temperatura en el brazo.
La medición en esta ocasión es distinta y corrobora la hipótesis: 34.2 grados Celsius. Casi dos grados más bajo que en la frente.
Dentro del mismo centro comercial, en el área de cajeros, la mayoría de los clientes portan el cubrebocas.
En un banco, las personas que esperan su turno para usar un cajero automático observan indignadas a dos jóvenes que, sin cubrebocas y sin respetar la sana distancia, usan el aparato en medio de risas. Cuando salen, las miradas de asombro los acompañan.
“De qué sirve cuidarnos, si hay personas así que no piensan en los demás. Qué irresponsables”, dice una mujer que espera su turno para el cajero.
Otros afirman que no usan cubrebocas por cuestiones laborales. “Es que no puedo chiflar”, dice el joven que trabaja como franelero en el estacionamiento de una pequeña plaza comercial ubicada en el fraccionamiento La Pradera, cuando le preguntan por qué no usa cubrebocas. “Pero luego ni respirar va a poder si le da Covid”, le dicen. Su reacción es de pena, se avergüenza y sonríe a la conductora que le da unas monedas.
Aún conociendo el riesgo de contagiarse del virus SARS-CoV-2, muchas personas, como el joven franelero, se niegan a usar cubrebocas por diferentes razones, desde la incomodidad que sienten al “no respirar bien”, hasta la incredulidad, pues no creen que dicho coronavirus exista.
Ahora, con el estado en color amarillo del semáforo epidemiológico Covid-19 de la Secretaría de Salud federal, muchos ciudadanos se sentirán más seguros, con todos lugares abiertos, aunque con capacidad restringida.
Muchos dejarán de lado las recomendaciones sanitarias, que más que obligatorias, parecen recomendaciones o requisitos para pasar a un comercio o entrar a una plaza comercial.