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María Trejo Morales vive con su hermana y su mamá en una pequeña casa hecha de madera, por cuyos huecos se filtra el aire frío que corre en la comunidad de Sanfandila, municipio de Pedro Escobedo. Viven ahí porque no hay más espacio en la comunidad. La mayoría de las casas en el asentamiento a la orilla de la comunidad, a un costado de la carretera, son de este tipo, pues muchos de los habitantes, unas 200 familias, no se quieren arriesgar a ser desalojados y haber invertido en la construcción de una finca. Mientras tienen que resistir el frío de la temporada.
La fachada de la vivienda de María tiene colgadas unas macetas con plantas y flores, que son aderezadas con algunas esferas. Al fin y al cabo es diciembre y la Navidad está cerca.
“La madera es aguantadora. Cuando hace frío protege, y cuando hace calor está muy fresco”, dice la mujer.
La mamá de María y su hermana están sentadas afuera de la vivienda. María dice que los martes no va a trabajar a la casa donde presta sus servicios como trabajadora doméstica, en Querétaro. “Por eso me encontraron aquí”, dice mientras ríe.
Vivir en las orillas
La mujer explica que llevan ya mucho tiempo en ese asentamiento a la orilla de Sanfandila, pues dentro de la comunidad ya no hay espacio para construir más casas y deben de buscar nuevos espacios para tener una propiedad.
En las calles del asentamiento hay unos postes de energía eléctrica, a los cuales les falta el cableado, por lo que el suministro del servicio es inexistente.
“Tenemos más de 20 años que se hizo esto y es tiempo que los han abandonado. Dijimos: En el rancho ya no cabemos. Vámonos para allá. Estamos ya viviendo aquí. Cuando necesitamos lavar nos vamos con mis hijas, que nos dejen lavar porque aquí no tenemos agua”, explica.
Apunta que para hacerse de agua cuando pasan las pipas les compran el agua. Para tomar y cocinar usan el agua embotellada.
La mayoría de las precarias viviendas en la zona están solas. Muchos de sus habitantes salen a trabajar. Otros sólo van de noche, a dormir, para cuidar el lugar.
En la parte de atrás de la vivienda, en una esquina, un fogón sirve de cocina. Ahí las tres mujeres preparan sus alimentos.
Las dos mujeres son viudas. Se hacen cargo de su madre. María dice que la casa que tenía su progenitora se las dejó a sus hijos y ella, a su vez, le dejó su casa a sus hijas. Ahora, ellas no tienen en donde vivir.
“Les digo que ya no tenemos maridos. Vámonos para allá las tres, allá nos cuidamos”, añade, al tiempo que señala que no reciben ningún apoyo de ningún orden de gobierno.
La mujer dice que hay muchas familias que viven en la zona, pues necesitan de un lugar para vivir, una propiedad para poder estar en paz.
Sin escrituras
La hermana de María está enferma de las vías respiratorias. Tose de manera constante, se lleva la mano a la boca, cubriéndola cada vez que le da un ataque de tos. La mamá de María escucha tranquila y prestando atención a su hija que platica su historia.
La vivienda de María también tiene unos pequeños pinos y nopales sembrados. Las tres mujeres ríen y explican que para prender el fogón juntan ramas y leña. Dicen que esperan que alguna autoridad las pueda ayudar con algo, tal vez una cobija, para sortear el frío, o con la regularización de la tierra.
A pesar del panorama adverso, las tres mujeres platican animadamente entre ellas. Ríen, se muestran tranquilas, amables.
Cerca de la casa de María, don Fernando “N” levanta una vivienda de madera. Es su propiedad, aunque no cuentan con papeles que acrediten la tenencia de la tierra como tal, pues no les han vendido, a pesar de que los terrenos tienen un propietario.
Explica que desde hace cuatro años creció el asentamiento, pero el dueño quiere venderles directamente a ellos, y no a través de un intermediario, pero hasta ahora no hay avances.
El vecino de Fernando, David “N”, dice que del otro lado de la carretera 431 los terrenos ya fueron vendidos, pero no saben la manera en la que se arreglaron con el dueño.
En esos predios se puede observar una puerta de acceso. Al terreno lo rodea una malla ciclónica. Del lado de Sanfandila, sólo están los pequeños cuartos de madera.
Agrega que la gente no se anima a construir casas de concreto por el temor a ser desalojados del lugar y pierdan lo invertido en la construcción.
A pesar de ello, se pueden ver algunas casas de tabiques y blocks en la zona. Aunque apenas son unas cuantas. La mayoría son de materiales económicos, que en caso de ser desalojados, no duela tanto su destrucción.
El asentamiento se extiende por un centenar de metros, donde los cuartos de madera son la característica. Algunos hombres trabajan en solitario en las casas, pero apenas son unos cuantos, casi no se ven personas. Según Fernando, son alrededor de 200 las familias que habitan el lugar, a veces, en la mañana, a veces solo en la noche.
“A ver si la próxima vez que vengan ya está la casa hecha”, dice María mientras ríe. Su mamá y su hermana también ríen. “Vamos a necesitar elevador para subir al segundo piso”, agrega con una sonrisa la mujer.
bft