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En julio de 1982, el candidato del PRI a la Presidencia volvió a avasallar con contundentes resultados electorales: Miguel de la Madrid Hurtado, con el lema de campaña de “La Renovación Moral de la Sociedad”, ganó con 70.9% de la votación, es decir, 16 millones 748 mil sufragios. Sus seis opositores, entre los que estaban el panista Pablo Emilio Madero y la primera mujer postulada para la presidencia en México, Rosario Ibarra de Piedra, por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en conjunto apenas si alcanzaron 25% de los sufragios.
Con una tremenda crisis económica, en diciembre de 1982, José López Portillo entregó el poder a Miguel de la Madrid, quien, durante la ceremonia de toma de posesión anunció alarmado: “No voy a permitir que la patria se nos deshaga entre las manos”. Poco hizo al respecto.
La gris gestión presidencial de De la Madrid Hurtado que, aún con los Pactos de Crecimiento Económico, devaluó el peso en 3,100%, lo que contrastó con el activismo político de la oposición, que fue ganando simpatías con el electorado.
“Hay quienes dicen que fui un presidente gris [se justificaba De la Madrid Hurtado]. Si ser gris es no haber buscado los reflectores, como lo han hecho algunos de mis antecesores y de mis sucesores, entonces fui un presidente gris. Estaba más preocupado por ser efectivo que por cuidar mi imagen”.
El 1 de septiembre de 1988, por primera vez en el régimen priista, un presidente era interrumpido por un congresista durante la lectura de su informe. El único antecedente se remonta a 1928, cuando el diputado Aureliano Manrique, desde su curul, gritó al presidente Calles: “¡Ya cállate, farsante!” 60 años después, Porfirio Muñoz Ledo exigía el uso de la palabra para interpelar al presidente de la República que, asustado, no dejaba de voltear hacia el palco donde se encontraba su madre. La petición de Muñoz Ledo fue rechazada sistemáticamente por el presidente del Congreso, Miguel Montes, y terminó con golpes y mentadas de madre.
Aquel suceso era resultado de la primera gran ruptura que en 1986 se dio en las filas del PRI, cuando Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y el propio Muñoz Ledo renunciaron a su militancia tricolor para formar la Corriente Democrática, preámbulo del Partido de la Revolución Democrática (PRD), fundado el 5 de mayo de 1989. Los renunciantes pretendían, entre otras cosas, democratizar la elección interna en el Revolucionario Institucional. En pocas palabras, reducir el poder presidencial y acabar con el dedazo.
Se cae el sistema
En las elecciones presidenciales de julio de 1988, por primera vez México acarició la posibilidad de que “el partidazo” perdiera el poder. Una posibilidad que en el género de novela, en 1976 fue escrita por el periodista Armando Ayala Anguiano en el libro El día que perdió el PRI, el cual en su momento fue clasificado como literatura fantástica.
Aquel miércoles 6 de julio, el aparato oficial se enfrentó a unos verdaderos “pesos pesados” en una elección presidencial: Manuel J. Clouthier por el PAN, y Cuauhtémoc Cárdenas por el Frente Democrático Nacional (FDN), que aglutinaba a todas las fuerzas políticas de izquierda.
Por la noche, cuando los resultados comenzaban a favorecer a Cárdenas, el entonces presidente del Consejo Electoral y también secretario de Gobernación Manuel Bartlett Díaz anunció que el conteo se tenía que suspender, debido a que se había caído el sistema de cómputo, “hemos tenido dificultades en la recepción de la información”, dijo. Nadie le creyó. Y, por primera vez, el pánico se apoderó del PRI.
Cárdenas, Clouthier e Ibarra reunieron fuerzas y protestaron ante la Secretaría de Gobernación. Con 50% de las casillas computadas, argumentaban que Cárdenas llevaba la delantera con 42%, frente a un 36% de Salinas.
Finalmente, una semana después, el 13 de julio, en el conteo de votos Carlos Salinas de Gortari se impuso como ganador con 50.36% de la votación, contra 31.12% de Cárdenas y 17.07% de Clouthier. “Triunfo contundente, legal e inobjetable”, festejó el PRI. El fraude más grande de la historia de México se había consumado.
En 1999, Carlos Salinas y Manuel Camacho Solís sacaron a la luz una reunión secreta entre Cárdenas y Salinas, los días posteriores a que se declarara el triunfo del PRI en la elección presidencial de 1988. Ambas versiones eran diametralmente opuestas. En lo único que coincidían era que por primera vez se puso sobre la mesa la posibilidad de que Cárdenas asumiera la jefatura del Distrito Federal.
Cuauhtémoc Cárdenas dio su versión del encuentro en 2010 a la revista Proceso: “A lo largo de la conversación, que debe haberse prolongado por alrededor de hora y media, [Salinas] frecuentemente me preguntaba qué quería, a lo que todas las veces que hizo esa pregunta respondí que lo único que quería era que se limpiara la elección. Esperaba muy probablemente que en la plática hubiera de mi parte la petición de senadurías y diputaciones, algún cargo para mí y para otros dirigentes del FDN, concesiones, eventualmente dinero, a cambio de que reconociera un resultado electoral que sólo mediante una absoluta falta de ética, moralidad y responsabilidad podía haber reconocido como válido”.
Por su parte, Miguel de la Madrid, en sus memorias Cambio de rumbo (2004), reconoció veladamente que las elecciones de 1988 fueron manipuladas para que ganara el PRI. “Sentí como si un cubo de agua helada cayera sobre de mí. Me temí que los resultados fueran similares en todo el país y que el PRI perdería la Presidencia”, escribió. Y agrega:
“Como en cualquier emergencia, tuvimos que actuar porque los problemas aumentaban rápidamente. No hubo un momento para una gran meditación, necesitábamos agilidad en nuestra respuesta para consolidar el triunfo”.
Como dramático colofón, en 1991, en una oscura alianza entre PRI y PAN con Diego Fernández de Cevallos a la cabeza, (“no sirven para comprobar absolutamente nada”, argumentaba), el Congreso ordenó que se quemaran las boletas de las elecciones de 1988, reduciendo a cenizas la única evidencia sólida del fraude cometido.