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María González Ramos llama al gatito que cuida desde hace unos días. “Acacias, ven acá”. El felino sigue jugando en el baño de la habitación que ocupa desde hace cuatro años la adulta mayor, originaria de Jalisco, en el centro geriátrico que lleva el mismo nombre que el gato.
Afuera, en un patio techado, el resto de los huéspedes del asilo toma su clase de pintura, una de las actividades que realizan los adultos que residen en ese lugar en el ocaso de su vida.
El recinto, pintado en color blanco luce tranquilo y agradable. El olor a comida preparándose llega hasta la recepción. Los sillones en el vestíbulo son para recibir a los parientes de los residentes aunque, tristemente, no todos reciben visitas.
La construcción está diseñada en distintos niveles. Para acceder al patio interior hay que bajar un piso, que está bajo el nivel de la calle.
La vida dentro de Acacias
En una de esas habitaciones está María. Al entrar se le ve en una silla de ruedas, de frente a una gran biblia de pasta blanca y letras doradas. Sobre la misma un cuadro de un paisaje, que la misma María pintó. “Es el primero que hice cuando llegué”, dice orgullosa de su obra.
Luego, es hora de presentar a “Acacias”, el gatito que temporalmente está bajo su cuidado. “Lo tengo desde hace dos días, tiene dos meses (de edad). Ahora que quiero que haga algo no hace nada”, dice María, quien luce un tono plateado con destellos violetas en su cabellera.
La jalisciense, aficionada de las Chivas, sigue llamando al felino que está nervioso por la presencia de extraños. Minutos después el animalito entra en confianza y hace algunas gracias.
María explica que tiene cuatro años en el asilo, donde dice que lo pasa muy bien. “Me llevo muy bien con la señora. Tenía una cocina económica, en Guadalajara. Acá me trajo mi hija, cuando yo estaba enferma, porque venía con parálisis. Aquí me recuperé y en menos de dos años estaba muy bien, no me dolía nada y aquí me quedé. Mi hija me dice que me vaya, pero no pasa nada, y aquí me siento muy a gusto”, narra.
Los compañeros del lugar
Sus compañeros residentes, mientras, siguen pintando en su clase.
Muchos de los cuales pasan de los 80 años. Sus aptitudes físicas están disminuidas. Otros conservan sus capacidades mentales en buen estado, aunque sus cuerpos ya no sean los mismos físicos fuertes, erguidos, con pieles tersas. Eso no importa a muchos, ya que ahora gozan del descanso luego de toda una vida de trabajo, cuidado de los hijos y responsabilidades.
María explica que en el asilo no recibe maltrato y son amables, además de que trata de llevarse bien con sus compañeras y compañeros, entre ellas la cocinera Chepina Peralta, o al menos de quienes están en mejor estado, precisa, pues muchos están disminuidos mentalmente.
Dice que hasta llegar a Acacias jamás había pintado. Cuando lo hizo descubrió que tenía talento, y lo hace con gusto. Sin embargo, explica que tuvo que dejar de hacerlo por un tiempo porque la operaron en tres ocasiones de los ojos.
La mente de María está en buen estado, tiene recuerdos de su niñez en Jalisco. Una niñez muy bonita, explica, “con muchas carencias, pero no se envidiaba nada, pues todos éramos iguales”.
Indica que el momento más alegre de su vida y que recuerda con más gusto, fue el día que nació su primer hijo, el día más dichoso de su existencia. Mientras que los días más tristes fueron cuando murió uno de sus hijos y su madre, casi al mismo tiempo.
Fue en esos días aciagos que tuvo el accidente que la postró en cama. Cayó, se golpeó la cabeza y se lastimó el cuello. Los médicos le dijeron que no volvería a caminar, que necesitaba una operación. Ella no quiso someterse a la cirugía, y prefirió venir a Querétaro. En el centro geriátrico Acacias recibió rehabilitación y en dos años logró recuperarse, sin ninguna intervención quirúrgica.
María dice que incluso el carácter le cambió, pues a raíz de la pérdida de su hijo y se madre estaba molesta con todos y con todo.
Ahora está muy tranquila, con un temperamento más controlado y con mejor humor.
En tanto, los demás residentes del Acacias siguen su clase de pintura. Otros deciden no participar y sólo ser espectadores. Algunos, por sus condiciones físicas, no pueden más realizar la actividad. Llama la atención un adulto mayor que no platica con nadie, no participa en la dinámica. Lee una revista española de sociales.
En el mismo patio el personal de Acacias montó un Altar de Muertos, hecho con aserrín pintado, calaveras de azúcar y piezas de cerámica que representan la comida. Son parte de las tradiciones que tratan de conservar entre los residentes del lugar.
En su caso, María recibe la visita de su hija dos o tres veces a la semana, además de que cuando tiene alguna fiesta familiar van por ella para que asista, llevándola en la tarde para que regrese a dormir.
La mujer es optimista. Apunta que en el centro geriátrico no depende de nadie, pues no le gusta que le laven la ropa, a ella le gusta hacerlo.
María se viste y se asea sola. Lee, pinta, y participa con sus demás compañeros en las actividades que se llevan a cabo en la residencia geriátrica.
Tiene buen humor. Mientras platica observa al pequeño Acacias, que sube a la cama y juega con una bola de estambre, ante su mirada. María encuentra en el pequeño gato un motivo más para sonreír.
“No dejen la puerta abierta, para que no se salga el gatito”, advierte la mujer de tercera edad a los visitantes.
bft