¿Puede la animación mecánica superar a aquella artesanal con la que se hicieron clásicos infantiles? Al parecer no.
Considerada casi por unanimidad como la última obra maestra hecha en animación 2D por los estudios Disney, El Rey León (1994) ahora es traspasada a imagen foto realista, estilo de animación en 3D que se logra programando infinidad de horas con capas y capas de información que se traduce en texturas, por ejemplo de pieles, y en expresiones faciales con las que se humaniza un león o un jabalí.
La decisión, que responde más a un interés comercial que creativo, tomada por Disney para hacer versiones con actores reales de sus clásicas cintas animadas (Dumbo, Aladdin, La Cenicienta, La Bella y la Bestia), muestra resultados disparejos. En el caso de El Rey León (2019), filme nueve del actor-productor-director Jon Favreau, con experiencia previa en animación foto realista gracias a El libro de la selva (2016) que impactó por un elemento que aquí falta: un niño como guía-narrador de la historia; es una animación mecánica que calca a la tradicional.
Argumentalmente también copia el guión de Linda Woolverton (& vasta compañía) y cada escena del original dirigido por Rob Minkoff & Roger Allers. El guionista Jeff Nathanson repite la anécdota: tras la muerte de su padre, dizque provocada por él —o al menos eso le dice su tío Scar—, el pequeño Simba huye. En el camino hace amigos aprendiendo los valores necesarios para ser un buen rey.
La versión hiperrealista hizo cada personaje sin duda consultando la enorme filmoteca documental Disney sobre la naturaleza y la vida animal. Así, Favreau y su equipo, representado por 30 artistas que realizaron los conceptos visuales, las maquetas de los personajes y trabajaron con 32 animadores, y alrededor de 300 especialistas en efectos especiales que produjeron software para espacios, ambientes y movimientos hiperreales bañados con iluminaciones digitales, dejó en manos del fotógrafo Caleb Deschanel el acabado final: crear una naturaleza que ningún ser humano jamás haya conocido. El resultado es que cada escena parece un cromo, tipo calendario elegante, que —por la impresionante tecnología que nunca antes se había aplicado a un filme así—, transmite con lujo una sensación de grandeza.
Es un trabajo de arquitectura gráfica. Complejo, laborioso, sensacional. Pero tan frío como un edificio que es sólo fachada porque nadie lo puede habitar.
Tiene una artificialidad ajena al animado en 2D. El problema de este nuevo Rey León: no representa nada nuevo —ni mejor— con respecto al original. Donde al menos la gestualidad de los personajes permitía identificarse con ellos. Aquí su excesivo naturalismo es falso. Es como recorrer una bella selva que parece virgen; una maravilla natural que paso a paso se revela como escenografía hecha con costosísimo plástico. O se siente como hacer una larga visita al zoológico donde en los altavoces alguien finge ser un animal que habla. Disney está perdiendo calidad al insistir en hacer segundas versiones de sus clásicos. Ésta, que incluye la conocida partitura musical, revela lo sutil de la pérdida. La tecnología se impuso al argumento.
Es un acto de autopiratería. Cierto, no un desastre, pero sí una decepción. Lo interesante habría sido traspasar al cine la versión teatral de Julie Taymor. Es lo que hubiera hecho Walt Disney: buscar lo humano en la poesía de lo animal. No perderla con una técnica que hace una estampa visual fuera de serie pero sin vida ni emoción.