Son las siete de la noche y la explanada del templo de La Cruz se llena de tonos naranjas y azules. Se está poniendo el sol. Dos pequeños niños juegan en la fuente que está al ras del piso, tal vez imaginan que es el mar, porque simulan que nadan contracorriente; están empapados y en ropa interior, pero sonríen sin importarles el aire frío que poco a poco se deja sentir.
La tarde se antoja tranquila y relajada a pesar del ajetreo y del tránsito vehicular que comienza a cargarse sobre la calle Independencia, porque muchas personas están saliendo de trabajar. En medio del sonido de unos cuantos cláxones, risas de niños jugando y el tañer de las campanas del templo, destaca un olor a miel fundida con manzana, guayaba, caña y canela. Son buñuelos.
En un pequeño andador que se forma sobre esta misma explanada, los buñuelos son parte del mosaico de olores y sabores que ofrece esa zona del Centro Histórico. Guajolotes, gorditas, elotes y tamales, por mencionar algunas comidas típicas de Querétaro, además de bebidas calientes como chocolate y atole se venden en el mismo sitio.
“Pásele, señora, ¿qué le vamos a dar?” “¿Le sirvo un tamalito dorado para que ya cene, doña?”. “¿No se le antoja una gordita?, dígame cuántas quiere”. Caminar por el atrio de La Cruz es casi una acción obligada para los turistas y para los propios queretanos que salen a tomar el aire y disfrutar de la ciudad.
Si uno camina desde el Templo de la Cruz hacia Plaza Fundadores, encuentra un pequeño puesto de buñuelos y tamales. Es el negocio de doña Ali, que es atendido por sus hijas desde hace 40 años.
En ese entonces, ni Plaza Fundadores ni el atrio del Templo de la Cruz se habían convertido en enormes planchas de cemento y cantera. Hace 40 años eran grandes extensiones de tierra, con muchísimos árboles, más que los que se tienen ahora.
“La gente viene aquí a la plaza y dice que está muy bonita, les gusta mucho, pero eso es porque no saben cómo estaba antes, hermosa, llena de árboles”, cuenta Magaly Lozano Jiménez, quien vende buñuelos en el templo de La Cruz desde hace cuatro décadas, continuando con el negocio familiar. Su madre asiste al negocio sólo una vez a la semana.
Legado familiar
Su madre, Alicia Morales Jiménez, cocinó y vendió buñuelos antes que ella, como también lo hicieron sus abuelos y bisabuelos; por eso la elaboración de estos postres es ya un legado familiar que ha sobrevivido por cuatro generaciones.
Cuando su mamá comenzó a vender buñuelos, hace varias décadas y cuando sólo tenía seis años, lo hizo en los portales de la calle Corregidora, desde entonces la miel era tan espesa que podían venderla en conitos de papel. Los buñuelos costaban cinco centavos, después de casi medio siglo, los buñuelos hechos por esta familia ahora cuestan 25 pesos, siguen hechos con la misma receta familiar.
La miel de frutas sigue siendo espesa y tan oscura que casi parece mole. Una turista pregunta con curiosidad qué es eso que hierve en un caso de metal, sobre el puesto repleto de buñuelos recién hechos. —Ah, ¿es miel? Pensé que era mole, huele muy rico.
Magaly afirma que el secreto familiar, además del amor, está en la miel, la cual se elabora en grandes tambos para que alcance el espesor necesario, porque lo último que quieren es vender “agua de miel”, como lo hacen en otros negocios. La miel y los buñuelos se hacen con la misma receta que usó la bisabuela. Los buñuelos se hacen con harina de trigo y “a rodilla”, no “a rodillo” como lo hacen otros.
La elaboración de buñuelos en la familia Jiménez es casi una actividad artesanal. Y todos sus integrantes están orgullosos de ello. Por eso Magaly y sus hermanas y hermanos trabajan todo el día para que a las cinco de la tarde todo esté listo y fresco en la explanada de La Cruz.
“Conmigo ya somos la cuarta generación en el comercio del buñuelo, es una actividad familiar, es un trabajo artesanal para nosotros. Elaboramos los buñuelos con harina de trigo, lo hacemos en casa y aquí sólo venimos a venderlo. Siempre se ha trabajado en casa, por lo mismo de que la harina es laboriosa, se tiene que freír en manteca y tiene que ser un lugar cerrado.
“Las hijas e hijos somos los que nos dedicamos al negocio, nuestro legado es el buñuelo, es nuestra herencia familiar. La miel la trabajamos en unos tambos grandes para que esté espesa, le ponemos tejocote, guayaba, manzana, canela, vainilla y caña.
“Sí podrán vender buñuelos en otros lados, pero nuestra miel es única, es lo que le da “personalidad” a nuestros buñuelos. La miel es la base principal, aparte del amor con el que nosotros cocinamos.
“A veces nos preguntan si lo hacemos con rodillo y yo les digo que lo hacemos a rodilla. Se sienta la persona, se pone un trapito en la rodilla, hace tortillita la masa y a estirarla hasta donde la masa alcance. Nada de que con rodillo, eso no es tradicional, por eso somos artesanos, guardamos lo tradicional para que no se pierda la esencia”, comenta Magaly.
Cuando este negocio familiar de buñuelos comenzó en los portales de Corregidora, sólo se vendían en época navideña. Cuando comenzaban los rosarios a la Virgen de Guadalupe, desde octubre hasta el 12 de diciembre. Después, para compensar los tiempos de ventas bajas, el pequeño negocio se trasladó al templo de La Cruz, y además de buñuelos la familia vendió antojitos queretanos como guajolotes, enchiladas y gorditas. Hoy Magaly y sus hermanos venden buñuelos todo el año, aunque los últimos meses siguen siendo los mejores.
Lo delicioso de estos buñuelos de más o menos 30 centímetros, cubiertos de miel oscura y espesa se ha extendido entre los queretanos, incluso algunos turistas que vuelven a la capital después de varios años, no pierden la oportunidad para visitar el puesto de doña Ali.
“Nos ha llegado gente de años atrás que ya ni los recordamos y nos dicen: ‘Oye, vengo de Estados Unidos y vengo con mi familia a que prueben los buñuelos’. Vienen también de Torreón o de Sinaloa. Aseguramos que el que el que prueba nuestros buñuelos siempre regresa. Nuestra forma de prepararlos es la misma que se usa en mi familia desde hace años. Eso nos hace diferentes”, comenta la comerciante queretana.
Trabajo de todo el día
Magaly y sus hermanos dedican todo su tiempo a continuar con este oficio familiar. Desde las primeras horas del día se reparten el trabajo; unos se dedican a la miel, otros fríen en manteca los buñuelos para que más tarde otros salgan a venderlos. Todo debe estar listo a las cinco de la tarde, se retirarán de la explanada alrededor de la una de la madrugada, porque no pueden dejar de atender a los desvelados.
A la semana, esta familia cocina alrededor de tres mil buñuelos si es temporada alta, si es temporada baja preparan mil buñuelos por semana. También venden tamales rojos, verdes, de rajas y dulces, además de chocolate, champurrado, atole de guayaba y blanco de maíz, que es la combinación perfecta para un buñuelo cubierto con miel de frutas.
Magaly Lozano Jiménez cuenta orgullosa que aprendió a los 12 años a “voltear el buñuelo” y cuidado con que no lo hiciera bien, pues se tenía mucha disciplina para que los buñuelos “doña ali” fueran perfectos. Ahora ella junto con sus hermanas y hermanos enseña a los más chicos a preparar estas delicias familiares.
“A los 12 años me enseñaron a voltear el buñuelo y tenía que hacerlo bien, porque uno tiene que aprender el negocio familiar, para nosotros es una tradición. Después de nosotros seguirán nuestros hijos y sobrinos, por eso tenemos que inculcar este legado. Con la venta de buñuelos conoces a la gente, platicas con ellos, es una actividad muy humana”, comenta Magaly a esta reportera mientras cobra a los clientes y les da las buenas noches.