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Todos conocen el mismo sentimiento. Voltear a ver los ojos del compañero de al lado o el de enfrente parecería un ejercicio en el que uno se reconoce en el otro. Reconocen los sacrificios y los esfuerzos para superar obstáculos.
Todos están pasando una situación similar y, sin embargo, son personas que todavía se dan tiempo para sonreír y para recobrar la esperanza, a presar de que, por ahora, su intención de ingresar a Estados Unidos sin documentos ha quedado trunca.
La Casa del Migrante Nazareth A.C. es una institución de la Diócesis de Nuevo Laredo, Tamaulipas, que administran y dirigen los Misioneros Scalabrinianos, para la atención del fenómeno migratorio en esta región fronteriza.
La organización se creó gracias a la iniciativa y el apoyo de muchas personas de buena voluntad e instituciones sensibles al sufrimiento e inseguridad de las personas que tienen que migrar por diversos motivos, dentro y fuera del país.
Es un sitio que da testimonio visible de solidaridad y trato humano a un sector vulnerable como lo son los migrantes, tanto de México como de países centroamericanos.
Casa para todos. Alrededor de las 18:00 horas, el padre Giovanni Bizzotto, director de la casa, recibe al equipo de EL UNIVERSAL para hablar sobre la labor que realizan en el lugar.
“Nosotros estamos atendiendo a 700 migrantes al mes, de los cuales unos 550 o 600 son los deportados mexicanos repatriados y unos 150 entre los que son mexicanos que vienen del sur del país que apenas van y los migrantes centroamericanos, hemos recibido incluso haitianos y cubanos, aunque son muy pocos los que llegan”, señaló.
El sacerdote apenas lleva dos meses en la dirección de la casa; cuenta que, desde que asumió su cargo, el día que más migrantes han recibido registraron 98, mientras que el día con menor afluencia fue de 35 personas.
“La mayoría que viene se queda hasta por tres días en lo que arregla su situación, consiguen pasaje para regresar a su tierra y también están los que intentan otra vez cruzar la frontera”, detalló.
El apoyo que brindan es sin ningún costo para los migrantes; no obstante, padre Giovanni comentó que en los tres días que se hospedan “invitamos a las personas a generar un proyecto para trabajar”.
“Nosotros les damos todo gratuitamente, incluso, hay algunos migrantes que, de vez en cuando antes, de irse dejan una pequeña cooperación. La casa se mantiene principalmente de aportaciones privadas, aunque también se recibe un apoyo gubernamental. También ha pasado que gente que se le brindó apoyo aquí, se acuerda y hace aportaciones a manera de agradecimiento”, explicó.
La Casa del Migrante Nazareth sobrevive principalmente por el voluntariado que ofrece sus servicios, pero también por la ayuda que los propios viajeros que llegan a ella brindan a manera de agradecimiento, ya sea participando en el lavado de trastes de la cena o el desayuno, o bien, haciendo el aseo de los pisos en los espacios de uso común.
Hay reglas específicas para la convivencia en la casa, que en febrero de 2017 cumple 13 años de servicio para los migrantes.
En su mayoría, las personas que llegan al lugar son indocumentados que se trasladan de los centros de detención de Estados Unidos a México y que, al llegar al Instituto Tamaulipeco para el Migrante, son canalizados a Nazareth.
Voluntaria. Una de las cuatros voluntarias que apoya en la casa se llama Lourdes. Ella es de Jalisco y es una antropóloga a quien le llamó mucho la atención del fenómeno migratorio.
“Terminé hace un año la carrera y había trabajado ya con migrantes pero desde la perspectiva de Derechos Humanos, algo que me pareció muy padre, pero era muy institucional”, contó la joven, quien trabajó en un proyecto de la Organización de las Naciones Unidas sobre propuestas para leyes públicas de movilidad humana, aunque también lo catalogó como una labor desde la institución.
Al llegar a la Casa del Migrante hace unos meses, pudo entender mejor el fenómeno de los migrantes.
“Desde este tipo de lugares se deben de ir generando esas nuevas políticas públicas, desde la realidad más próxima. Vi algunas opciones para hacer este voluntariado, mandé solicitudes a varias opciones, aquí me respondieron muy rápido y me sorprendí al llegar y ver todo lo que aquí pasa”, confesó Lourdes.
También reveló que sus compañeros voluntarios eran de Tijuana y Mérida, por lo que, aunado al origen italiano del director, el padre Giovanni, y junto a las nacionalidades de los migrantes que llegan al lugar día con día, la casa se convierte en un retrato multicultural fugaz, de una o dos noches, en la que se genera una hermandad cimentada en la empatía con el prójimo y su situación, que es muy similar la mayoría de los casos.
Con Lourdes también se trató el tema de la mujer migrante, aunque aseguró que en estadística son pocas, “pero esto corresponde al proceso de migración de la mujer, la mujer migra de una forma invisible, porque aparte de todo lo que le pasa al migrante en general ellas costean lo derivado de la cuestión de género”.
“La mujer es muy invisible. Ellas llegan aquí y su estadía es muy corta, en cambio los hombres pueden alargar su estancia. Son pocas las que llegan a la casa, pero cuando observas que estamos con 50% y 50% en los procesos de migración me pregunto ¿en dónde están todas esas chicas?, ¿a qué tipo de plataformas llegan que no son las casas de migrantes, ni los institutos?, ¿dónde están, por dónde se mueven?, y también es increíble la migración en niños”, reconoció la joven tapatía.
Aceptó que este fenómeno ha cambiado y ya no hay un perfil específico de migrantes como lo era antes: “Ya no corresponde a la clase obrera, ya no corresponde a los campesinos, a los rurales, a los pobres, flacos, gordos, enfermos, ya migra cualquiera porque se ve obligado a hacerlo”.
“Considero que la migración es un proceso natural del ser humano, pero los mecanismos que de están usando es donde tenemos que abrir los ojos", agregó Lourdes.
Destacó, además, que al ser una institución gestionada por la iglesia católica, es más fácil que los migrantes se acerquen y tengan un poco más de confianza.
“Me sorprende como la Pastoral de Movilidad Humana está trabajando muchísimo más que la institución propia del estado, si la Diócesis no se ponía a trabajar en cuestión de migración era muy difícil que el Instituto o alguien más lo hiciera de una forma más humana”, indicó.
Anhelos fronterizos. Convivir con los migrantes es entender que cada uno ha tenido un proceso y una motivación distinta para intentar cruzar la frontera.
Entre los viajeros que se encuentran en la casa está Andrés Miguel, quien está acompañado de su hija, quien no rebasa los 10 años. Él es originario de Guatemala, pero la niña ya nació en Estados Unidos, razón por la cual quieren cruzar la frontera; otra de las razones es por salud.
“Quiero cruzar porque mi hija nació allá y se quiso regresar, además de que yo quiero pasar porque me quiero recuperar de una enfermedad cardiaca”, contó.
Su hija nació en la ciudad estadounidense de Florida, cuando viajaron para una operación de la madre de don Andrés y, de paso, su esposa cumplió el tiempo de gestación.
“Ya fue a conocer, le gustó y quiere irse para allá, dice que es su país y por eso estoy en la lucha para llevarla”, añadió el padre de familia que cumplió 15 días en Nuevo Laredo, pero apenas era la primera noche que pasaba en la Casa del Migrante.
“La habíamos buscado pero no dimos, nos quedamos unos días con un amigo y seguí buscando hasta que la encontré. No puedo más que estar agradecido, porque es una gran ayuda el que nos den alimento y donde poder pasar la noche”, dijo.
Don Andrés Miguel y su hija son dos de los alrededor de 70 migrantes que están en el recinto.
También está Ramón, quien confesó que tenía más de 10 años sin pisar territorio mexicano. Platicó que pudo cruzar la frontera en su primer intento por el lado de El Paso, Texas.
“Aquella vez me cobraron 700 dólares y como hablo inglés pude pasar caminando, pues ahí en el Consulado hay gente que tiene pasaportes y visa y sólo buscan a alguien que se parezca a ti y pasas porque pasas”, mencionó el hombre.
Ramón no había sido deportado anteriormente. Hasta antes de que lo repatriaran vivían en Dallas, Texas, y reconoció que la razón por la que la autoridad lo detuvo fue por darle un empujón a su esposa, felonía que le costó unos meses tras las rejas, en donde pudo constatar algunos abusos que existen para los migrantes.
“Estuve encerrado nueve meses, y mucha gente que agarraban por manejar tomados, y los abogados de migración les pedían 7 mil dólares para según salir y cuando escuchan al juez en la corte dictamina que no te cobrará, pero ya le diste el dinero al abogado y no lo vuelves a ver”, externó.
Pero quizá el hecho de haber sido repatriado es para Ramón una oportunidad, ya que confesó que tras una década en Estados Unidos y tras este regreso, valora fuertemente parar en su intento de cruzar el Río Bravo para ahora dedicarse a conocer México, empezando por Puerto Vallarta, en el estado de Jalisco.
Desestrés. Envueltos en el ambiente del lugar, el equipo de EL UNIVERSAL constató parte de las pláticas que los migrantes tienen con los voluntarios o externos, que les ayudan a relajarse y sonreír un poco para hacer más llevadera su estancia.
Antes de la plática, uno de los voluntarios comenzó una dinámica de juegos para romper el hielo. Primero, muy tímidos, se mostraron los indocumentados que eran de México, además de países como El Salvador, Guatemala, Honduras, por ejemplo.
También se presentó la variedad existente dentro de los propios mexicanos, pues aquella noche había migrantes zacatecanos, jaliscienses, potosinos, guanajuatenses, guerrerenses, oaxaqueños, todos jugando y conviviendo sin problemas, sin prejuicios de ningún tipo.
Un par de juegos colectivos y el baile de la pelusa, como castigo para los que se equivocan, fue suficiente para que todos —independientemente de su problemática, de cómo y con qué recursos regresarán a su tierra o si intentarán cruzar de nuevo— sonrían y disfruten un momento diferente, creando así una única y efímera hermandad multicultural, poco visible en otros puntos fronterizos.
Tal vez ese sea el secreto para que sea la Casa de Migrantes más concurrida de Nuevo Laredo. La más humana, tal vez.
La noche cayó. Después de los juegos y un ejercicio de respiración para controlar la ansiedad o frustración, el ánimo se aligeró entre pláticas y experiencias, hasta la llegada de una comitiva de diputados federales, acompañados por el obispo de Tamaulipas, Enrique Sánchez, quienes reiteraron su apoyo a los migrantes mexicanos y extranjeros. Minutos después, el silencio reinó el lugar con todos instalados en sus dormitorios. Por esta noche hay techo, comida y un lugar para asearse, mañana quién sabe que les depare el destino.