C armen López López es una mujer de 87 años, de unos 150 centímetros de estatura, delgada, de mirada triste. Por momentos pareciera que se pierde, piensa en todo menos en cómo dará el siguiente paso, camina en automático.

Anda con dificultad. La mente se aclara y piensa en cómo le hará para llegar a su casa en la colonia El Paraíso, más allá de Loma Bonita. Aunque tiene lo suficiente para comer todos los días, el dinero no le sobra y hace cuentas para saber si le alcanzará para el taxi y luego para la leche y el pan de la cena.

La encontramos en el camino comprando una bolsa con verduras y frutas, paga 25 pesos. Con dificultad mete las legumbres en otra bolsa de plástico transparente en donde se logra distinguir un folder amarillo, algunas hojas sueltas y unas cajitas de jugo, de esos que se beben con un popote.

Nos ofrecemos ayudarla con su mandado que pesa al menos 10 kilos, pesada para una persona mayor. En el trayecto a la parada de transporte público, en donde la acompañamos a tomar un taxi, cuenta lo difícil que fue llegar hasta ahí, en la colonia Cerrito Colorado.

“Me vine solita ¿pues quién me acompaña? me invitaron y vine a ver qué pero no sirvió mucho, llegué desde antes de las 9 de la mañana y nomás pude ver algunas cosas; ahorita traigo esto —comenta al señalar la bolsa del mandado— que sí está bien pesado pero qué le hace uno, ahorita voy a tener que pagar carro porque está bien lejos la parada y no puedo con esto”.

Sus compañeras “del ejercicio” la invitaron a una jornada promovida por la secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) en donde le dijeron cómo operan los programas sociales y cómo acceder a los apoyos. Quedaron en que luego la llamaban.

Los ojos en momentos se humedecen y la boca tiene una ligera temblorina, esa que se siente cuando uno aguanta las ganas de llorar. En evidente que la vida no le ha sido fácil.

Carmen llegó a Querétaro cuando tenía 15 años de edad. Vivía en la Ciudad de México con su familia que decidió, no recuerda porqué razón, mudarse a la capital queretana; al poco tiempo se casó, estuvo algún tiempo en el barrio de La Cruz y luego llegó a su actual hogar.

Sólo tuvo un hijo, pero vive con sus dos bisnietos gemelos, aunque su vástago únicamente la visita cada fin de semana y no para acompañarla sino para tener en dónde pasar la noche. Los gemelos que viven con ella, dice, es como si no estuvieran, no la ayudan ni la acompañan para hacer sus mandados.

A su edad es ella quien cocina y mantiene limpia la casa, una mujer “hecha a la antigua” que tiene en su género la resignación de cumplir con lo que le enseñaron: a atender su casa. “Me levanto bien temprano, desayuno, les preparo algo a los muchachos porque luego se quieren ir sin comer nada, no les doy tampoco mucho a veces el café con el pan, o un taquito”.

Resignada habla de lo cerca que está “el fin”, en momentos pareciera que lo dice con sarcasmo, incluso con alivio: “creo que ya me quiero morir, tengo muchos años con el problema del azúcar... pero a ver qué Dios dice”.

Le chiflamos a un taxi que pasa por la avenida en el sentido contrario, se regresa. Carmen le pregunta “cuánto al Paraíso”, el chofer le pide más referencias “allá, pasando Loma Bonita”. Son 50, le dice. Carmen aborda, y del monedero saca un billete de Miguel Hidalgo, el último del día.

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