“Se perdió el paraíso”, dice María López, vecina y originaria de La Cañada, quien vive a escasos 10 metros de la orilla de la presa del Diablo, en el municipio marquesino. Los vecinos se detienen a ver el espectáculo de la presa llena, con su caída de agua que, aunque contaminada, llama la atención de los habitantes, que como expresa la misma María, al mismo tiempo causa temor ante la posibilidad de que se desborde.
El río Querétaro lleva, a consecuencia de las recientes lluvias, una gran cantidad de agua. Desde la zona de Hércules se puede notar que es mucha la cantidad del líquido que transporta en estas fechas. La huella de humedad se puede ver, días antes era mayor.
Aguas arriba, ya en La Cañada, municipio de El Marqués, en la presa del Diablo, el espectáculo del cúmulo de agua llama la atención incluso de los habitantes del lugar, quienes se detienen a tomar fotografías de la caída de agua.
El cauce arrastra restos de vegetación y tierra, además, de acuerdo a vecinos de la zona, en ocasiones el olor de las aguas es insoportable, debido a que sirve de drenaje a ranchos e industrias río arriba.
María señala que “cómo no nos va a dar miedo. Luego viene bien fuerte el agua. Aparte trae muchos animales, se me metieron unas víboras, es que el agua pasa por el cerro. A veces huele muy feo, porque las empresas dejan pasar todos sus desechos. El día que llovió olía muy mal, es una gran contaminación para los árboles y todo ser viviente”.
Nostálgica, recuerda que el río era una de las bellezas naturales que tenía La Cañada. Dice que cuando era niña entubaron el agua y se la llevaron para la ciudad de Querétaro.
“Todo mundo sabía nadar en La Cañada. Era muy bonito, pero ahora ya no. Las autoridades han dejado que se deteriore más y más”, apunta, al tiempo de comentar que ya hubo una inundación en fechas recientes, cuando el agua “voló” un puente. “Ahorita tenemos miedo, pero aquí estamos”, abunda.
La casa de María está bordeando el río Querétaro, y apenas a escasos 20 metros de la presa del Diablo, cuyo ruido, causado por la aguas bajando por fuerza de gravedad, es una especie de “ruido de fondo” para las conversaciones.
La calle De la Presa, es en donde vive María radican cuatro personas, luego del mediodía la casa se llena de niñas. Son sus nietas que luego de la escuela pasan a verla.
Narra que hace mucho tiempo en el río, a donde todos los niños solían ir a nadar, una crecida en el cauce los sorprendió, donde murieron varias personas, entre ellas menores de edad.
María recuerda, como si hubiera pasado mucho tiempo, cuando en el río Querétaro se nadaba y había ranas y peces, cuando las aguas eran cristalinas, así como árboles de duraznos, manzanas higos, tejocotes, además de lechugas, rábanos, incluso aguacates.
Además de ello, la juventud y la niñez, dice, tenía una vida más tranquila y sana, pues podían salir a pasear a las huertas que se ubicaban en la ribera del río, “pero se perdió el paraíso”.
Asimismo, precisa que en los últimos años se han talado los cerros para construir casas, dañando el entorno natural de La Cañada. De la presa del Diablo que está sin desazolvar, razón por la cual lleva mucho lodo y vegetación, la profundidad de la misma es considerable.
Confiesa que le pide a Dios que le permita ver de nuevo al río como cuando era niña, con sus aguas cristalinas, donde nadaba con sus amigos de la infancia. La mujer regresa al interior de su domicilio, cubierto de plantas, donde sus nietas la esperan.
Jorge Martínez regresa con un menor de la escuela, su nieto. Se detienen junto a la pared de la presa. Observan el espectáculo del agua caer. Es raro verla con estos niveles, con esta fuerza, con este ruido de miles de litros de agua pasando cada segundo.
Explica que las represas de comunidades como Jesús María y otras más están muy llenas y escurren hacia Querétaro, provocando que el cauce aumente de manera repentina.
Dice que “la presa está muy desazolvada, tiene mucho lodo, está casi por encima el agua. Bien cuando estaba limpia”, cuando él se metía a nadar al río, al igual que lo hacía María, hace unos 52 años.
“Había un lugar que le decíamos ‘El hondote’, donde el agua nos llegaba al cuello. Ahí nos enseñamos a nadar todos los de La Cañada, al menos los de mi generación. En toda la ribera del río había manantiales, brotaba el agua. En la mañana ibas y vaporizaba el agua. Se veía el fondo del río. Tenía un metro y medio y se veían las piedras del fondo. Todo muy bonito”, explica.
Luego, explica, como quizá perforaron muchos pozos en los ranchos se fueron acabando los mantos acuíferos, se secaron, acabando con el agua del lugar. Después, comenzaron las descargas de los drenajes, toda el agua que pasa está sucia. “Esta es agua de las presas, pero cuando está normal es agua del drenaje. Hay una caída que viene de El Campanario, son aguas negras, descargan mucho. Hay caídas que vienen desde La Pradera”, enfatiza, María.
Jorge añade que en días pasados se vinieron abajo dos árboles, debido al reblandecimiento del suelo por la humedad acumulada por las lluvias, así como por las raíces podridas.
Precisa que aguas arriba se han llegado a presentar inundaciones, por la falta de desazolve de la presa, además de que a veces están cerradas las compuertas, dos en la pared de la presa, pero, añade, aunque estuvieran abiertas no alcanza a desfogar la cantidad de agua que baja hacía Querétaro.
Hubo ocasiones en que la fuerza del agua, recuerda, derribó los puentes sobre las calles, inundando casas, pero de ahí no ha pasado nada, a pesar de que las aguas del río no están lejanas de las casas.
Sin embargo, puntualiza que “da tristeza (ver al río en sus actuales condiciones) porque alcancé a ver el agua cómo estaba de clarita, y da tristeza ver como está”.
El tren se anuncia. Se acerca al lugar, y el ruido del silbato y la locomotora ocultan, al menos por unos segundos, el ruido del agua cayendo y que despierta la curiosidad de quienes pasan por el sitio, aprovechando para tomar “una foto para el Face”