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Arturo Juárez ganó mucho en libertad y tranquilidad cuando, hacia finales de la década de los 80, renunció a su trabajo en una fábrica de cosméticos e inició su propio proyecto emprendedor. Durante 10 años se había empleado en la compañía Avon Cosmetics, entonces ubicada sobre Avenida Universidad, pero llegó un momento en el que su trabajo se volvió rutinario.
A la distancia, refiere que aunque había progreso y le pagaban bien, no se sentía libre. En los días que tenía de descanso o los periodos en que podía vacacionar con su familia, salía y veía cuánta libertad había en el mundo. “Dije que el de la fábrica no era mi ambiente y que tenía que hacer algo por mí mismo. Tomé la decisión y renuncié a la empresa”, cuenta.
Con conocimientos de técnico especializado en electrónica, a finales de los 80's Arturo comenzó a experimentar con alambre. Ese sería el inicio de la microempresa familiar Alamjues, cuya creación se dio con la entrada de la década de 1990 y que se dedica a la elaboración de juguetes y adornos.
Tras renunciar a Avon Cosmetics, Arturo y su esposa Aurora decidieron incursionar en el comercio y las ventas. Probaron en tianguis, en donde empezaron vendiendo loncheras de alambre. Esto se conjuntó con el conocimiento que Arturo tenía por su trabajo en la fábrica.
“Ya traía la idea del alambre, porque en la fábrica lo usábamos mucho para ciertas cosas; por ejemplo, para orientar los productos que hacíamos, se usaban mucho guías de alambre. Incluso yo ya le había hecho algunos juguetes y cosas de alambre a mi esposa”, comparte.
Deciden experimentar
Luego de renunciar a la fábrica de cosméticos, Arturo se sentía capaz de desenvolverse en cualquier ámbito. Había aprendido sobre electrónica, mecánica, neumática e hidráulica, y contaba con conocimientos sobre muchas cosas más.
Así, se puso a experimentar con alambre, hizo algunos juguetes más elaborados y se los mostró a su esposa. Ella le dijo que le hiciera 100. “Eran unos payasitos”, coinciden.
El 14 de febrero de 1990 pusieron los 100 payasos de alambre en una caja y se fueron a venderlos al Centro Histórico de Querétaro. Los juguetitos eran una novedad porque se movían, los vendieron todos y, tras la experiencia, se convencieron de qué línea debían seguir.
Alamjues nació sin que sus creadores contaran con herramientas propias para esta actividad. Al ser un juguete nuevo, Arturo y su esposa debieron diseñar sus propios dispositivos para dar forma al alambre: corazones, ruedas y demás formas que se utilizaban para adornar los juguetes. Así empezaron a producir.
En el tiempo que trabajó en la fábrica, conoció de cerca el método de producción, por lo que tenía una idea clara del proceso a seguir.
Para junio de 1991 hacían miles de piezas de diferentes modelos de juguetes y adornos elaborados con alambre de latón, como payasitos, balancines y corazones. La característica principal de los juguetes era que todos se movían.
“Como funcionó rápido contraté a algunos ayudantes y empezamos ahí en la casa, en una recámara. Al año nos salieron unos clientes de mayoreo, que nos contactaron en la feria de San Juan del Río y ellos los empezaron a distribuir por todo el país”, refiere Arturo.
Estos clientes les compraban toda la producción y ellos la vendían en las ferias; desde Chiapas hasta Matamoros, los juguetes elaborados por la familia Juárez Estrada circulaban prácticamente por todo el país.
Frente al crecimiento, pusieron un taller más en forma y compraron máquinas; pero, en el punto de crecimiento más alto, la producción se detuvo debido a complicaciones familiares.
Crece la producción
Por el año 2000, los Juárez reactivaron la producción de juguetes de alambre y, desde entonces, se dedican a ello de tiempo completo.
“Tenemos un taller en el sótano de la casa; ahí tenemos el equipo, maquinaria y todo lo necesario para producir lo que hacemos. La materia prima nos llega en rollos de alambre, la metemos a una máquina enderezadora y luego a una cortadora automática”, explica Arturo.
Alamjues había trabajado inicialmente con alambre de latón y luego con pulido, pero la producción actual se realiza con galvanizado. Arturo explica que, por un lado, se enfrentaron a un alza exponencial en el precio del latón, por lo que dejó de ser costeable. Indica que el alambre galvanizado les concede un poco más de utilidad, además que ha otorgado carácter y personalidad a los productos.
“Si quisiéramos podríamos utilizar los tres tipos, nada más que ahorita decidimos enfocarnos al área de galvanizado. Es una cierta identidad que le queremos dar al producto”, dice.
Con la cortadora y enderezadora se da forma a todas las piezas; se cuenta con un torno que hace círculos y otros dispositivos especializados en soldaduras semiautomáticas. De esta forma, se van armando los productos.
Para darse a conocer, los Juárez acuden a eventos y exposiciones en los que, además de tener a la venta sus artículos, entregan publicidad sobre cómo localizarlos: “De esa manera nos buscan y nos recomiendan y nos ha dado resultado porque incluso nos buscan de otros lugares de la República”.
Siguen produciendo juguetes y adornos, pero en los últimos años han sacado modelos enfocados a la parte interactiva, buscando que tengan una función didáctica. Algunos de los más solicitados son El Rol, La Torre y El Carrusel, con los cuales se practica gimnasia cerebral.
“El mismo público es el que va guiando la producción. Con el paso de los años hemos visto qué productos se venden mejor. Por ejemplo, La Torre es muy aceptada; El Rol y El Carrusel nos dejan más utilidad. Casi todos los modelos que sacamos son muy vendibles, porque todos tienen el principio del movimiento: todos son móviles. Cualquier juguete llama la atención y, dependiendo del bolsillo de la persona, se lleva uno u otro”, refiere.
Alamjues ha sacado más de 100 modelos, pero la capacidad de producción no alcanza para tenerlos todos disponibles. Los precios van desde 50 hasta 140 pesos en promedio, dependiendo del tamaño y complejidad del diseño.
Arturo afirma que quisieran tener los 100 modelos funcionando, pero la producción se lleva a cabo por día, de forma que a la semana hacen tres o cuatro modelos: “Al final de esa semana tenemos que exponerlos y venderlos, porque lo que hacemos es todo familiar. Si nos ponemos a hacer un modelo, digamos 100 o 200 piezas, nos lleva todo un día. Para hacer más modelos necesitamos tener más material y equipos más rápidos y más modernos”.
Alamjues cuenta con un espacio de venta en la plazuela de Santa Rosa de Viterbo. Ahí atienden a turistas nacionales y extranjeros, procedentes de países como España, China, Argentina, Canadá, Francia, Japón, Brasil, Estados Unidos y El Salvador.
La última vez que Arturo expuso en San Miguel de Allende le vendió a un maestro de física de la Universidad de Washington, que usaría modelos interactivos para dar clases a sus alumnos. De igual manera, escuelas de todos los niveles les piden juegos didácticos.
Estando en Santa Rosa de Viterbo, los contactaron del Instituto Nacional de Economía Social (Inaes) y les otorgaron un apoyo de 330 mil pesos para comprar equipo y materia prima. A partir de ello, los han invitado a diversos eventos a la Ciudad de México y también a exponer en universidades.
“Yo cuando hago un modelo me documento, veo los principios básicos que tiene que tener el producto y, en base a eso, lo sacamos. Buscamos que sean productos con una utilidad”, asegura el señor Arturo.
Dice que “son creaciones que tiene uno en la cabeza, con base a ciertos conocimientos”, por lo que se forma la idea y se aplican principios básicos de física, que es lo que más se usa.
La mejor decisión
Arturo no se arrepiente de haber dejado de colaborar para la fábrica de cosméticos: al contrario; dice que siente una libertad inmensa: “Tenemos todo el mundo para nosotros. Un día podemos trabajar duro y otro día si queremos no trabajamos. Andamos por todos lados. Esa es la libertad que tenemos”.
“A lo mejor a veces hay un poco más de presión, pero no es tanto como la que había allá [en la fábrica]; ganamos mucho en libertad, en tranquilidad y andamos todos juntos. Ahorita mis niños están todos aquí conmigo, no tuvieron clases y están todos aquí. Se vienen y no están encerrados en la casa”, comenta.
En la cuestión económica, asegura que le va mejor que cuando estaba en la fábrica. En el aspecto social, tienen contratado un seguro que pagan por su cuenta. “De cuando estaba en el sistema de la fábrica no me falta nada y gano mucho más. Creemos que hemos progresado más como familia”, concluye.