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Calles adoquinadas y angostas, para el paso de las carretas; estatuas a los héroes nacionales; edificios llenos de anécdotas y de historia que dieron forma a un país en constante cambio forman parte del paisaje del Centro Histórico de Querétaro, zona internacionalmente reconocida por sus múltiples atributos, pero también sitio donde se desvanecen los recuerdos de otras edificaciones, que no tuvieron la misma suerte de ser resguardadas por las nuevas generaciones.
Mientras aquellas construcciones que forman parte de los libros de historia son utilizadas y reciben mantenimiento diariamente, como en el caso de la Casa de la Corregidora, u otras casonas que son utilizadas por dependencias públicas, existen otras más, propiedad de particulares, que son testigos silenciosos del pasar del tiempo y que forman parte del Patrimonio Cultural de la ciudad, que no reciben la atención necesaria para mantenerse en pie.
Escondidas a las orillas de la zona centro de la ciudad, estas casas ven pasar el peso de los años y en sus fachadas descarapeladas ya se pueden observar los bloques de adobe hechos con lodo, piedra y yerbas, materiales que alguna vez, hace cientos de años, dieron fortaleza a éstas que alguna vez fueron llamadas “hogares” por las primeras familias queretanas.
Son 77 las casonas abandonadas en el Centro Histórico que incluso han prendido la alerta del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). De ellas, 16 se encuentran en riesgo de sufrir un derrumbe.
Tal es el caso de tres construcciones ubicadas en la calle Mariano Escobedo, en su cruce con Vicente Guerrero; identificadas con dos números, el de su origen y con el que posteriormente fueron ubicadas, cuando la modernidad dio sus primeros pasos.
Las casas 40, 53 y 84 permiten a los curiosos dar un vistazo a su interior; ahí el paso del tiempo, el abandono y, en algunos casos, el vandalismo es notorio. Dentro de ellas, donde en otros tiempos seguramente alguna familia compartió el pan y la sal o se reunió para contar historias o conversar, hoy se encuentran árboles y ramas secas, acompañadas de envases con líquidos amarillentos de origen impreciso. En sus fachadas hay vidrios rotos, con estampas y grafitis.
Como todas las casas de esta zona de la ciudad, estas viviendas cuentan con ventanales grandes, protegidos por una herradura de varillas; en estos domicilios la seguridad ya no es un prioridad, pues los candados oxidados unen dos puntas de cadenas que no resistirían un fuerte golpe para ser abiertas; en la parte alta de las bardas, montones de vidrios rotos pegados con cemento buscan desanimar el paso de los extraños. No es necesario, pues ahí dentro ya no hay nada que sustraer.
El aroma que sale de estas casonas dan la pista de que varios animales han muerto en su interior. Éstos pudieron haber quedado enterrados por las vigas y tablas que sobresalen por encima de kilos de tierra.
Así, estas viviendas representan focos de infección, pues además de los animales muertos proliferan plagas, ratas, todo tipo de bichos y alimañas y también son focos de inseguridad porque, en algunos casos se utilizan como centro de operación de delincuentes que las usan para de ahí saltarse a predios vecinos.
Estas construcciones que fueron, en su momento, las más afamadas de Querétaro, hoy no sólo son infuncionales, sino que implican un riesgo para quienes caminan por el lugar, pues podrían venirse abajo.
Sin embargo, darles vida nuevamente podría representar una gran cantidad de dinero, no sólo por su tamaño, pues el título que ostentan como parte del Patrimonio Cultural de la Ciudad, exigen cumplir con ciertos criterios para atenderlas.
Al ser propiedades privadas, ni el INAH puede intervenir en la parte interior, si no se otorga un permiso de los dueños.
La fuerza de la costumbre. A pesar de que miles de queretanos pasan una y otra vez por el mismo lugar todos los días, no siempre se percatan de todos los elementos que componen a la capital. La calma y la sensibilidad que se necesitan para levantar la mirada y observar las fachadas completas, no siempre es una virtud ni siquiera de los propios habitantes de la zona, inmersos en la vorágine de la vida cotidiana. De esta manera, estas casonas en ruinas acallan su deseo de contar historias, pues no hay quien quiera escucharlas.
Si no reciben mantenimiento de inmediato, en poco tiempo estos espacios no existirán más. Sucederá así lo inevitable, pues los cimientos cederán y la humedad y demás problemas estructurales harán colapsar a estas casonas. Se perderá, entonces, una parte importante de la memoria de esta legendaria e histórica metrópoli.