Ala distancia no se aprecian, solo de vez en vez unas sombras se mueven con pereza debajo de los cientos de vagones del tren, que por motivos técnicos tuvo que parar algunas horas en la estación Bernal, con el tiempo suficiente para reponer energías.

Es difícil mantenerse despierto tras 20 días de viaje, no podemos darnos el lujo de dormir porque te caes del tren y puedes morir mutilado, comenta Jerson, migrante hondureño de 26 años, mientras refriega sus ojos hinchados por dormir en exceso a unos centímetros de la ruedas metálicas del tren proveniente del sur del país.

El golpe de suerte lo trae desde el sur, Dios los acompaña, así lo dicen a coro sus colegas de viaje. la bestia como ahora se le conoce, ha venido con fortuna, el exceso de carga provoca que viaje lento, tan lento como para bajar de vez en cuando a buscar alimentos y ropa.

“En ocasiones no es necesario bajar, hay gente buena en todo el camino, nos lanzan comida y agua, no es necesario alejarnos de las vías, más allá roban y secuestran, mejor hay que aguantar un poco pero llegar con vida”, aseguran.

Jerson llegó a Tequisquiapan acompañado de un grupo de alrededor de 30 indocumentados salvadoreños y hondureños; caminaron de noche desde Huichapan hasta Tequisquiapan, por recomendación de los operadores del tren: “no pueden entrar con nosotros a la cementera, esperen allá”, les dijeron.

A pesar del resguardo y la seguridad que obtienen en la Estación Bernal, prefieren descansar bajo los vagones, las malas experiencias en el sur los obligan a ser cuidadosos, no confían.

Para hablar con ellos es necesario ir a los pies de la bestia, rendirle el respeto que se merece quien te puede matar en unos segundos o llevarte en el lomo hasta tu destino y quizás, asegurar un porvenir para tu familia. Pocos lo entienden y pocos lo logran, comenta Juan, un ex empleado del gobierno originario de El Salvador.

Después de unos minutos de charlar acerca del futbol y las desventuras del viaje, se abren, comentan quienes son, a dónde van y porqué viajan en el tren.

Del grupo, solo diez de ellos quieren ir a los Estados Unidos, el resto se queda en México, ya conocen el rumbo, se quedan en San Luis Potosí, Monterrey y Nuevo Laredo.

¿Entonces por qué arriesgarse a viajar en esas condiciones?

Contesta Willy, maestro desempleado en Honduras, asegura viajar hasta dos veces al año en esas condiciones. Señala que viajar en el tren les ahorra mucho dinero, saben de los riesgos pero vale la pena viajar en el lomo de la bestia y dormir a sus pies cuando se puede.

El ruido provocado por el choque de metales les indica que es hora de partir. En un par de minutos ya están trepados. ¡Dios te bendiga mexicano, hasta pronto!

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