Mientras las cenizas del poeta Salvador Alcocer Montes descansan en una cripta del templo Cristo Rey, y se planea un libro inédito y una serie de lecturas a modo de homenaje, el crítico literario Luis Alberto Arellano, expone la necesidad de reunir la obra y hacer un estudio que le haga justicia.
“Es lamentable la partida de Salvador, el decano de los poetas en Querétaro. Su obra está a la espera de una reunión y un estudio que le haga justicia a la importancia de su papel en el horizonte de la literatura regional. Es el cierre de una era”, dijo Alberto Arellano.
La importancia de realizar la reunión de la obra, explica Arellano, es porque los libros de Alcocer fueron publicados por diversas editoriales, en el estado de México, San Juan del Río y Querétaro, unas de renombre, otras independientes, pero hoy existen pocos títulos a la venta.
Y no solamente está pendiente la reunión de su obra poética, también la de dramaturgo, de la prosa y artículos que escribió para la prensa.
La última publicación que Salvador Alcocer Montes hizo para un periódico, fueron para EL UNIVERSAL Querétaro, el 28 de noviembre de 2012, un día antes de cumplir 82 años. En su primera colaboración de la columna llamada La Pedrada, el poeta escribió. “A cierta edad, vivir se vuelve complicado por el organismo desgastado. Es lo que me está pasando. Sin embargo, creo que depende de la trayectoria vivida. Admito mi deterioro físico, pero mientras conserve interés en la vida, voy a hacer actos como el que estoy haciendo, o sea, interesarme en escribir”.
En su segunda colaboración el poeta regaló un texto que pertenece al libro inédito Un vaso de agua; obra que está terminada desde 2011 y que se espera se la publique el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes.
Cuando Luis Alberto Arellano tenía 18 años de edad, conoció a Salvador Alcocer, para entonces ya era nombrado como “el poeta de la ciudad, el decano de los poetas de Querétaro”. Con la muerte de Alcocer, el pasado 29 de enero, Arellano, dice “no nos queda más que leerlo”.
Apéndice drámatico
Chava, el Chinito o el Viejo, como algunos de sus más cercanos “cuates” le decían, pasó sus últimos años en la residencia para adultos mayores Luz al ocaso, ubicada en Santa Bárbara, municipio de Corregidora.
Cuando cumplió 80 años, se organizó una fiesta en la que estuvieron presentes varios amigos que comparten la afición por la literatura, como Luis Alberto Arellano, Blas Cesar Terán, Julio Cesar Cervantes, Julio Figueroa, José Manuel Velázquez y Tadeus Argüello. Dos jóvenes artistas plásticos acudieron a la celebración, y en la pared que estaba afuera de su residencia pintaron a una mujer de grandes muslos y en el tronco de un árbol Fernando Ortiz (Nando Murio) pintó el rostro de Chava.
Al año siguiente, ni la mujer ni el rostro del poeta estaban. Por órdenes de la dirección del asilo se quitaron las pinturas. Salvador siguió en esa residencia, hasta los 82 años, viajando a paso lento de la pieza donde estaba su cama, un pequeño sillón, su guardarropa y una televisión, a la otra pieza donde estaba una diminuta cocina, una mesa que a veces la hacía de comedor y otras de escritorio, unos anaqueles donde tenía varios libros y una computadora.