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Fue un día especial: de fiesta, de reflexión, de redención, pero sobre todo de arrepentimiento. Con el Jueves Santo, como lo marca la religión católica, llegaron bríos de esperanza para los presidiarios de San José El Alto.
320 hombres que cumplen alguna pena en el mundo terrenal, el divino tendrá que esperar.
Y llegó la cita; desde muy temprano los internos se prepararon para llegar a la pequeña iglesia que está en la zona de visita del penal varonil. Todos ellos con la ropa de siempre: playera blanca con pantalón azul.
Algunos hicieron fila para esperar al obispo de Querétaro, quien a su llegada fue recibido con esa canción que desde México se le dedicó al Papa Juan Pablo II interpretada por el brasileño Roberto Carlos, “Amigo”.
Así, Faustino Armendáriz se abrió paso entre los reos, los saludó y dio la bendición; al llegar al altar hizo una reverencia y se dirigió a un cubículo, en donde oró con los internos a quienes minutos después les lavó los pies.
Primero, los confesó, los bendijo y los guío (por una puerta trasera) a la entrada del templo, de donde hicieron una nueva entrada.
Los 12 reos, los 12 apóstoles, aquellos con los que Jesús, según describe la Biblia, cenaron con él la noche anterior a su crucifixión.
Esos 12 internos, que en su estancia en el penal han mostrado arrepentimiento, sus rostros lo denotaban. Algunos muy tranquilos, en paz; otros, en particular uno de ellos, de bigote, con los ojos vidriosos; así fue durante toda la ceremonia.
La cabeza nunca la ergió, la mirada hacia el piso, los ojos rojos, el rostro de pena, de angustia… en el momento culminante, cuando el obispo le besó el pie izquierdo, luego de que le fuera lavado, llegó ese clímax de humildad, las lágrimas —que se contuvieron desde su llegada— brotaron.
El llanto enternecido tocó las conciencias de muchos, a quienes contagió de esa fe y de ese ruego de perdón. Fue el tercero, el tercero a quien Faustino lavó y besó. Después siguieron nueve más.
Con su mensaje de esperanza, el prelado les pidió arrepentimiento, hacer desde ahora el bien, difundirlo, contagiarlo y pensar en sus familias, en sus hijos sobre todo. Otra vez el llanto.
Terminó la eucaristía y los internos, junto con el obispo Faustino Armendáriz y autoridades del estado, caminaron a la plaza de convivencia general en donde se montó un modesto escenario, el cual se logró construir con el esfuerzo de los hombres que reciben la guía espiritual de la Diócesis, a través de la Pastoral Penitenciaria.
Así, pasó un año más de la Semana Santa; mientras en el mundo “común” y para los no religiosos es de fiesta, vacaciones, nado, diversión, bronceado, en el Cereso se vive como especial y que se reconoce como uno de los acto más humildes de esta tradición de Cuaresma.
Al final, de vuelta a la realidad: a las paredes, las rejas, los pasillos fríos, las camas solas, aunque con esperanza de una nueva oportunidad.