C onocida por ser uno de los adornos más populares en las tumbas y ofrendas del Día de Muertos, la flor de cempasúchil o “flor de veinte pétalos” —por sus raíces en lengua náhuatl cempoal-xochitl, veinte-flor— sólo florece después de la época de lluvias.
Es por esta razón que se ha convertido, junto con las calaveritas de azúcar y el pan de muerto, en uno de los íconos de las fiestas de los fieles difuntos, tradición que como bien se sabe, se vive en México cada 1 y 2 de noviembre.
De color amarillo intenso, el tallo de la cempasúchil puede llegar a medir hasta un metro de altura, mientras que sus botones pueden alcanzar los cinco centímetros de diámetro.
Durante la época prehispánica, los mexicas la eligieron para tupir con cientos de ejemplares los altares, ofrendas y entierros dedicados a sus muertos, como parte de un ritual que ha continuado por generaciones.
Esta hermosa tradición se mantiene viva hasta nuestros días, y es el aroma de esta característica flor lo que nos hace apreciar nuestra cultura, ya que podemos admirarla convertida en protagonista del Día de Muertos.
La costumbre misma ha generado toda una industria de la producción y venta de esta olorosa flor. Son miles de ramos los que se venden en tan sólo tres días en los mercados del estado, faltando unas horas para la llegada de los seres queridos “que se nos adelantaron”.
En estas fechas llenas de misticismo, son también miles los fieles que preservan esta antigua costumbre, cuyo fin es honrar la memoria de seres queridos, por ello que se levantan ofrendas donde no puede faltar esta bella flor.