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L as inmediaciones del Hospital General del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), que se ubica sobre avenida 5 de febrero y Zaragoza, es el lugar de trabajo de numerosos queretanos dedicados al comercio ambulante, quienes se enfrentan diariamente a la revisión de los inspectores municipales.
Los vigilantes, quienes visten de civil, los detienen y les decomisan su mercancía, por el simple hecho de no contar con un permiso municipal, sin considerar que se están ganando el sustento del día.
Churros, ropa interior, adornos para el cabello, utensilios para la cocina y el baño, cigarros, dulces, gorditas de canela y tostadas con papas, es lo que se puede encontrar en este corredor.
Algunos productos son colocados sobre el piso en trozos de tela, otros sobre mesas plegables y jardineras, y algunos más sobre las escaleras de la entrada al recinto de salud.
Son diversas las historias ciudadanas las que se concentran en este lugar. Todos los comerciantes persiguen el mismo objetivo: obtener un ingreso para sostener a sus familias, aunque esto implique levantar o cubrir sus productos varias veces al día y otras veces huir para no ser descubiertos por la llegada de los inspectores.
En el lugar, se puede observar a una comerciante ambulante. Está de pie sobre la parada de camión, viste ropa humilde, lleva una bolsa negra de plástico en su hombro y de la mano a su pequeño hijo, de no más de cuatro años de edad.
Voltea hacia todos lados, como tratando de buscar a alguien. Después de mirar en diferentes direcciones, coloca su bolsa en el suelo y de ella sustrae un bulto en donde trae los productos que pondrá a la venta.
La mujer coloca su mercancía rápidamente en el suelo y comienza a ofrecerla a grito pelado: “Lleve, lleve su coladera para el baño, lavabo, fregadero, para el registro, para la tarja. Llévelo, llévelo”. Hay entusiasmo en su voz y en su lenguaje corporal.
Nos acercamos a ella para conversar. Durante la charla recuerda que desde hace cinco años vende en este punto de la ciudad. También platica que no tiene horario y que todos los días acude a las inmediaciones del hospital para vender sus coladeras.
Tímida y temerosa, narra las innumerables veces en las cuales los inspectores municipales le han quitado su mercancía y dice que para devolvérsela tiene que cubrir multas que alcanzan los mil pesos.
“No tengo horario, puedo venir en la tarde, en la mañana, pero tenemos que estar abusados con los inspectores, porque nos quitan la mercancía, y te cobran mucho para devolvértela, a veces hasta mil pesos, a mí me la han quitado un chorro de veces, pero la dejo perder, no me conviene sacarla”, asegura la mujer.
Llegan los inspectores
De repente, todos los vendedores comienzan a movilizarse rápidamente, han identificado a un inspector. Así, en segundos, el corredor queda libre de comerciantes ambulantes.
La mujer con la que conversamos suelta un “disculpa”, toma rápidamente su bulto y la guarda en su bolsa, acto seguido corre hacia la avenida con su hijo y se pierde entre la gente. Ya no regresa al lugar.
Sin embargo, escondida en una jardinera se encuentra una joven de 25 años, que al igual que los demás vendedores ofrece a los transeúntes diversos productos. En su caso: ropa íntima para hombre y mujer; mientras que su mamá vende a los queretanos accesorios para el cabello.
Ella no corrió, aunque los demás se han ido por la presencia de los inspectores municipales. En lugar de hacerlo, únicamente cubre sus artículos con pedazos de tela y espera a que pase el riesgo para seguirlos ofertando al mejor postor.
Con apariencia humilde, semblante duro y sin querer revelar su nombre, relata que para la autoridad municipal los ambulantes “siempre serán los malos, la mancha de Querétaro”.
Asegura que pese a que han solicitado se les de permisos para vender en lugares fijos, la Dirección de Inspección del municipio de Querétaro siempre les ha negado esta posibilidad.
“Siempre vamos a estar pisoteados, nos dicen que les llevemos propuestas de puntos en donde queremos vender, y cuando les hacemos el croquis y proponemos lugares nos dicen que no es factible; entonces qué quieren que hagamos, tenemos que vivir de algo”, menciona.
Comenta que desde pequeña vende con su mamá en esta zona del hospital, y señala que son incontables las veces que los inspectores les han recogido su mercancía, la mayoría de las veces, denuncia, con lujo de violencia y empujones.
Refiere que los inspectores van vestidos de civiles y se confunden entre la gente. Sin embargo, los vendedores ya los tienen identificados y saben quienes son.
Cuando algún vendedor es detenido, los vigilantes que lo descubren únicamente se identifican con su credencial de inspector, aunque la mayoría de las veces la identificación no está actualizada, señala la mujer.
“Llegan y te empujan, te avientan, se burlan de ti, incluso con groserías”, advierte la joven.
Aunque aclara que no todos son agresivos: “Hay otros que llegan y te dicen que tiene que retirar la mercancía por órdenes del municipio, y pues ya, así como así te la quitan y se la llevan a su bodega. Uno ya no la recoge, te cobran más de mil pesos para sacarla, yo invierto 500 pesos en mis artículos, no me conviene”.
Finalmente, dice que los inspectores pasan a todas horas de lunes a viernes, a pie, y los sábados y domingos recorren el lugar en camioneta.
“Ya no me quitan productos, pues estoy grande”
En otro punto de este corredor, sentada sobre las escaleras, se encuentra doña Gudelia Olvera Cruz, de 77 años de edad.
Ella vende en ese lugar desde hace 12 años. Su especialidad son las tostadas con papa.
Dice muy oronda que los inspectores ya no la quitan debido a su edad: “Me respetan por ser una anciana”.
Relata que desde hace 41 años se dedica a la venta de tostadas y gorditas de canela; durante los primeros cinco años en el mercado Escobedo, posteriormente, y hasta ahora, en las inmediaciones del Hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social.
Asegura que durante años los inspectores municipales le quitaron su mercancía, pero, la última vez ocurrió hace 12 años. “Era un mes de mayo”, recuerda la vendedora.
“No, a mí ya no me hacen caso, como ya estoy grande, ni les importo, ya me dejan trabajar, pero antes, se llevaban mi mercancía, la última hace 12 años, y para sacarla cobraban entonces 800 pesos, ahorita ya no sé, como ya no me la quitan, ya no estoy enterada”, refiere.
Doña Gudelia Olvera Cruz proviene de Rincón de Ojo de Agua, un poblado que pertenece a la delegación de Santa Rosa Jáuregui, una zona que se considera altamente conflictiva debido a las altas tasas inseguridad.
Todos los días, de 10 de la mañana a 7 de la noche, vende alrededor de 60 tostadas y un número similar de gorditas de canela.