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La lucha libre mexicana siempre ha sido la más tradicional y pintoresca; conocida como la mejor del mundo, levanta pasiones y sirve como un desfogue para el estrés de los miles de aficionados.
Niñas, niños, jóvenes y no tan jóvenes asisten a las arenas a corear el nombre de sus luchadores favoritos, así como para gritar improperios a los gladiadores rivales; el desahogo del coraje y el idolatrar a quien para ellos puede ser una especie de superhéroe, los lleva a llenar los coliseos ataviados con camisetas y vistosas máscaras.
Los seguidores del pancracio mexicano no desaprovechan la oportunidad y buscan tomarse la foto con su luchador favorito.
La tradición de la lucha libre azteca pasa de generación en generación, por lo que en las arenas se puede ver a padres llevando a sus hijos y explicándoles los detalles de todo este mágico deporte.