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Siete días después de que entrarán en vigor las alzas a los precios del combustible, decenas de personas salieron a las calles en seña de protesta: familias enteras, parejas de adultos mayores, estudiantes, profesionistas y activistas se unieron a la protesta en contra del gasolinazo.
La cita fue a las 5 de la tarde en las vialidades de Bernardo Quintana y Calzada Los Arcos, dos de las principales avenidas de la capital, en donde 20 minutos después de la hora señalada, 200 personas ya se habían congregado.
La protesta se encendió rápido. “No al gasolinazo” y “Fuera Peña Nieto”, fueron las consignas más escuchadas a lo largo de los kilómetros recorridos. A metros de distancia del punto de reunión, la fila de manifestantes había aumentado considerablemente. Los propios participantes se contabilizaban, las estimaciones iniciales llegaron a los mil asistentes.
“Esto no es nada más por la gasolina, es la gota que derramó el vaso. Realmente, hemos aguantado el tema de Ayotzinapa y la Casablanca, que han sido golpes a la moral. El aumento en la gasolina fue un golpe directo al mexicano y al ciudadano, que trae muchas consecuencias”, dice Miguel Muñoz, quien respondió a la convocatoria emitida en redes para protestar en contra del alza en el combustible este sábado.
En este día, Miguel asistió a dos convocatorias. La primera fue a las 12 del día afuera del palacio de la Corregidora, la sede del Poder Ejecutivo en el estado. No obstante, el número de participantes en la protesta de medio día (donde se concentraron aproximadamente 10 personas) fue considerablemente reducido a esta segunda convocatoria.
Aunque las autoridades municipales calcularon en alrededor de 600 el número de asistentes, los organizadores estimaron que a la marcha acudieron al menos cuatro mil personas.
“Como ciudadano me afecta el gasolinazo. No hay otra forma de manifestarse más que de manera pacífica, para exigir que termine esta serie de abusos que está cometiendo el gobierno de Enrique Peña Nieto. Deberían de recortar el gasto a diputados y senadores y a otras instituciones que tienen un despilfarro”, dice Antonio, un padre de familia que asistió con su esposa y sus dos hijos.
El contingente avanza por la avenida Zaragoza. Sólo cierran uno de los tres carriles de la vialidad, para evitar, según mencionan, confrontaciones con la autoridad; como lo sucedido en Baja California donde tres periodistas fueron golpeados, entre ellos Laura Sánchez Ley, de EL UNIVERSAL, o en Ixmiquilpan, Hidalgo, donde dos personas murieron por los disturbios.
“Ejercemos el derecho a la libertad de expresión”. La manifestación se extiende hasta las seis de la tarde; y la fila de personas se acerca a Plaza de Armas, donde yace la sede del poder Ejecutivo en el estado.
La marcha es pacífica, como lo aseguran los propios manifestantes y lo corroboran las autoridades municipales, al emitir un saldo blanco.
“No tengan miedo, somos ciudadanos que no hemos sido convocados por un partido político, sino que creemos que es nuestro deber y estamos ejerciendo un derecho, de manifestación y libre opinión”, exclama Lalo, al hacer un llamado a la ciudadanía para que se unan a las protestas. Insiste en que los ciudadanos no incitan a la violencia, ni a los saqueos.
El contingente protegido con un hilo blanco, al igual que muchas de las vestimentas de los asistentes, llega finalmente a Plaza de Armas. Las bocinas y el altavoz se unen a la manifestación y a las consignas que ahora cambian de tono. “El pueblo unido jamás será vencido”, grita la multitud.
Son pasadas las 7 de la noche y el cielo ya ha oscurecido. Las protestas continúan, algunos deciden retirarse, otros se mantienen con cartulinas blancas en sus manos. Un niño en los hombros de su padre, también grita, quiere justicia.
Los jóvenes hacen uso de la tecnología y realizan transmisiones en vivo desde sus celulares, se conectan a través de Periscope, Facebook o Twitter; narran las protestas, mientras los gritos de consignas se escuchan de fondo.
Los activistas colocan mantas de plástico, enfrente de la puerta del Palacio de la Corregidora, un edificio que en el siglo 18 fue utilizado como Casa Real y cárcel.
Los gritos bajan de tono conforme cae la noche; no obstante, la protesta aunque cada vez es más reducida, se extiende. Los últimos gritos se apagan alrededor de las 8 de la noche.