Francisco Estrada Robles lustra calzado desde 1968 en el Jardín Guerrero del Centro Histórico de la capital queretana. Garantizan su experiencia 45 años de aseador. Sin embargo, dice que poco a poco ha ido perdiendo su clientela: “Hay días en los que ni una (boleada) sale”.

“Cuando la boleada costaba a peso, nos llevábamos hasta 30 o 40 pesos. Significa que hacía hasta 40 boleadas, ahora, si bien me va, sólo hago 12 o 13, eso cuando el día está bueno. Lo menos es una boleada en todo el día, aunque hay veces que ni una sale”, lamentó.

En tanto el bolero Gumersindo Escamilla Estrada externó su sentir frente a la carencia de servicios, pues comentó que era costumbre que las familias queretanas acudieran a bolear su calzado, situación que —a su parecer— ha cambiado desde hace un par de años.

“Desde hace dos o tres años que nuestro trabajo ya es muy escaso. Yo tengo más de 50 años en el Jardín Zenea y me he dado cuenta de ello. Antes, la gente tenía la costumbre de venir en familia a bolearse los zapatos y pues sí teníamos trabajo”, aseguró Gumersindo.

Por tanto, aseguran, el oficio de bolero ya no es redituable, pues permanecen hasta ocho horas junto a sus cajones de boleo sin que la gente se acerque a lustrar sus zapatos.

En las plazas principales del Centro Histórico hay 52 espacios para lustrar zapatos: 30 se ubican en el Jardín Zenea, ocho en Plaza Mariano de las Casas, siete en Plaza de Armas, cinco en el Jardín Santa Clara y dos en Plaza de La Corregidora.

Los boleros exhortaron a la gente a que acuda con ellos a limpiar sus zapatos:

“Que vuelvan a la costumbre de lustrar su calzado, pues los beneficia en dos cosas: para traerlos limpios y para conservar la piel del zapato. De mi parte y de la de mis compañeros, los invitamos a que acudan con nosotros a asearse su calzado y así ganar una mejor presentación de su persona”, dijo Gumersindo Escamilla.

Igualmente, Francisco recomendó retomar el hábito de asistir con ellos, pues actualmente la gente ya no lo considera, lamentó.

Tres decenios de lustrar calzado

Francisco Servín es un bolero de 56 años. Desde hace tres décadas se sitúa en el Jardín Santa Clara —en el Centro Histórico de Querétaro— para bolear los zapatos de los transeúntes. “Aquí se conserva una parte de mi vida”, afirma.

Relata que su experiencia como lustrador de zapatos se remonta a su infancia y que esta labor ha sido la principal proveedora para su familia.

“Gracias a Dios de aquí ha salido para comer. De aquí ha salido todo. En mi casa somos cuatro personas que vivimos de lo que sale de la boleada”.

Desde los 12 años, Francisco se inició en el aseo de calzado, posteriormente entró a trabajar a una fábrica. Pero, por cosas de la vida, regresó a la boleada.

Luego de trabajar en la fábrica, Francisco perdió su trabajo, pero recordó sus conocimientos en el lustrado de calzado y decidió regresar a su antiguo empleo.

En cuanto a la demanda de clientes, dice que “en ocasiones no hay. Nuestros principales enemigos son las lluvias y el frío. Cuando llueve la gente no quiere venir a asearse el calzado, pues no tiene sentido si está lloviznando o lloviendo, porque se ensucian constantemente sus zapatos. Y cuando hace frío, también afecta porque la gente no quiere salir. Pero “es un trabajo muy bonito”, concluyó.

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