María de la Luz Aguilera Chávez, mujer de 70 años, asegura que no se siente discriminada ni abandonada por su familia, pues a ella y su esposo los procuran. Ella, indica, siempre está feliz, y disfruta de la vida, “aceptamos que tenemos que quedarnos solos”.
Lucha, como le dicen, ayuda a caminar a otra mujer mayor. Se detiene unos minutos para platicar su experiencia. Señala que en estos momentos ayudan a una de sus nietas, pues su hijo fue despedido del trabajo y no le han dado su liquidación, por lo que le pagan su escuela de la pensión que le dan a su esposo, José Zeferino Blancas Barrera.
“Somos 16 personas, pero nos tratan bien. Tratamos de darles a todos su lugar. Yo me vuelvo loca, ando feliz, me aloco de todo. Hay momentos en que me quedo quietecita, pero sólo a ratos”, comenta mientras ríe.
Sus compañeras la observan a la distancia, mientras Lucha explica que le gusta estar contenta siempre, bailando, cantando. La mujer dice que no tiene teléfono celular de última generación, no lo necesita, aunque acepta que ya comienza a fallar el aparato y necesitará uno nuevo.
Dice que a los 70 años tiene tanto ánimo que podría bailar un poco de Cha-cha-cha, rock and roll, o cualquier ritmo que se tenga en mente.
Toda su familia vive en el mismo predio que está en Santa Bárbara, aunque cada quien en su espacio, y sobre todo se respetan y apoyan de manera mutua. Dice que sus nietos siempre llegan a saludarlos y pasan a despedirse de ellos cada vez que se van a sus actividades diarias.
Cuenta que en ocasiones comen todos juntos, pero cuando las ocupaciones de la vida diaria no lo permiten, lo hacen cada quien por su lado, siempre con comprensión hacia los demás.
Actualmente sólo se dedica al hogar, pues renunció a su trabajo, ya que estuvo “un poco enferma”. Dice que iba a trabajar a donde la invitaban a hacer el aseo, contestar el teléfono, archivar documentos, pero debido a la depresión pasó por una etapa complicada. Incluso perdió los dientes.
“Me preocupaba de todo (ríe). Así soy. Debemos de no preocuparnos, pero yo lo hacía. Me preocupaba de todo, de todo, hasta porque no llegaba el gas. Cuando llegamos a la colonia, porque no llegaba la pipa, en fin”, narra.
Relata que la solución para sus problemas depresivos fue a través medicamentos, con mucho amor de su familia, descansando, “echándole muchas ganas a todo”.
Su esposo le ayuda a una de sus sobrinas en un local de manualidades, donde aporta su experiencia como mecánico soldador, elabora bancas, canastas, entre otros productos.
Ella por las mañanas se dedica a las actividades propias del hogar, mientras que por la tarde acude a sus clases de activación física. Lucha sonríe, hace bromas, tiene siempre una frase que arranca una risa.
Para la cámara posa gustosa. En un inicio un poco nerviosa, pero luego, con confianza, bromea y ella misma propone las poses y en dónde quiere las fotos. La risa sonora y abierta de Lucha se convierte en centro de atención, mientras modela.
Lucha recuerda su infancia, cuando llegó con su familia desde Guanajuato, debido al trabajo de ferrocarrilero de su padre. Tenía que cambiar mucho de residencia, pero siempre vivía en un vagón de tren, lo que recuerda con mucho cariño y nostalgia, pues afirma que fue una etapa hermosa de su vida.
“Para mí era muy bonito lo de antes, y lo de ahora, pero lo de antes era muy bonito, mi vida. Cuando nos cambiaban de un lugar a otro nos sentábamos en la puerta con los pies colgando”, recuerda con una sonrisa en el rostro.
Los recuerdos animan a Lucha. Dijo que llegaron a vivir a comunidades en donde no había energía eléctrica, pero en el vagón en donde vivían tenían todos los servicios básicos, como agua y luz, que nunca les faltó.
Luego su papá cambió de trabajo, y se asentaron en un lugar fijo. La secundaria, dijo, la estudió ya cuando era mamá. “Muy bonita mi vida, con altas y bajas, pero aquí andamos”, destaca Lucha, quien en ningún momento pierde la sonrisa del rostro.
Es una mujer que el día a día lo vive con una sonrisa en su boca, la edad no significa que no sea productiva, que no sea activa y mucho menos que sea echa a un lado por sus amigos y familiares.
Integrarse a actividades en diferentes rubros le permite ejercitar su mente, su cuerpo y su estado de ánimo, dice no dejarse vencer por las adversidades que de repente se aparecen en la vida.
Sabe que cuenta con su familia, pero principalmente con su esposo con quien durante casi toda su vida ha compartido un sin fin de experiencias que cuenta a sus nietos y sus hijos.
Ella quiere ser un ejemplo, y quiere dejar huella en sus familiares como una mujer feliz, plena y no como una mujer que causó problemas.
Aunque asegura que no tiene bienes materiales que dejar a sus seres queridos, pero si tiene las enseñanzas y los valores que inculcó a sus hijos y que hoy lo hace con sus nietos.
“El amor por los demás, el respeto, el cuidar a tu familia, trabajar, son las cosas que le enseñe a mi familia, porque son cosas que a mi me enseñó mi papá y recuerdo que me dijo que él tampoco me dejaba nada, pero lo que me enseñó fue la mejor herencia que me pudo dejar”.
Confía en que sus hijos hacen lo mismo, y más porque su padre ha sido ejemplar para ellos, com el pilar de la familia se ha encargado de forjar valores “pero sobretodo amor y respeto”.
Se aleja caminando lento, pero no porque ya no pueda caminar, sino porque su lento caminar es porque se va reflexiva sobre sus nuevo planes que tiene con ella misma “quiero seguir aprendiendo más cosas, si tengo 70 años, puedo seguir aprendiendo”.
arq