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Era una mañana soleada en Nueva York. La gente iba a sus trabajos o escuelas. Realizaban sus actividades diarias, rutinarias y normales. Era un martes 11 de septiembre de 2001. Después de esa día el mundo sería otro.
Francisco González de Cossío, quien fungiera como embajador de México en Arabia Saudita de 1981 a 1985, afirmó que hace 13 años, con los atentados terroristas en esta ciudad, el mundo cambió, porque los enemigos de Estados Unidos atacaron el corazón financiero (el World Trade Center) y militar (El Pentágono) de la máxima potencia internacional.
En entrevista, indicó que los ataques expusieron la vulnerabilidad de una nación que “se sentía invencible, pues le dieron un golpe en su casa y en su centro neurálgico”.
“A raíz de este ataque, a raíz de esta tragedia humana —porque se perdieron más de tres mil vidas—, los Estados Unidos han estado actuando de una manera tal que han producido una serie de cambios que nosotros lo resentimos en México”.
Esta fue una venganza de ciertas facciones del Islam por la invasión de Irak para sacar a Saddam Hussein de Kuwait, país al que invadió con el propósito de anexarlo a su nación y para eso utilizaron a los árabes sauditas y sus instalaciones militares.
Esa invasión a los lugares santos de los musulmanes, la vieron como una profanación a tierras sagradas que resguardan La Meca y Medina, por lo que atacaron a otros países aliados, pues recordó los atentados en Londres y a los trenes en Atocha, de España.
El embajador González de Cossío resaltó el hecho de que la mayoría de los atacantes ese 11 de septiembre eran sauditas.
En el caso de México, el embajador recalcó que las medidas de seguridad en los aeropuertos, por el temor de los estadounidenses a volver a ser atacados, fueron más rigurosas, causando molestias a los pasajeros que deseaban volar a la Unión Americana.
De igual manera, en aquella época se negociaba entre los presidentes George Bush, hijo, de Estados Unidos; y Vicente Fox, de México, la llamada reforma migratoria, que tuvo que verse pospuesta porque la atención de la administración estadounidense se vio centrada en buscar y detener a Osama Bin Laden, líder de la organización Al-Quada —la cual es sospechosa principal de la autoría intelectual de los ataques—; así como de reforzar la seguridad en sus fronteras para detener el paso de posibles atacantes por su porosa frontera sur.