Es temporada de partos en la vida salvaje. La veterinaria Adela Mena, del Parque Nacional del Cimatario, se multiplica para darle el biberón a Julieta, una cervatilla cola blanca abandonada por su madre; luego saca de debajo de la mesa una transportadora acolchonada para gatos, en donde le ha fabricado un pequeño y acogedor nido a dos mapaches bebés que apenas y abren los ojos con dificultad, y que por el tamaño, uno podría pensar que son ratones. Los dos le caben en la mano. Con una jeringuilla de insulina se las ingenia para verterles leche en los pequeños hocicos.

A la doctora Mena se le une la estudiante de veterinaria de la Universidad Autónoma de Querétaro, Aideé Cruz Gutiérrez. Al cuello, la joven carga dos bolsitas —parecidas a fundas de celulares— debajo de su suéter de lana. Con cuidado, de una de ellas extrae un pequeño bulto gris. Es un tlacuache hembra de sólo algunos días de nacida, rescatada de una construcción. Le ha puesto Maggie; aún a sabiendas que ponerle nombre únicamente hará más duro el momento cuando la tlacuachita tenga que ser liberada en su hábitat natural.

En la otra bolsita duerme Tom. Su hermano y su madre no pudieron sobrevivir al ataque de un perro doméstico. Una mujer los rescató, pero el segundo estaba perforado por el colmillo del canino y no se pudo hacer nada por él ni por la madre de ambos. Sólo sobrevivió Tom.

La madre adoptiva de Tom y Maggie se llama Aideé, quien los lleva a todos lados pegados a su vientre, pues siendo una especie de marsupial, los tlacuaches necesitan el calor de la bolsa materna. Cada dos horas, la estudiante tiene que dejar todo lo que esté haciendo para alimentar a los pequeños.

Actualmente el Parque Nacional del Cimatario, a cargo de la ambientalista María del Carmen “Pamela” Siurob, cuida a 15 huérfanos salvajes, entre tlacuaches, mapaches, zorros, zorrillos y cervatillos. La mayoría de sus madres y padres han muerto, víctimas del crecimiento de la voraz mancha urbana. Sus cuerpos yacen en trampas o arrollados en las carreteras. Quizá salieron por comida para sus bebés, pero nunca regresaron. Tal vez, alguno —menos desafortunado— cayó en manos de un equipo de control de plagas humanitario que lo llevó a un albergue para que fuera reubicado, pero al hacerlo también terminaron alejándolo de sus crías.

La doctora Adela y sus voluntarios se encargan entonces de cuidar a estas crías, que en la mayoría de las ocasiones llegan en un avanzado estado de deshidratación y desnutrición.

“Con este tipo de animalitos no podemos saber cuánto tiempo tienen abandonados, cuánto tiempo pasaron sin comer o sin tomar leche”, dice la veterinaria, mientras acaricia con un dedo a los mapaches que tiene en su regazo.

Al principio, Mena únicamente cuidaba de la salud del hato de venados que es propiedad de gobierno del estado. Pero con el tiempo, comenzaron a llegar a sus manos animales salvajes desplazados por el rápido crecimiento de la ciudad y fue cuando la directora Pamela Siurob tramitó el permiso ante Profepa para certificarse como unidad de manejo ambiental.

“Hay muchas personas que se dedican a rescatar a perros y gatos. Pero yo ya no pude con eso cuando me di cuenta de que los animales silvestres están muy abandonados. Son víctimas de nuestra invasión a sus hogares y en otras ocasiones hasta son raptados de sus nidos para traficar con ellos”, explica quien tiene tres años coordinando el proyecto de rescate.

Anualmente, el Parque Nacional de El Cimatario, ubicado en la carretera a Humilpan, recibe más de 200 ejemplares desplazados y rescatados. Tantos, que la capacidad para atenderlos sobrepasa al personal que labora en él.

“Ya nos sobrepasa. Recibíamos muchos animales heridos y enfermos, pero no tenemos la capacidad para cuidarlos. Entonces decidimos que únicamente aceptaríamos animales sanos, que se reintegran casi de inmediato a su hábitat, o crías que nos llegan sin sus madres y hacemos todo lo posible por hacer que sobreviven”.

Esto no es sencillo. Aun despertándose cada dos horas para darles de comer y llevándolos a marsupios artificiales, únicamente cuatro de cada 10 que son llevadas al Panec sobreviven.

La principal amenaza en contra de la fauna silvestre, señala Pamela Siurob, es el crecimiento acelerado de la mancha urbana.

“Nosotros los humanos les estamos quitado su hábitat. El desarrollo de fraccionamientos y nuevas colonias provoca un desplazamiento de estos animalitos, que se quedan sin hogar y son vulnerables”, dice Siurob, quien pone de ejemplo la zona que circunda el Panec y el corredor natural que forma con el Tángano.

“Ya es cada vez más frecuente que encontremos animales en la carretera que son atropellados por los automóviles, cuando éste era su paso natural”, agrega.

En un año, ha aumentado en un 30% el número de crías que llegan a manos de la veterinaria Adela Mena y sus voluntarios. En mucho se debe a que la gente conoce en mayor medida a dónde puede acudir para salvar las vidas de estos bebés silvestres. Y también, afirman las ambientalistas, a que muchas empresas de control de plagas están tomando conciencia de que los invasores no son los animales, sino los seres humanos; por lo que están disminuyendo los casos en que los tlacuaches, mapaches, o zorros son asesinados por estos equipos.

El grupo de colaboradores del Parque Nacional del Cimatario no únicamente dona su tiempo y sus horas de sueño para lograr la completa recuperación de los bebés silvestres. También compran, de su bolsillo, insumos y medicinas que necesitan los pequeños para sobrevivir. En promedio, Adela Mena y Pamela Siurob calculan que al año, 10% de sus salarios se invierten de forma voluntaria para comprar leche, croquetas, frutas, cobijas y material para hacer nidos, así como medicamentos, jeringas y biberones para atender a las crías.

Es por eso que, sobre todo ahora que tienen el cunero lleno, piden ayuda a la sociedad queretana para hacerse de donaciones de este tipo de material y alimento; porque la falta de recursos es una constante que también hace peligrar la vida de los animales rescatados.

Terminó la hora de comer para las crías en el Panec. Los pequeños mapaches regresan a su nido artificial. Tom y Maggie vuelven a dormir plácidamente en las bolsitas que carga Aideé: Julieta, la cervatilla se acomoda en un rincón sobre una almohada de peluche con forma de estrella que recibió en una donación.

“Cuidar de estas crías es muy duro”, dice la doctora, “pero nunca les negaremos la atención que necesitan. Nos encariñamos con ellos, y sabemos que en algún momento los tendremos que regresar a su hábitat. Hemos liberado lechuzas, zorros, ardillas, tlacuaches…y aunque nos duele cuando se van, es una gran satisfacción verlos correr nuevamente libres”.

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