Cultivan enormes tomates rojos gracias a estrictas técnicas de laboratorio: riego por goteo, control de bacterias, humedad, calor y tiempo exactos. Sin embargo, trabajar dentro de las “cajas de vidrio” (invernaderos) de Colón es quizá la actividad laboral menos atractiva para quienes buscan empleo en la entidad.
Los salarios —de entre 750 y mil 100 pesos semanales— que pagan estas empresas a los jornaleros se consideran la principal causa del desinterés, junto con el desgaste físico que causan las faenas agrícolas.
Y es así que apenas un veinte por ciento de los cuatro mil jornaleros que laboran en agroindustrias colonenses reside en el ayuntamiento. La mayoría, sobre todo mujeres, proviene de una veintena de pueblos campesinos de Tolimán, Ezequiel Montes, Cadereyta y Tequisquiapan.
“Por trabajo, a dónde me diga Dios”.
Dentro de la minoría de empleados que vive dentro de Colón se encuentra Lourdes, jornalera del parque Agropark. Ella vive en la población de El Zamorano, situado a 48 kilómetros de distancia, en los límites con Guanajuato.
“Si es por trabajo, vengo hasta acá o a donde me diga Dios”, dice la mujer, con 42 años de edad, y quien junto con cuatro colegas mujeres y dos varones, todos de la misma región, han llegado al centro laboral a bordo de una camioneta pagada por su empresa.
Se pregunta a Lourdes si le parece bien el sueldo, pero su respuesta es casi religiosa: “lo que me paguen, que Dios les dé más; porque en su pobre casa no tenemos trabajo; sólo juntando leña, pero no sale; hace poquito, el día de la virgen, se hizo un incendio que nos dejó mucho peor.”
Jornaleros que viajan.
Alrededor de 300 vehículos de transporte de personal, entre camiones y furgonetas, movilizan con viajes redondos al 85% de los trabajadores de invernaderos. Un porcentaje mínimo tiene la suerte de vivir cerca del centro fabril, trasladándose a pie o en bicicleta.
La constante oferta de empleo por parte de estas firmas, junto con el fenómeno de la rotación de personal, genera la búsqueda de mano de obra en otras entidades del país, particularmente de las más afectadas por el desempleo y la criminalidad.
Pero al no contar Colón con vivienda de interés social, a excepción de la precaria infraestructura de los pueblos cercanos (Urecho, Los Gallos, Los Benitos, Santa Rosa Finca, Tierra Dura, etcétera), ha cobrado auge la práctica de rentar cuartos compartidos, así como el montaje sobre campos y cerros de vivienda irregular.
Encima, un techo de plástico.
“A lo mejor se oye mal esto, pero mucha gente de Colón preferiría trabajar recogiendo la basura que en un invernadero”.
Es la opinión de Juan (nombre ficticio), policía municipal de Colón, quien además de conocer el área que vigila, tiene la experiencia de haber trabajado en una de las principales firmas agroindustriales de la zona.
“Lo que sí nos daban eran prestaciones: seguro social, aguinaldo, a veces un extrita. Muchas fiestas, música y baile. También había misas, iba el señor cura y nos daba la bendición por la cosecha. Eran cosas, yo creo, lo más bonito de allá.
“Pero en temporada de calor, no aguantas, y también cuando hace frío; los olores son bien fuertes, por los químicos que usan, bien peligrosos. Yo siempre me cuidé, pero compañeros bien mensos andaban quemados de las manos y los cachetes.”
No hay estudios sobre salud: médico.
Enrique Tapia, médico del centro de salud de Villa Progreso, en Ezequiel Montes, suele atender a trabajadores de invernaderos; no sólo a los del vecino Colón, sino a los de agroindustrias locales.
“Vemos quemaduras de piel, por químicos, alergias y dermatitis en brazos, manos, uñas. Ese trabajo, separar o limpiar tallos, quitarles gusanos, se hace con los dedos y uñas.
“También está lo respiratorio: bronquitis, asma y dicen que cosas neurológicas graves, pero no podría decir, porque no hay estudios sobre eso en el estado.
“Hay que ver que muchas personas que trabajan allá no tienen preparación, muchas ni leer saben”.